Los autores del artículo No es economía, es ideología terminan diciendo:
"Los economistas no deberíamos permanecer callados. (...) Necesitamos abrir sus puertas (las puertas de los Colegios de Economistas) de par en par, porque queremos impulsar en la sociedad la reflexión de los economistas y de todos los ciudadanos que quieran compartir el debate y las propuestas".
Esta afirmación me ha recordado por qué Botsuana no ha caído en la trampa de la maldición de los recursos y su política ha sido todo un éxito. Botsuana buscó el apoyo de asesores, independientes de las instituciones financieras internacionales, que explicaron "abierta y sinceramente sus políticas, mientras trabajaban junto a las autoridades para obtener el apoyo popular para sus propuestas y políticas". "Al revés del FMI, que trata básicamente con los ministros de Hacienda y los bancos centrales", estos asesores discutieron su plan con altos funcionarios, "con ministros y parlamentarios, en seminarios abiertos y en reuniones privadas". En definitiva, hicieron economía y no ideología, es decir, intentaron, en un entorno democrático, llevar a cabo una "administración recta y prudente de los bienes". (Al margen de todo esto, es interesante señalar que el 70 por ciento de Botsuana está cubierto por el desierto de Kalahari. El Cuerno de África tiene una porción menor de zona desértica, luego no digamos que toda la culpa de su situación se debe a la sequía).
Y me ha recordado una obra titulada El universo concentratario en la que su autor, David Rousset, que estuvo en los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial, indica que lo más nuevo en estos campos es que se les había dado una "estructura empresarial", en la que cada uno daba, en su trabajo, "lo mejor sin importarle lo que, al final, se haría con ello". Gracias a esta organización social del trabajo -indica- "fue posible que hombres sin ser bandidos o verdugos desvengozados", participaran en el "funcionamiento del campo de concentración". De forma análoga -señala- es posible que gracias a la organización social existente en los países ricos, también ahora, nadie se sienta culpable de nada y todos sean insensibles a lo que sucede a su alrededor.
Federico Mayor Zaragoza, en su libro La nueva página, mantiene una tesis análoga a la de David Rousset. "La docilidad, la pasividad, la sensación de ser un simple espectador, quizás sean consecuencia de una cultura que nos convierte en receptores de información y en testigos inertes de problemas al parecer insolubles. Pero no tiene que ser así". Según él, no podemos "limitarnos a contemplar los acontecimientos pasivamente, sin tratar de influir en su curso"; "en vez de limitarnos a la contemplación y la indignación -por importantes que sean las causas- hemos de estar dispuestos a actuar y procurar soluciones para el dolor y la pobreza", porque "una vida irreflexiva no es digna de vivirse".
El objetivo de todos estas consideraciones es que los ciudadanos nos lancemos a "compartir el debate y las propuestas" que anuncian los autores del artículo No es economía, es ideología.
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