En un artículo periodístico (El País, 6 de enero de 2010) titulado “Las tres crisis”, el sociólogo
francés, Alain Touraine indicó que, según estudiosos de distintas ramas del
saber, la crisis financiera que tuvo lugar en 2008 no era la única crisis que
debía preocupar; señalaban una crisis
ecológica y una crisis de derechos humanos, íntimamente relacionadas entre sí y
todas mundiales, no locales.
Según Touraine, la crisis ecológica además de ser cada vez más
apremiante, está en contradicción con el actual modelo económico que gira en torno al crecimiento económico. A
ello hay que añadir, como se ha indicado, una crisis de derechos humanos,
derechos universales que son pisoteados, tanto en los países del Norte como en
los países de. Sur.
Sin duda, para hacer frente a estas tres -que se
refuerzan mutuamente- es necesario un cambio de mentalidad,
Alaine afirma en el artículo citado: ”En vez de soñar
de manera irresponsable con una salida a la crisis , que suele definirse,
demasiado alegremente, en función de la reanudación de los beneficios de los
bancos, debemos tomar conciencia de la necesidad de renovar y transformar la
vida política para que sea capaz de movilizar todas las energías posibles contra
unas amenazas que son mortales […] Se
trata de defender al conjunto de la humanidad”.
A juicio de ese autor, no es el actual sistema
económico-social el que puede abordar el problema, pues sus instituciones
“están apoyadas por legiones de intereses que se oponen a un cambio
fundamental”, sino la acción de mujeres
y hombres que están vislumbrando las enormes posibilidades que tienen por el simple hecho de ser seres humanos y
que por ello se sienten en la obligación de transformar el sistema económica transformando
su modo de vivir. Es decir, solo los ciudadanos – esos “mujeres y hombres que
están vislumbrando las posibilidades que tienen por el simple hecho de ser
seres humanos- pueden hacer algo, en favor de las generaciones futuras.
Exactamente veinte días Touraine escribió en el mismo
periódico otra artículo titulado “La crisis dentro de la crisis”, y del que
hablaré en otra ocasión para no alargar demasiado este texto.
En la actualidad, esas crisis se han reforzado y solo
la Organización de Naciones Unidas intenta hacer frente a ellas, por una parte,
mediante reuniones que, como la que tuvo
lugar recientemente, en la que buscaba que los gobiernos se comprometieran a
actuar frente a la continua y cada vez más peligrosa elevación de la temperatura
del planeta Tierra y, por otra, el diseño de la Agenda 2030 relacionada con los
Objetivos de Desarrollo Sostenible,
Más tarde, leí un artículo (“Performances”, El País, 8 de agosto de 2012) de Enrique
Gil Calvo, sociólogo y profesor de la Universidad Complutense de Madrid, en el
que, prácticamente, repetía lo indicado por Touraine al indicar que estábamos en una crisis provocada
por los mercados financieros, pero que, según muchos estudiosos, ha sacado a la
luz dos importantes crisis, más o menos en hibernación: una crisis ecológica y una crisis moral. Tres
crisis –financiera, ecológica y moral- consecuencia de un sistema obsesionado,
entre otras cosas, por la no regulación y la competencia, pilares sobre los que
se asienta el actual sistema económico-social.
Según Enrique Gil Calvo, se acepta que la mejor
solución, es “la de convertir la actual crisis de los mercados en una verdadera
crisis del sistema, eventualmente capaz
de dar a luz un nuevo modelo de sociedad. Una sociedad sostenible y no basada
en el depredador capitalismo neoliberal
que, de ciclo en ciclo y de burbuja en burbuja, está conduciendo al planeta a
un inminente colapso, como el de la isla de Pascua, ahora masivamente
amplificado a escala global”. La solución,
algo utópica, según él, solo es posible
mediante una fuerte movilización que conduzca a un cambio de mentalidad.
Claudio Magris, uno de los grandes intelectuales de
nuestro tiempo, escritor italiano, traductor y profesor en la Universidad de Trieste,
en un ensayo que tituló Utopía y
desencanto. Historias, esperanzas e ilusiones (Barcelona, Anagrama, 2004),
escribió: “El mal radical, la radical insensatez con que se presenta el mundo,
exige que lo escrutemos hasta el fondo, para poderlo afrontar con la esperanza
de superarlo”.
Nota. “Las ayudas por la caída de Thomas Cook se
elevan a 800 millones” El País, 12 de
octubre de 2019. ¡Que necesario era ese dinero para paliar la pobreza infantil!
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