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martes, 3 de septiembre de 2019

Pagar por prestar dinero


¿Cuál es la misión de los bancos? Para quien consiga ahorrar algo de dinero, lo deposite en el banco  y éste se lo preste a los clientes que necesiten un crédito. Lógico. Así funcionaba el sistema. Pero parece que eso ha cambiado. Si no estoy confundida, ahora el ahorrador que deposita su dinero en el banco en lugar de recibir intereses, debe  remunerar al banco, es decir, paga por prestar dinero, es la era de los tipos de interees netativos.  Según explica Joaquín Estefanía (El País, 30 de junio de 2019),  que en la era de los tipos de interés negativos nos encontramos con bancos centrales que aplican una remuneración negativa  a los depósitos que en ellos deja la banca privada:  con Gobiernos y empresas que emiten deuda dinero a quien la adquiere o con entidades financieras que cobran a sus clientes en lugar de remunerarles por sus depósitos.  No es de extrañar que el presidente de la Asociación Española de Banca, José María Roldán, haya dicho: “Los tipos de interés negativos son un contradiós. ¿Qué es un tipo de interés? Es una remuneración al ahorro. ¿Y que es ahorro? Es la renuncia a consumir hoy para consumir mañana. Y con los tipos negativos penalizamos el ahorro en un momento de envejecimiento de la población, lo que es muy paradójico”.
Entiendo que de lo que se trata es de alentar el consumo, activar la economía. Decisión que pone de manifiesto una gran ignorancia acerca de las características del planeta Tierra, “nave espacial” en la que vivimos.
El planeta Tierra es un sistema cerrado, puede intercambiar con el exterior energía (por ejemplo, energía solar) pero ningún tipo de material (por ejemplo, residuos). 
Hace años que distintos grupos de expertos han señalado la urgente necesidad de cambiar de manera de pensar. Uno de ellos es el Club de Roma. El
En 1072, se publicó en la revista The Ecologist  un “Manifiesto para la supervivencia, un  verdadero programa para frenar la carreta hacia el caos ecológico, al que se adhirieron cerca de cuarenta destacados científicos británicos de, prácticamente, todas las ramas del saber (biólogos, zoólogos, geógrafos, genetistas, economistas y bacteriólogos), varios de ellos galardonados con el Premio Nobel. En España, este trabajo apareció traducido en forma de libro en el que se indican una serie de medidas a adoptar para impedir el suicidio de la Humanidad. La comunidad científica internacional lleva años señalando los riesgos que para la Humanidad tiene nuestro actual modo de vida.
Conferencia de Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible. El desarrollo sostenible es uno capaz de satisfacer las “necesidades   de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para sus propias necesidades”.
El 25 de septiembre de 2015, los 193 miembros de Naciones unidas aprobaron la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, que incluye 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Diseña un plan para el futuro y establece la necesidad de un cambio de rumbo hacia un mundo sostenible.
Alguien dirá que urge que los dirigentes políticos tomen conciencia de los graves problemas con que se enfrenta, en estos momentos, la Humanidad, pero pasa el tiempo y, prácticamente, no hacen nada. Están preocupados por otras cosas, como construir vallas y muros en las fronteras entre países y atender a las exigencias de las grandes empresas multinacionales o transnacionales.
Son los ciudadanos lo que han empezado a llevar a cambio  ese necesario cambio económico y cultural alternativo, a pesar de los obstáculos que ponen las actuales élites.
No soy economista y puede que no haya sido capaz de adivinar todas las consecuencias de unos tipos de interés negativos, pero no acepto que se hable de activar la economía, una economía cuyo principal objetivo es el crecimiento económico y que lleva a una creciente desigualdad entre unos y otros ciudadanos, todos seres humanos.

viernes, 7 de junio de 2019

¿Qué está pasando con el capitalismo?


En un trabajo periodístico “Desigualdad económica: ¿qué hay de nuevo?” para El País (2 de junio de 2019), Moisés Naím señala que, no hacía mucho,  el fundador de Bridgewater, uno de los fondos de inversión más grandes del mundo, Ray Dalio,  dijo: “Soy capitalista y hasta yo digo que el capitalismo está roto. Si el capitalismo no evoluciona, va a desaparecer”.  Según la revista Forbes, Dalio ocupa el puesto número 60 en la lista de las personas más ricas del planeta.
Por otra parte, también según Moisés Naím , Jamie Dimon, jefe del gigantesco banco JPMorganSchase, cuyo sueldo el año pasado fue de 30 millones de dólares, también anda preocupado por la salud del capitalismo. “Gracias al capitalismo, millones de personas han salido de la pobreza, pero eso no quiere decir que el capitalismo no tiene defectos, que no esté dejando mucha gente atrás o que no debe ser mejorado”.    
¿Cómo es que los titanes de la industria, cuyos intereses están muy unidos al capitalismo, lo estén criticando de esa manera?
Naím indica que “en el mundo académico hay las mismas preocupaciones” y señala a Paul Collier, importante economista, profesor de la Universidad de Oxford, citado varias veces en este blog por su libro El club de la pobreza (Turner, 2009). Paul Collier  ha publicado recientemente (año 2018) un libro El futuro del capitalismo, en el que advierte que  “el capitalismo moderno tiene el potencial de elevarnos a todos a un nivel de prosperidad sin precedentes, pero actualmente está en bancarrota moral y va encaminado hacia una tragedia”.
La crítica más común es la gran desigualdad económica a que conduce el capitalismo: pequeñas élites donde se concentran ingresos y riqueza (el famoso 1%) y grandes masas condenadas a la pobreza.  Moisés Naím indica que esta crítica “se había atenuado gracias al éxito que tuvieron países como China, India y otros en reducir la pobreza”, debido, según él, “en gran medida, a la adopción de políticas de liberalización económica que estimularon el crecimiento, el empleo y aumentaron los ingresos”.
Pero la crisis financiera de 2008,  más bien, las políticas aplicadas para solucionar el problema, está haciendo insostenible la  desigualdad entre ricos y pobres.  Para terminar, Naím  dice: “El impacto  de la inteligencia artificial en la desigualdad es aún incierto, pero todo indica que será enorme. Y esta novedad puede hacer obsoletas todas nuestras ideas acerca de las causas de la desigualdad y sus consecuencias”.
El hecho de que en este texto se citara el libro de Paul Collier El futuro del capitalismo, me ha recordado a Paul Mason, columnista de The Guardian y una de las caras más conocidas del canal británico Channel 4, autor de un libro titulado Postcapìtalismo. Hacia un nuevo futuro (Paidós. 2016), en el que se plantea la posibilidad de que el capitalismo  haya alcanzado sus límites y esté mutando en algo totalmente nuevo.  En la Introducción, Paul Mason indica que “lo que comenzó en 2008 como una crisis económica mutó con los meses en una crisis social y ahora ha pasado a ser una crisis global”.  En esa Introducción señala: “La élite y sus partidarios cierran filas  en defensa de los mismos principios nucleares: las altas finanzas, los bajos salarios, el secretismo, el militarismo, la propiedad intelectual y la energía basada en el carbono. La mala noticia es que controlan casi todos los Gobiernos del mundo; la buena, que en la mayoría de países gozan de muy escasa aceptación o popularidad entre la gente”; e indica:  “Casi inadvertidamente, franjas enteras  de la vida económica están empezando a moverse a un ritmo diferente en los nichos y huecos que deja abiertos el propio sistema de mercado. Allí han proliferado –muchos de ellos como resultado directo de la descomposición de antiguas estructuras tras la crisis de 2008- monedas paralelas, bancos de tiempo, cooperativas y espacios autogestionados; y los economistas profesionales apenas se han percatado de ello”.  Los medios la han llamado economía colaborativa. También se habla de “procomún” y de “producción entre iguales”, pero pocos se han molestado en preguntarse qué significa para el capitalismo en sí.
Es lo que Jeremy Rifkin, en su libro La sociedad de coste marginal cero (Paidós, 2014), llama “procomún colaborativo”, del que, en este blog,  ya he hablado en varias ocasiones. Según Jeremy Rifkin: “La transición de la era capitalista a la Edad Colaborativa va cobrando impulso en todo el mundo, y es de esperar que lo haga a tiempo de restablecer la biosfera y de crear una economía global más justa, más humanizada y más sostenible para todos los seres humanos de la Tierra en la primera mitad del siglo XXI”.  

lunes, 3 de junio de 2019

Lección desde las antípodas


En la Introducción de su libro Libres. Ciudadanas del mundo, Carmen Alborch indica: “Las protagonistas de este libro intentan ejercer la libertad, en su vertiente pública y en su dimensión interior; son mujeres que anhelan y aspiran a esa libertad, y la ponen en relación con la dignidad y la diversidad humanas. Todas colaboran en la construcción de un mundo –de un modelo social también- en el que la libertad de las mujeres, y en consecuentemente de todos los seres humanos, es objetivo central”.
De las nueve mujeres que conforman ese libro hoy he elegido a Marilyn Waring economista neozelandesa, porque estoy convencida , -por lo que de ella he aprendido-, que jugará o ha jugado un papel decisivo en la implantación en Nueva Zelanda, un presupuesto que, como dijo Cristina Manzano, en el artículo de opinión citado en mi última “entrada”, no se medirá por Producto Interior Bruto (PIB), el parámetro, en la actualidad empleado para medir el crecimiento económico: será un “presupuesto de bienestar”.
Según comenta Carmen Alborch en el libro anteriormente citado, Marilyn Waring siempre se ha quejado, por una parte, de que la actual economía mundial pasa por alto el valor de la naturaleza, defiende el valor del medio ambiente. “La madera que se obtiene de la tala de un roble puede tener un valor, digamos, de 1.000 euros; pero ¿cuánto vale ese mismo roble en su lugar y creciendo lentamente a lo largo de los años?”(2004:316). Y, por otra parte,  que la economía dominante ignora el trabajo no remunerado de las mujeres. “Veámoslo con un nuevo ejemplo: digamos que M es una mujer felizmente casada. Tiene dos hijos. Es ama de casa. Por decisión propia o por cualquier otra razón, M no trabaja; o, lo que es lo mismo, pertenece a la categoría de la población no activa o no  productiva. Sin embargo, M  realiza trabajos que se consideran productivos generalmente: un cocinero recibe un salario,  un planchador recibe un salario, un enfermero de primeros auxilios recibe un salario y una empleada doméstica recibe un salario. M realiza todas estas labores en su hogar, pero no recibe un salario.  Todas estas labores domésticas -estos trabajos- tendrían una compensación económica fuera de su casa; pero en su propio domicilio, estas tareas se aceptan naturalmente, como si fuera natural que la mujer, por serlo, debiera asumir gratuita y voluntariamente todos esos trabajos. […] Éste es el error fundamental del aspecto masculino de la economía”.  
En palabras de Carmen Alborch,  “Marilyn Waring comprendió entonces que todo radicaba en el sistema contable de las naciones. Un sistema semejante no podía ser sensible a los valores que se negaba a reconocer; no valoraba el trabajo de la mitad dela población del planeta y, desde luego, tampoco valoraba al mismo planeta; este sistema era el causante de la pobreza generalizada, de la ineficacia ante la enfermedad y la muerte de millones de mujeres y niños; fomentaba los desastres naturales y acabará por matarnos a todos” (2004:317).
Unos párrafos más tarde, en un apartado que Alborch titula “De la vida y la muerte: ¿cuánto vale niño”, se puede leer: “Los sucesivos tratados que aconsejaban la restricción en la producción de armas se ha incumplido sistemáticamente. Ni siquiera los protocolos sobre armas químicas o armas de destrucción masiva se han verificado. Las estadísticas sugieren que el armamento actual sería suficiente para matar doce veces a cada individuo del planeta; como señala Waring, la cuestión es risible, ya que bastaría dividir el gasto armamentístico por doce para asegurar la perfecta destrucción de la Humanidad.  La incompetencia llega al extremo de que los gobernantes han empleado setecientos millones de dólares por individuo -para matarlo-  pero su inversión para que viva es infinitamente menor. […] En ningún lugar se contabiliza la muerte, la pobreza, la pérdida de los hogares, los refugiados, las fuentes de alimentos destruidas, ni un medio ambiente cada vez más frágil y explotado. […]. Las cifras sobre la guerra y la industria armamentística, puestas en relación con la pobreza, la enfermedad o la supervivencia, son escalofriantes”.
Considero muy interesante conocer el nuevo presupuesto de Nueva Zelanda, anunciado por Cristina Manzano en su artículo “Lección desde las antípodas”

miércoles, 29 de mayo de 2019

Alternativas al PIB


“Nueva Zelanda será el primer del país del mundo con un presupuesto que se medirá no por el crecimiento económico (PIB) sino por el bienestar de su ciudadanía”, así empieza un artículo de opinión, “Lección desde las antípodas”, publicado en el periódico El País del día 17 de mayo de 2019.  En él,  su autora, Cristina Manzano, dice: ”Uno de sus objetivo es que el presupuesto esté, también, al servicio de los que se ha quedado atrás; de los que, pese a vivir en uno de los países más desarrollados del mundo, no pueden disfrutar de su prosperidad”.
“El de sustituir el PIB como única vara de medir el existo  es un debate que viene de lejos. Aunque es la primera vez que un país organiza su presupuesto –su principal herramienta política- en torno a esa idea”.  
No es la primera vez que un país organiza todo su presupuesto sin tener en cuenta el PIB como única vara de medir su éxito. He recordado el caso de Bután, situado en la región del Himalaya, entre China e India. Cuenta con una población de unos 700.000 habitantes y un territorio similar en extensión a Suiza. Las autoridades de ese país decidieron, en un momento determinado sustituir el Producto Nacional Bruto (PNB) por la Felicidad Nacional Bruta (FNB). 
Jeffrey D. Sachs, director del Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia y profesor en esa misma universidad, escribió un trabajo publicado en ese mismo periódico el 4 de septiembre de 2011 bajo el título "La economía de la felicidad", en el que señala que decenas de expertos se reunieron en la capital de Bután, Thimphu, para analizar la experiencia del país. "Nos reunimos tras una declaración de la Asamblea General de Naciones Unidas del mes de julio que instó a los países a examinar de qué manera las políticas nacionales pueden promover la felicidad en sus sociedades". En ese trabajo, Sachs señala las conclusiones a las que llegó acerca de qué manera puede reordenarse la vida económica "para crear una sensación de comunidad, confianza y sostenibilidad ambiental".  Según él, no deberíamos denigrar el valor del progreso económico, porque alivia la pobreza, un paso vital para fomentar la felicidad. Cuando la gente tiene hambre, carece de las necesidades básicas, como agua potable, atención médica y educación, y no tiene un empleo digno, sufre. Progreso económico, pero no olvidando que la búsqueda inquebrantable del PIB ha llevado a grandes desigualdades en materia de riqueza y poder, ha alimentado el crecimiento de una vasta subclase, ha sumergido a millones de niños en la pobreza y ha causado una seria degradación ambiental.
Por su parte, Cristina Manzano indica, en el artículo mencionado: “Detrás de todo ello está la necesidad, acuciante, de buscar alternativas a la vorágine de consumo y destrucción del planeta en la que estamos inmersos”.  Como ejemplo, recuerda El informe Los límites al crecimiento, del Club de Roma de 1972, que “alertaba del colapso de los recursos naturales al que nos abocaba un crecimiento económico y demográfico desbocado”.
 Y para terminar recuerda un artículo, “Un declive sin precedentes” (El País, 14 de mayo de 2019) en el que Joaquín Estefanía reclamaba “la alineación del presupuesto español con la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible”. “Agenda 2030, una especie de nuevo contrato social global de valores ciudadanos que desborda al producto interior bruto (PIB)   como la fórmula de medición más idónea del bienestar de los individuos y los países. La Agenda 2030 ha sido definida como una visión compartida del desarrollo; un desarrollo que no puede basarse solo en el crecimiento económico, sino que  ha de sustentarse en una economía ética (no sería un oxímoron) que favorezca sociedades inclusivas y que respete el medio ambiente: el desarrollo será sostenible o no será, dicen los promotores de la agenda”.
Con ocasión de las Elecciones Europeas, Frans Timmermans, candidato a presidir la Comisión europea, en uno de sus viajes a España dijo: “La UE no sobrevivirá si no regulamos la nueva economía”. (El País, 24 de mayo de 2019).

miércoles, 20 de marzo de 2019

Frio económico


“Frio económico” es el título de un artículo de opinión publicado en El   País  (11 de marzo de 2019). Según ese artículo “La economía mundial y la europea están atravesando por una situación compleja cuya manifestación más evidente es una desaceleración en el crecimiento [económico]”.
“Situación compleja” `porque, para el vigente sistema el crecimiento económico es un fin en sí mismo¸ es como un dios al que hay que tener contento por encima de todo y de todos. Son múltiples las noticias que nos hablan del crecimiento económico y es el único tema del que, después de la crisis, ha mencionado el FMI.
¿De qué manera puede afectar al bienestar de los ciudadanos esa desaceleración del crecimiento económico?  Según la teoría de la filtración o teoría de la permeabilidad, los beneficios del crecimiento económico, en algún momento, se filtran y llegan a la capa social más baja, es decir, a los pobres. Sin embargo, afirma el Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz “la economía de la filtración nunca fue mucho más que una creencia, un artículo de fe”. El crecimiento económico siempre ha sido bueno para las élites, pero nunca ha aumentado el bienestar de las clases sociales más bajas.
Algo que no siempre se explica con detalle es que, en la actualidad, el parámetro utilizado para medir el crecimiento económico de un país en su Producto Interior Bruto (PIB). En palabras de Jeremy Rifkin (La civilización empática.  La carrera hacia una conciencia global en un mundo en crisis, 2010: 538) “El problema del PIB es que únicamente mide que valor total de la suma de bienes y servicios generados durante un periodo de doce meses, pero no distingue entre aquellas actividades económicas que realmente mejoran la calidad de la sociedad y aquellas negativas que empeoran dicho estándar”, por ejemplo,  entran en el PIB los gastos militares. En su libro  Libres. Ciudadanas del mundo (2004:327) compara los gastos en armas con el dinero necesario para satisfacer las necesidades básicas de muchas personas y llega a la siguiente conclusión:  “La estimación aproximada del coste de la provisión de agua potable y sanidad para los seres humanos y para otras especies animales es de veinte mil millones de dólares: menos que el gasto correspondiente en armamento durante quince días; sin embargo, la mitad de la población del planeta carece de tales recursos”. A la misma conclusión han llegado muchos otros estudiosos preocupados por el tema. Antes al contrario, pues para elevar el valor del PIB de un país es necesario aumentar el consumo interno y externo (exportación) que en un entorno competitivo, lleva al ciudadano a lo que se llama “modo de vida esclavo”, “trabajar más, ganar menos y consumir el máximo posible”.
Por otra parte, el crecimiento económico genera agresiones medioambientales que, en muchos casos, son irreversibles y que provocan el agotamiento de recursos que no van a estar a disposición de las generaciones venideras. No se puede perseguir un crecimiento económico ilimitado en un planeta cerrado, es decir, con recursos limitados. Sin embargo, en la “nave espacial Tierra” que habitamos,  no hay límites para el desarrollo humano.  
Por suerte, es muy probable que al calcular el crecimiento económico las élites no hayan tenido en cuenta el número de ciudadanos que son decrecentistas, el aumento del número de comunidades de transición, o el impulso que últimamente está adquiriendo la economía colaborativa. Según Jeremy Rifkin, en su libro La sociedad de coste marginal cero. El Internet de las cosas, el procomún colaborativo y el eclipse del capitalismo (2014),  “es probable que en los próximos decenios el papel del PIB como indicador de la economía se vaya reduciendo a medida que la economía colaborativa vaya cobrando impulso en todo el mundo. A todos nos urge que este nuevo paradigma económico –la economía colaborativa- eclipse rápidamente al capitalismo; nos urge crear un índice de prosperidad que tenga en cuenta la característica de sistema cerrado del planeta en que vivimos y crear, como he dicho varias veces, una economía global más justa, más humanizada y sostenible para todos los seres humanos que habitarán la Tierra en el futuro”. Todo depende de los ciudadanos.