En septiembre de 2015, más de 150 jefes de
Estado y de Gobierno se reunieron en la histórica Cumbre de Desarrollo
Sostenible (Organización de Naciones Unidas) en la que se aprobó la Agenda
2030. Esta Agenda contiene 17 objetivos se aplicación universal para lograr un
mundo más justo, sostenible y pacífico. El Objetivo número 10 es “reducción de
las desigualdades”. Según el correspondiente documento: “La desigualdad de
ingresos es un problema mundial que requiere soluciones globales. Estas
incluyen mejorar la regulación y el control de los mercados y las instituciones
financieras y fomentar la asistencia
para el desarrollo y la inversión extranjera directa para las regiones que más
lo necesitan. Otro factor clave para salvar esta distancia es facilitar la
migración y la movilidad segura de las personas”.
Oxfam Internacional, una confederación
internacional de 20 organizaciones que trabajan juntas en más de 90 países,
como parte de un movimiento global a favor del cambio, para construir un futuro
libre de la injusticia que supone la pobreza, hizo público el 2 de enero de 2018 un informe,
“Premiar el trabajo, no la riqueza”, en que decía que el 82 % de la riqueza
mundial generada en 2017 benefició al 1 % más rico de la población mundial,
mientras que 3.700 millones de personas, que constituyen la mitad más pobre del
planeta, no vieron nada de esa riqueza.
Y, añadía que “ese mismo año 2017 el
número de multimillonarios experimentó su mayor aumento en la historia,
con un nuevo multimillonario cada dos días”.
Una, pero no la única, causa de la enorme
desigualdad existente entre países es consecuencia de un sistema que predica la
falta de regulación y libertad de movimiento de las empresas por todo el mundo:
deslocalización de la actividad productiva.
La deslocalización de la actividad productiva,
contrariamente a lo que podría desearse, no supone una ayuda a los países
pobres, sino su explotación, al mismo tiempo que una pérdida de puestos de
trabajo en los países industrializados.
Todo ello acompañado de un incontrolado deterioro ambiental y una falta de
consideración de los trabajadores, en ocasiones niños y niñas, como seres
humanos. Para el vigente sistema económico-social, las ganancias económicas de
las grandes empresas están por encima de las personas y el medio ambiente. Un
sistema que, por una parte, considera que ética y economía son incompatibles,
y, por otra, intenta convencernos de que no somos homo sapiens sino homo económicus.
Según el profesor de Filosofía Moral, Jesús
Conill, en Ética para la sociedad civil (Universisad de Valladolid, 2003:121) el vigente sistema económico no ha surgido de la nada, sino que es
consecuencia de una serie de decisiones y de acuerdos internacionales en los
que no han intervenido los ciudadanos y que está llevando la Humanidad hacia el
precipicio. Era necesario el diseño de unos objetivos que nos lleven a un mundo
sostenible. Pensando en el mundo que
vamos a dejar a las generaciones futuras, estamos obligados a colaborar con
quienes están trabajando para que esos objetivos se alcancen en 2030.
2 comentarios:
Es la aplicación del darwinismo social a escala planetaria.
De acuerdo contigo. Pero urge su sustitución.
Un saludo
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