El 12 de junio fue declarado por la Organización
Internacional de Trabajo (OIT),
organismo de Naciones Unidas, como el
Día contra el Trabajo Infantil. Según UNICEF de dos a tres millones ni niños y
niñas son víctimas de trabajo infantil.
Una mina, una fábrica, un basurero, una plantación,… no son lugares para
niños o niñas. Sin embargo, millones de niños y niñas de levantan cada día para trabajar en las
condiciones más extremas, poniendo en peligro su salud, su educación y su
futuro.
La erradicación del trabajo infantil es algo muy importante y
muy urgente. Forma parte de la Declaración de los Derechos del Niño. En 1992,
la OIT creó el Programa Internacional para la Erradicación del Trabajo
infantil, con el objetivo de combatir el trabajo de niñas y niños que atenta a
su desarrollo. Su erradicación forma parte de los Objetivos de Desarrollo
Sostenible (ODS), adoptados por Naciones Unidas en 2015. No se podrán alcanzar esos objetivos si no
nos implicamos en la lucha contra el trabajo infantil. Los niños, niñas y
adolescentes, víctimas de este flagelo ven vulnerados sus derechos a la
educación (ODS 4. Educación de calidad) y a la buena salud (ODS 3. Salud y
bienestar), lo cual se traduce en mayores desigualdades y mantenimiento o
aumento en los niveles de pobreza. Ante esta situación, lograr cumplir con el
fin de la pobreza (ODS 1. Fin de la pobreza) y reducir la desigualdad (ODS 10.
Reducción de las desigualdades) será imposible antes de 2030.
Pero, a pesar de la reconocida urgencia del problema y de lo
indignante que puede ser su conocimiento, no parece fácil su solución, sino
modificamos nuestro actual sistema económico. Un niño o niña es más barato que
un adulto y “no hay ningún criterio moral capaz de alejar la economía de su
orientación al dinero”. ¿Qué instituciones, políticas y teorías económicas
necesitamos para orientar los mercados al bien común? Una economía sin alma. Y
sin alma moral los mercados dejan de ser buenas sirvientas del bien común para
convertirse en amas”.[…] “Necesitamos una economía con alma. Solo así las
políticas, las instituciones y las ideas podrán reconciliar crecimiento con
progreso social. La elección es civilizar al capitalismo o la barbarie”. De momento,
estamos en la barbarie. (Todos los textos entrecomillados pertenecen a un
artículo del Catedrático de Política Económica en la Universidad de Barcelona,
Antón Costas, titulado “Economía sin alma” y publicado en el suplemento Negocios de El País de 24 de diciembre de 2016).
En “La infancia, pisoteada por las empresas” (Planeta Futuro,
El País 16 de abril de 2018), se
recoge la opinión de David del Campo, director de cooperación internacional y
ayuda humanitario, acerca del trabajo infantil. David del Campo “insiste en la
importancia de que las empresas entiendan que la rentabilidad no está reñida
con el respeto de los derechos humanos y el medioambiente. Pero la
responsabilidad recae también en los consumidores, que están llamados a conocer
la actitud de las compañías y a premiar las buenas prácticas, en lugar de
señalar con el dedo a las malas”
Imposible, por ahora, que las empresas entiendan la
importancia de practicar una economía con alma. Solo los consumidores pueden
obligarles a ello, dejando de comprar sus productos. Klaus Werner y Hans Weiss en
su El libro negro de las marcas. El lado
oscuro de las empresa globales (2004, Barcelona´, Random House Mondadori,
4ª edición) en su apartado “Información de las marcas”, recoge las empresas a
las que se imputan comportamientos no éticos. Entre las empresas globales a las
que se imputa la utilización de trabajo infantil, se encuentran las siguientes empresas: Nestlé, MacDonalds, Chiquita Brads International (bananas y zumos
de frutas de la marca Chiquita), Bayer, Monsanto, Unilever y Syngenta, Adidas Coca-Cola,
Wall Disney, Kraft, Nike, y
Procter&Gamble. ¿Qué alternativas tiene el consumidor? Comprar siempre que pueda productos de
agricultura ecológica o de comercio justo, existentes en tiendas especializadas
o en algunos herbolarios.
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