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lunes, 22 de abril de 2019

Desperdicio de alimentos


El número 5 de la colección El Estado del Estado del  Planeta, editada conjuntamente por la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) y EL PAÍS lleva por título “Nutrición. ¿Es la obesidad la epidemia del siglo XXI?, y el número 9, “Hambre Cero. ¿Lograremos finalmente erradicar el hambre”. Ambos están relacionados con el  Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) número 2 que dice así: “Poner  fin al hambre, lograr la seguridad alimentaria y la mejora de la nutrición y promover la agricultura sostenible”.  
Según la FAO  cada año 1.300 millones de toneladas de comida acaban en la basura. Un tercio de la producción total. Son suficientes alimentos como para acabar con el hambre en el mundo.   No se trata solo de desperdiciar alimentos, sino también de la energía consumida en su producción, de la innecesaria generación de emisiones de gases de efecto invernadero (contribución al cambio climático), y del desperdicio de los recursos naturales  (suelo, agua,…), utilizados durante su producción.
El problema empieza en el campo. Por un lado, se desperdician alimentos en el campo porque muchas veces se produce más de lo que se necesita, o porque la producción a gran escala hace que los precios caigan de tal forma, que llega un momento en que la cosecha no es rentable. Por otro lado, se descartan  alimentos que no cumplen ciertos criterios estéticos o de medida. Se tiran toneladas de zanahorias porque la hoja es demasiado oscura, manzanas que han pasado un granizo y tienen leves marcas, pepinos torcidos…  Hemos llegado a un extremo ridículo en que lo importante es la estética del alimento y no sus propiedades. Peor aún, campos enteros de alcachofas se desperdician porque a partir de cierto mes, ya no se comen alcachofas; se considera que ha acabado su temporada. En Europa parece que no sabemos comer esa fruta o verdura “distinta”. Ese sistema agrícola no es sostenible.
Espigadores es una  palabra catalana que se usa para referirse a las personas que recogen el fruto que queda en el campo después de la cosecha. Ese el  nombre de una empresa social que se dedica a recoger y provechar esos alimentos: une voluntariado y trabajo social para espigolar campos. Los alimentos recogidos se destinan a personas en situaciones vulnerables y a producir conservas marca “Es im-perfect”.
El desperdicio alimentario es un grave problema que afecta a todos.  Un lugar donde se desperdician muchos alimentos es en los restaurantes de las grandes ciudades, donde se prepara kilos de comida que, al finalizar el día, se tiran a la basura si no se consiguen vender. Para hacer frente a ese problema, en 2016 nació en Dinamarca un movimiento, “Too Good To Go” que, actualmente, está presente en nueve países europeos, y tiene más de 5 millones de usuarios.  Para ello, cuenta con más de 12.000 establecimientos asociados en toda Europa, desde pequeños negocios familiares hasta grandes superficies, grupos y cadenas hoteleras. Este movimiento acaba de desembarcar en España, el séptimo país de la Unión Europea que más comida desperdicia con más de 7,7 millones de toneladas de alimentos tirados a la basura cada año. Su app hace posible salvar comida de calidad en Madrid y en Barcelona a precios muy reducidos, en su mayoría entre 2 y 5 euros. Desde “Too Good To Go” aseguran que muchos establecimientos y cadenas españolas han mostrado ya su interés en unirse al movimiento y que en los próximos meses llegarán a más ciudades españolas.  Como decían nuestros abuelos continuamente: “la comida no se tira”.
“Too Good To Go”, es, además, una plataforma que ofrece la posibilidad de que cualquier usuario pueda hacer una donación económica a la ONG “Acción contra el Hambre”,  cuyo objetivo  es combatir la desnutrición infantil. Otra app, muy parecida,  es "WeSaveEat".  
"Remeja'mmm" es un proyecto que nació en Cataluña con la colaboración de tres organizaciones: 1) "Fundación Rezero", que quiere  cambiar el modelo de producción y consumo hacia el Residuo Cero; 2) "Banc de Recursos", que pretende reducir el derroche alimentario y omentar la solidaridad; y 3) "Nutrición sin fronteras", con el objetivo de ptpteger el derecho universal a la alimentación de los ciudadanos en situación de pobreza. Entre otras cosas, "Remeja'mmm"  anima a los restaurantes a ofrecer a los comensales la alternativa de llevarse a casa las sobras de sus platos.
En Valencia existe una iniciativa que da una segunda vida a los alimentos que no se consumen: "La Nevera Solidaria". "La Nevera Solidaria" nació con el propósito de recuperar los excedentes de comedores y servicios de restauración para que cualquier persona pueda aprovecharselos a coste cero. Consiste en una red de neveras ubicadas en sitios estratégicos para que los vecinos puedan donar alimentos frescos a los que los necesiten antes de que se pierdan. Son iniciativas que, además de reducir el desperdicio alimentario; ayudan a practicar la solidariedad.
Por otra parte, hay que tener en cuenta los alimentos que se tiran a la basura en nuestras casa; aproximadamente un 14% del total de alimentos desperdiciados. A continuación, un sencillo consejo para evitar este desperdicio: al empezar la semana, y después de revisar el frigorífico y el congelador, conviene diseñar un menú para la semana y, con estos datos, hacer la lista de la compra. Conviene saber casi todo se puede congelar, incluido el caldo. Las patatas y los pescados congelados pueden cocinarse y, si sobran, volver a congelarseSi freímos carne o pescado y nos sobra, podemos aliñarlo con tomate, pimiento y cebolla para reutilizarlo como acompañamiento de pasta o arroz, relleno de empañadillas o lasaña, croquetas, etc. Son solo unas ideas.
Por último, se deben tener en cuenta los desplazamientos. No se puede seguir, por ejemplo, vendiendo en España naranjas procedentess de Argentina, cuando en España hay muzhas naranjas iguales o mejores. 

Fuente.- Distintas páginas web

lunes, 15 de abril de 2019

Nuevas tecnologías


Las opiniones acerca del impacto de las nuevas tecnologías sobre el trabajo asalariado son muy diversas,  pero predominan las que señalan que las nuevas tecnólogas reducirán  en extremo el trabajo asalariado, y conducirán a un mundo muy diferente del actual.
Sofisticados ordenadores, la robótica, las telecomunicaciones y otras formas de alta tecnología están sustituyendo rápidamente a los seres humanos en la mayor parte de los sectores económicos, en otras palabras, la gran mayoría de los trabajos van a desaparecer para no volver nunca jamás.
La revolución tecnológica en la que estamos embarcados apunta cambios a un ritmo vertiginoso. He leído, perdonen que no recuerde dónde, que expertos en la materia calculan que en solo una década cuatro de cada diez puestos de trabajo mutarán o simplemente desaparecerán.
¿Antes de cuarenta o cincuenta años la inmensa mayoría de los trabajos serán susceptibles de ser asumido por robots? Sin duda, hay actividades con mejores perspectivas que otras. De no cambiar el vigente sistema económico, el mundo acabará polarizándose en dos fuerzas, en dos tendencias potencialmente irreconciliables: por una parte, una élite bien informada controlará y gestionará la economía global de alta tecnología, y, por otra parte, un creciente mundo de trabajadores sin esperanzas de conseguir un trabajo aceptable. Ello sin perder de vista que algunos gurús tecnológicos piensan en fabricar robots con inteligencia equiparable a la humana para dentro de un par de décadas. ¿Para qué el ser humano?
Lamento no recordar donde ha leído que Raymon Torres, director de investigación de la Organización Internacional de Trabajo (OIT), se reconocía incapaz  de contestar si, con el desarrollo tecnológico, aumentará o reducirá en el futuro el número de puestos de trabajo,
Dadas las características del vigente sistema económico- social, su concepto del trabajo humano como mercancía sujeta al principio de la oferta y demanda, la protección de los trabajadores está, sin duda, amenazada si no se arbitran medidas de contención. Por ejemplo, y no es una entelequia, la empresa puede llamar  al trabajador cuando lo necesita y en la medida que lo necesita, por lo que no está garantizado ni un salario mínimo ni una jornada laboral preestablecida. Como sea de acudir cuando el empresario lo requiera, el empleado está sujeto a un acuerdo de exclusividad. Los últimos datos disponibles indican que unos 700.500 trabajadores en Gran Bretaña tienen esos contratos (un 19% en el último año).
Paul Mason indica en su libro Postcapitalismo. Hacia un nuevo futuro (Paidós, 2016:16)  que “las tecnologías que hemos creado no son compatibles ya  con el capitalismo; no, al menos, en la forma actual de este, y, posiblemente, tampoco en ninguna otra forma  que pueda adoptar sin perder su nombre. Y desde el momento mismo en que el capitalismo no puede ya adaptarse al cambio tecnológico, el postcapitalismo  se convierte en una necesidad. Pero también se convierte en una posibilidad en cuanto que surgen espontáneamente comportamientos y organizaciones adoptados al aprovechamiento de ese cambio tecnológico”. Depende de los ciudadanos el que esa posibilidad se convierta en realidad.
Según Jeremy Rifkin (La sociedad de coste marginal cero. El Internet de las cosas, el procomún colaborativo y el eclipse del capitalismo, 2014, Paidós, último párrafo). “La transición de la era capitalista a la Edad Colaborativa (economía social y solidaria) va cobrando impulso en todo el mundo, y es de esperar que lo haga a tiempo de restablecer la biosfera y de crear una economía más justa, más humanizada y más sostenible para todos los seres humanos de la Tierra en la primera mitad del siglo XXI”.
En la Introducción de un libro anterior, La civilización empática. La carrera hacia una conciencia global en un mundo en crisis, (2010, Paidós) Jeremy Rifkin escribe: “Quizá la cuestión más importante a la que se enfrenta la humanidad es si podemos lograr la empatía global a tiempo para salvar la Tierra y evitar el derrumbe de la civilización”.
Y, en 1996, se publicó otro libro  de Jeremy Rifkin, El fin del trabajo. Nuevas tecnologías contra puestos de trabajo: el nacimiento de una nueva era, en el que, como indica su título, Rifkin habla del nacimiento de un futuro no-capitalista, creado por la sociedad civil, una economía social y solidaria. Una nueva era.
En El País del 14 de abril de 2019 se puede leer un trabajo, “Cerezos en flor y banqueros angustiados” escrito por Moisés Naím, con motivo de su asistencia a la reunión del FMI y Banco Mundial en Washington.  Copio los párrafos finales. “Hace unos días, en vez de asistir a otro seminario del Banco Mundial, acepté la invitación de un grupo de siete banqueros que me invitaron a acompañarlos a ver los cerezos en flor.  […]  Pero, para sorpresa, hubo un claro consenso entre mis compañeros de paseo acerca de a necesidad de reformar, y urgentemente, el sistema capitalista. Pero, ¿cuáles deben ser esas reformas? Sobre eso no hubo consenso“.  Una parte de la sociedad civil o tercer sector ya ha empezado a construir una futura sociedad más humana, solo es necesario, y urgente, que esa parte sea cada vez mayor.
Seguiremos hablando de este tema. Es muy importante y urgente.

sábado, 6 de abril de 2019

Postcapitalismo y economía colaborativa


En el libro Postcapitalismo. Hacia un nuevo futuro (2016, Paidós), Paul Mason, periodista y divulgador  que trabajó más de una década como editor de economía en la BBC, pone de manifiesto cómo será el fin en capitalismo y, lo más importante, cómo se está avanzando hacia una sociedad más justa y equitativa.
Paul Mason dedica el capítulo 9 de ese libro a lo que llama “Motivos racionales para el pánico”: el cambio climático, el aumento de la población mundial (una bomba de relojería) y “una élite global en estado de negación”. Hoy me voy a limitar al cambio climático.
Para empezar escribe: “En el trajeado mundo de las altas esferas políticas y económicas y las cumbres del clima, reina una calma autocomplaciente”. Sin embargo, esta calma autocomplaciente no es la que reina entre “las personas cuyas vidas han sido destruidas por las inundaciones, la deforestación y la invasión de los desiertos”. Si los escucháramos “comprenderíamos mejor lo que se nos viene encima: el más absoluto desbarajuste planetario”.
Entiendo por “calma autocomplaciente” las recientes manifestaciones de la directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI). En El País (3 de abril de 2019), se indica Christine Lagarde, en la Cámara de Comercio de Estados Unidos, alertó de un ”crecimiento precario”, “la economía global pierde ímpetu”,” la moderación, como ya han advertido otros organismos globales, es más pronunciada de lo que se anticipaba y crea nerviosismo”.  Ni una sola palabra, sobre la imposibilidad de un crecimiento ilimitado en un planita con recursos limitados y, absolutamente nada, sobre el cambio climático.
Sin embargo, comenta Paul Mason, “el quinto informe del IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático) publicado en 2003, deja inequívocamente claro que el mundo de está calentando:
Desde la década de 1950, muchos de los cambios observados no han tenido precedentes en los últimos decenios a milenios. La atmósfera y los océanos se han calentado, los volúmenes de nieve y hielo han disminuido, el nivel del mar se ha elevado y las concentraciones de gases de efecto invernadero han aumentado.
El IPCC, está convencido de que tales cambios han sido causados principalmente por el consumo humano de ”fuentes de energía basadas en el carbono para impulsar el crecimiento económico”. Para impulsar el crecimiento económico y aumentar las ganancias económicas de las empresas multinacionales, que saben que no van a ser castigadas por cometer un ”ecocido” y crímenes de lesa humanidad. En el mismo periódico, en el que se recogía las manifestaciones de FMI indicadas, se publicaba una noticia en la que de indicaba que “Repsol ha alcanzado un acuerdo marco con la rusa Novatek para la firma de un megacontrato a largo plazo de compra de gas natural licuado (GNL) procedente del yacimiento de Yamai, en Siberia. El contrato supondría el suministro de un millos de toneladas anuales, durante 15 años […] En septiembre de 2018, la petrolera, presidida por Antonio Brufau ya firmó un contrato con Venture Global LNG para el suministro de un millón de toneladas anuales de gas natural licuado durante 20 años…”.
Paul Mason habla de lo irracional de ese comportamiento, e indica la imposibilidad de hacer frente al cambio climático siguiendo las premisas (los mercados) en las que se apoya el capitalismo. En relación con el comportamiento de las elites indica que “en cierto sentido, han comprendido que, si el cambio climático es real, el capitalismo está acabado”.  Realiza un defensa apasionada del ser humano y considera que los hombres y mujeres van a ser capaces de “romper las cadenas del mercado”.
En el capítulo 10 “Proyecto cero”, empieza el apartado “Cinco principios para la transición” hablando de los “bienes, el trabajo y los servicios que se proveen de manera colaborativa, más allá del mercado. Son débiles, pero son señales de que ya se ha abierto una ruta para trascender el capitalismo, una ruta fundada sobre el fenómeno de producción y el intercambio no mercantiles, e impulsada por la tecnología de la información”.
Ahora no debo extenderme más, pero sí señalar la coincidencia con lo que indica Jeremy Rifkin (La sociedad de coste marginal cero. El Internet de las cosas, el procomún colaborativo y el eclipse del capitalismo, 2014, Paidós) al referirse a la emergencia de un nuevo paradigma económico capaz de eclipsar al capitalismo. Y el único capaz de resolver el problema del cambio climático, si actuamos con rapidez.