En relación con lo, últimamente, sucedido en Estados Unidos, he leído en un periódico que “los gigantes tecnológicos silenciaron al presidente”, Donald Trump. ¿No resulta importante e inquietante comprobar el poder de Zuckerberg y sus acólitos?
Como indica Soledad Gallego-Díaz, en El País del día 11 de este mes, “los medios de comunicación están sometidos mal que bien, en casi todo el mundo, a leyes antimonopolio que garantizan la pluralidad de puntos de vista y líneas editoriales distintas y contrapuestas. Por eso, porque se garantiza la pluralidad y porque medios con una editorial pública y notoria, que responden ante los tribunales por aquello que publican o emiten, pueden en un momento dado interrumpir un discurso electoral del presidente de Estados Unidos o de cualquier candidato, sin que sufra por ello la democracia. No tiene nada que ver con lo que han hecho Facebook y Twitter al cerrar por iniciativa propia las páginas del presidente Trump. Ni Facebook ni Twitter son medios periodísticos, sino simples plataformas de comunicación entre usuarios, sin línea editorial, y no está dentro de su capacidad suprimir la comunicación” entre sus usuarios.
“El caso Trump pone de manifiesto mejor que ningún otro la diferencia entre periodismo y comunicación, entre empresas de medios y empresas que son plataformas tecnológicas, con 1.000 millones de usuarios. Zuckerberg debería dejar en paz a sus usuarios hasta que un juez o una ley diga que hay cosas que es ilegal que publique y someterse, eso sí y lo antes posible, a las leyes antimonopolio industrial”.
También me parece muy importante que el hecho de que haya unas pocas personas que consigan “acumular fortunas tan extraordinarias que sus contemporáneos puedan decir, con razón, que nunca antes fueron vistas”. Es un muy grave defecto del capitalismo, como sistema político; un sistema que conduce a una inadmisible, desde el punto de vista humano, desigualdad económica.
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