En la Agenda 2030 el Objetivo de Desarrollo Sostenible 2 (“Poner fin al hambre, lograr la seguridad alimentaria y la mejora de la nutrición, y promover la agricultura sostenible) y el Objetivo de Desarrollo Sostenible 13 (“adoptar medidas urgentes para combatir el cambio climático y sus efectos”) son dos objetivos íntimamente relacionados. Además, según la FAO, la agricultura está muy relacionada con el ODS 6 (“garantizar la disponibilidad de agua y su gestión sostenible y el saneamiento para todos”), el ODS 8 (“promover el crecimiento económico inclusivo y sostenido, el pleno empleo productivo y el trabajo decente para todos”, el ODS 12 (“garantizar modalidades de consumo y producción sostenibles”). Ahora me voy a referir a la relación entre agricultura sostenible y cambio climático.
El cambio climático afecta a la agricultura de diferentes maneras; los impactos se relacionan con el incremento de la temperatura promedio, la modificación del patrón de precipitaciones , el aumento de la frecuencia e intensidad de eventos climáticos extremos (sequía, inundaciones, tornados, ciclones, olas de calor), el incremento de la concentración de dióxido de carbono, el deshielo, ... los cuales influyen en la producción de alimentos y amenazan la seguridad alimentaria.
Los periodos de sequía prolongados, las olas de calor, la reducida disponibilidad de agua y el exceso de precipitaciones disminuyen el rendimiento de los cultivos y afectan a la salud y el bienestar del ganado, y con ello la disponibilidad de alimentos. El cambio climático es una amenaza para la seguridad alimentaria; en particular, para las poblaciones más vulnerables.
Al mismo tiempo, las actividades agrícolas y ganaderas contribuyen al cambio climático a través de las emisiones de gases de efecto invernadero, principalmente de dióxido de carbono, metano y óxido nitroso.
Sin embargo, la buena gestión de los conocimientos generados por la ciencia del cambio climático podría impulsar la aplicación de estrategias de mitigación y adaotación favorables para reducir las emisiones, maximizar la producción y favorecer el desarrollo de sistemas de producción mejor adaptados al cambio climático.
Y al mismo que tratamos de ser efectivos y hacer los deberes reduciendo la emisión de gases, debemos adaptar la forma en que producimos la nueva realidad. Adatar y minimizar los daños que esta alteración de la temperatura, las lluvias y otros fenómenos están provocando ya.
Adaptar y mitigar. Porque no hay soluciones mágicas y 7.500 millones de personas -subiendo- tienen que comer. Todos los días, lo suficiente. Y procurando que la temperatura media del planeta no supere los 20 C.
¿Cuántos gases emite la agricultura? La cuota de emisiones de gases de efecto invernadero que se le pueden achacar a la producción de comida es nada desdeñable. La agricultura, la ganadería, la explotación de los bosque y el uso de la tierra –ese sector que los expertos llaman AFOLU- suponen prácticamente un cuarto de los gases de efecto invernadero emitidos por el hombre. Hay buen margen para recortar. Por un lado se pueden reducir las emisiones en el sector. Y, por otro, tanto, como los suelos como los bosques, bien cuidados y manejados, pueden secuestrar y almacenar dentro de sí gases de efecto invernadero, evitando así que contribuyan al calentamiento. Así que es muy importante, ante las necesidad de tierra de cultivo o cría de animales, proteger los bosques y selvas, plantar más árboles, usar la madera de forma sostenible.
Pero, dentro de este sector, el que más emite es el ganado. A los animales de granja se les puede achacar el 14,5% de todas las emisiones provocadas por el hombre. El principal señalado es el ganado vacuno, que a través de sus flatulencias (una importante fuente de metano) y sus excrementos, a veces dejados sin tratar y otras usados como estiércol, contribuyen a casi dos terceras partes de ese 14,5%.
Es importante el cambio de dieta. Pero todas las predicciones dicen que la demanda de proteínas animales aumentara en las próximas décadas en lugar de disminuir. Y otra pega que tiene esa aproximación es que no tiene en cuenta que 1.000 de los 2.200 millones de pobres del mundo dependen de sus animales para comer o ganarse la vida.
Así que la vía no es la eliminación, sino al eficiencia. Por ejemplo, las emisiones de la industria cárnica pueden disminuirse con pequeñas prácticas como optimizar la calidad del forraje o la gestión de los pastos, entre otras. También hay mucho margen de mejora en el tratamiento de los excrementos.
Hay posibilidades de aminorar el impacto de la ganadería sin dejar de consumir productos animales. Pero lo que sí es inaplazable es recortar en el desperdicio y la perdida de alimentos. Porque tirar un kilo de carne no solo supone perder un kilo de proteína que nadie consumirá. Ese kilo ha supuesto también un gasto de recursos (agua, tierra, forraje,…) y la emisión de gases de efecto invernadero. Todo en balde.
En 2017, el Director General de la FAO apuntaba en el World Government Summit de Dubái: “Sí, si la firma en que producimos alimentos debe cambiar. Eso está claro. Pero también en la forma en que consumimos. No se puede tirar comida”. Ocho de cada 100 partes de gases de efecto invernadero que emitimos son achacables a la comida que se produce pero nunca llega a consumirse. Tanto la de origen animal como a la vegetal.
Limitándonos a la agricultura propiamente dicha, como está haciendo la Unión Europea, prescindir del uso de los fertilizantes minerales o sintéticos, una importante fuente de óxido nitroso, además de disminuir la fertilidad del suelo, debido a la pérdida de su materia orgánica, que ocasiona.
Nota. Para escribir esta “entrada” se han utilizado los libros de la FAO Estado del Planeta, publicados en 2018.
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