La consideración del conocimiento como propiedad privada surgió a raíz de la creación, en secreto, de la Organización Mundial de Comercio (OMC), que empezó a funcionar el 1de enero de 1945. La OMC, junto con el Banco Mundial y el Foro Monetario Internacional (FMI), constituyen el eje que sustenta el vigente sistema económico-social.
Uno de los Acuerdos que figuran en el documento de
creación de la OMC es el Acuerdo sobre los Derechos de Propiedad Intelectual
relacionado con el Comercio (ADPIC. Y las patentes son un derecho de propiedad
intelectual relacionado con el comercio. El conocimiento humano se convirtió en una
mercancía; como tal proporciona elevadas ganancias económicas a aquellas
grandes empresas que trafican con él y por otra parte, hace que no puedan
disfrutar de él aquellos que no tengan dinero.
Este proceso es realmente mucho más peligroso de lo
que parezca. Su peligrosidad se debe, por un lado, a que dificulta el avance
científico; y, por otro, a que sus aplicaciones no se dirigen a aquellas cosas
que pueden mejorar la vida del ser humano, si no a aquellas que, con una adecuada propaganda, pueden
proporcionar ganancias a las grandes empresas que trafican con él.
Una consecuencia inmediata de la conversión del
conocimiento en mercancía son las patentes. Los medicamentos son objeto de
patente. Como cualquier otra mercancía, solo pueden acceder al medicamento que
necesitan, aquellos seres humanos que tengan dinero suficiente.
Jeans Ziegler, en su libro El imperio de la vergüenza cuenta que en Suiza los bebés con dificultades
respiratorias se trataban tradicionalmente por medio de un gas que se
encontraba en la naturaleza, el tratamiento costaba 100 euros.
Sin embargo, en 2004, una empresa multinacional se
hizo con la patente de ese gas. A partir
de ese momento, en las clínicas pediátricas suizas, los tratamientos a bebés
que sufren dificultades respiratorias cuestan una media de 20.000 euros.
En los años 50 del siglo XX, el economista
americano, Premio Nobel 1992, Gary
Becker, introdujo el concepto de “crimen económico”. Según él, debe considerarse “crimen
económico, y como tal debería castigarse, a cualquier acto inhumano, de
carácter económico, que cause graves sufrimientos a una población.
A la hora de hablar de inmigración me parece
importante, entre otras muchas cosas, la práctica de la “biopiratería”. Los
conocimientos de los países pobres no están patentados, porque sus habitantes
no pueden concebir que alguno de ellos pueda tener un título que reconozca el
derecho a explotar, en exclusiva, el conocimiento acumulado durante años. La biopiratería es un robo de ese conocimiento,
mediante patentar, desarrollar y comercializar por parte de las empresas de los
países ricos, esos conocimientos. Muchos
miles de personas se han suicidado en esas comunidades por no poder hacer uso
de lo que, durante mucho tiempo, ha sido suyo.
No sirvieron para nada las protestas elevadas a la OMC.
Jeremy Rifkin en su libro La civilización empática. La carrera hacia una conciencia global en un
mundo en crisis (2010, Madrid, ed. Paidós) pone de manifiesto
acontecimientos que, según él, indican la existencia de dos tipos de capitalizo
e indica “en ningún otro contexto se da
un enfrentamiento tan acusado entre el viejo paradigma económico clásico y el
nuevo modelo de capitalismo distributivo como en la propiedad intelectual. En
el esquema empresarial tradicional, las patentes y los derechos copyright son sacrosantos”, cosa que no
sucede en una economía participativa, un capitalismo distributivo. Rifking
señala que “el modelo distributivo parte
de la asunción exactamente opuesta, sobre la naturaleza humana: que cuando se
nos da la oportunidad, está en nuestra naturaleza colaborar con los demás (con
frecuencia, libremente) por el puro placer de contribuir al bien común”.
Indica –Jeremy Rifkin- que “preocupados por el hecho
de que compañías como Monsanto puedan mantener cono rehenes a los
agricultores y consumidores del mundo entero bloqueando las patentes de todos
los genes que conforman el almacén global de plasma germinal para las cosechas,
los biólogos de Cambia (un instituto de investigación biotecnológica) empezaron
a publicar sus propios descubrimientos
genéticos a través de un agente de licencias abiertas llamado BiOS, similar al
tipo de licencias utilizadas por Linux y otros proyectos de software libre”.
En un libro posterior, La sociedad de coste marginal cero. El internet de las cosas, el
procomún colaborativo y el eclipse del capitalismo (2014, Madrid, ed.
Paidós), Rifkin explica cómo se descubrió qué son los bienes comunes y cuál es
su adecuada gestión, según indicaciones de la Premio Nobel de Economía en 2009
Elinor Ostrom. El conocimiento es un bien común de la humanidad, que, como tantos bienes de este tipo, el
vigente sistema económico ha convertido en mercancía y que la sociedad civil ha
empezado a recuperar mediante la creación de un nuevo paradigma económico, el
procomún colaborativo, capaz de eclipsar el capitalismo.
“La transición de la era capitalista a la Edad
Colaborativa va cobrando impulso en todo el mundo, y es de esperar que lo haga
a tiempo de restablecer la biosfera y de crear una economía global más justa,
más humanizada y más sostenible, para todos los seres humanos de la Tierra en
la primera mitad del siglo XXI”. (Jeremy Rifkin, 2014:384)
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