Como se reconoció después de la Primera y Segunda Guerras Mundiales, todos los seres humanos somos iguales. En la nave espacial todos los asientos son iguales. Sin embargo, existen unos pasajeros que viajan cómoda y lujosamente y un gran número que casi no tienen sentarse y al que no llegan los servicios básicos de alimentación y sanidad, con el agravante de que los ocupantes de los lugares más cómodos no están satisfechos y con el deseo de tener más están destrozando partes esenciales de la nave, algo que, sin duda, conducirá a que el viaje termine para "todos" los seres humanos. La nave espacial proseguirá su viaje por el universo sin la especie humana: no son imprescindibles los seres humanos.
Pero hay esperanza. Entre los seres humanos que viajan en esa "nave" hay algunos responsables que están trabajando para hacer conscientes de la situación a la mayor parte de sus vecinos, condición indispensable para que los más poderosos no sigan destrozando partes esenciales de la nave.
La primera llamada de atención tuvo lugar en 1972, gracias a una investigación auspiciada por el Club de Roma, realizada por el profesor Dennis L. Meadows y sus colaboradores del Instituto Tecnológico de Massachusetts y que dio lugar a la publicación del libro Los límites del crecimiento. El problema central que se plantea es la capacidad del planeta en que convivimos para hacer frente a un crecimiento económico que utiliza grandes cantidades de recursos naturales y que en esa utilización provoca grandes deterioros medio ambientales y pone en peligro el equilibrio ecológico global. "Las naciones industrializadas, que consumen la mayor parte de los recursos naturales del mundo en beneficio de una pequeña parte de la población, marchan ciegamente hacia niveles de consumo material y deterioro físico que a la larga no pueden sostenerse. Y con ello se distancian cada vez más de las naciones de menor desarrollo, en el que viven dos tercios de los habitantes del globo."
Las élites rechazaron -y siguen rechazando- las advertencias contenidas en ese informe. Cuatro décadas más tarde, cuando se están viendo "las orejas al lobo" o, mejor dicho, en algunos lugares están sufriendo los destrozos que es capaz de ocasionar el "lobo", han empezado a aparecer grupos organizados (la Fundación Conama, Fuhem, el Foro Transiciones, etc) para dar a conocer la encrucijada en que nos encontramos, indicar que la única solución es, por una parte, conocer las mentiras que nos dicen acerca de la necesidad de consumir para reactivar la economía y, por otra, practicar la desobediencia civil, renunciando a participar en el crecimiento económico y trabanjado a favor de los países a los que se están robando los recursos naturales que se utilizan. Consumir menos pensando en las generaciones futuras. Entonces nos daremos cuenta de que podemos ser más felices.
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