Se entiende por Responsabilidad de la Empresa (RSE)
–algunos prefieren decir Responsabilidad
Social Corporativa (RSC), al conjunto de comportamientos éticos de una empresa,
relacionados con sus impactos sociales, medioambientales, laborales y derechos
humanos. Una empresa socialmente responsable debe contar con gestores que, sin
descuidar la búsqueda de beneficios económicos, tengan en cuenta el futuro a
medio y largo plazo, es decir, que se
preocupen por el planeta que van a dejar en herencia a sus hijos y nietos.
Es fácil apreciar la imposibilidad de que, en el
contexto de un sistema económico
en el que se considera que la ética es una interferencia en el
funcionamiento del mercado, las empresas no acepten ninguna responsabilidad
social.
En general, las empresas piden que la RSE sea algo
voluntario, argumentan que no se deba obligar a nadie a un comportamiento ético. Curiosa separación entre ética y
economía que no tiene lugar en la vida normal. ¿Acaso la actividad empresarial no
es una actividad humana como cualquier otra?
¿Qué pensar de los crímenes ambientales de los que
son culpables y su lucha para que no se consideren un crímenes contra la
humanidad?
En el panorama actual del cambio climático y una
insoportable desigualdad económica origen de disturbios y protestas de todo tipo, la responsabilidad
social está generando uno de los debates más acuciantes.
A ese respecto, es extremadamente importante la
declaración de la Busines Roundtable, realizada en el verano de este año. La
organización Busines Roundtable reúne a los presidentes ejecutivos de 181 de
las mayores empresas de Estados Unidos, desde Amazon hasta Xeros, pasando por las mayores empresas de comercio
minorista (Almart), tecnología (Apple), energía
(Exxon Mobil),
telecomunicaciones, automóvil (Ford), finanzas… Se trata de compañías que cuentan con más de 15 millones de empleados y unos
ingresos anuales superiores a 7 billones de dólares. En la citada declaración, esta organización
indicó que las empresas, en lugar de pensar únicamente en los beneficios
económicos, política que mantienen desde
hace veinte años, deben pensar en el
bienestar de todos los grupos de interés.
Por esa iniciativa o por cualquier otro motivo que
desconozco, las empresas se están sintiendo obligadas a anunciar el cambio de algunos de sus
comportamientos. Larry Fink, director
ejecutivo de BlackRock, el administrador de fondos más grande del mundo dijo a
sus clientes que “solo haría negocios con empresas que beneficiaran a la
sociedad de alguna manera”.
Otros multimillonarios estadounidenses, como Warren
Buffet, Bill Gates o Ray Dalio han hecho
llamadas para reducir la desigualdad, “como si una voz de alerta estuviera
murmurando a sus oídos que para salvar el capitalismo, hay que arreglarlo”.
El Foro Económico Mundial, más conocido como foro de
Davos –que reúne a los más importantes líderes empresariales y políticos cada
año en Suiza- publicó hace unos días el Manifiesto
de Davos. Se trata de una declaración sobre los principios deberían seguir
las compañías, muy parecida a la realizada por Business Roundtable.
Klaus Schwab, fundador y presidente ejecutivo del
foro ha escrito: “Las empresas deberían pagar un porcentaje justo de impuestos,
mostrar tolerancia cero frente a la corrupción,
respetar los derechos humanos en sus cadenas globales de suministro y
defender la competencia en igualdad de condiciones”. Señala que es necesario ajustar la
remuneración de los ejecutivos, que desde la década de 1970 se ha disparado. Y
añade que el fin último de las empresas debe ser “mejorar el estado del mundo”.
¿Qué pretenden, en realidad?
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