“Un fármaco contra la industria” es el título de una
noticia que publicada en El País, 28
de febrero de 2019, una noticia que,
según su autor, pone de manifiesto que “hay historias grandiosas y
trascendentales que, sin embargo, pasan por debajo del radar de los medios de
comunicación”.
La protagonista
de esta historia es Els Torreele, una mujer belga de 51 años, directora de la
campaña de acceso a medicamentos esenciales de Médicos sin Fronteras, que se
sabe de memoria los escándalos de la industria farmacéutica. Uno de ellos el “lanzamiento de Glivec, un tratamiento revolucionario contra un tipo
de leucemia que apareció en 2001 con un precio de 23.000 euros y que acabó
costando 70.000 por decisión de su fabricante, la multinacional suiza Novartis”.
“Las farmacéuticas suelen justificar sus precios más disparatados argumentando
que el desarrollo de un fármaco cuesta unos 2.600 millones de dólares”, afirma
Torreele.
“Salud por
Derecho” es una fundación sin ánimo de lucro, nacida en 2003, que “defiende los
derechos humanos para que todas las personas, vivan donde vivan, puedan ejercer
su derecho a la salud”. Junto con la plataforma “No es Sano”, ponen al
descubierto el mal comportamiento de las compañías farmacéuticas. En una de las
últimas acciones acusaban a las
compañías farmacéuticas de ocultar que venden “tratamientos desarrollados en
gran parte con dinero público”.
Según la noticia indicada, Torreele aseguró que
querían “probar que hay otra manera de hacer I+D y que desarrollar un fármaco
no cuesta 2.600 millones de dólares como dicen las farmacéuticas”. La
demostración llegó con el primer “tratamiento oral para la enfermedad del
sueño, una infección transmitida por moscas tse-tse y causada por parásitos que
inflama el cerebro. Sin medicación, los afectados enloquecen y acaban muriendo”.
Torreele señala que “es la primera vez que somos capaces de desarrollar un
fármaco desde el descubrimiento de la entidad química hasta llegar al paciente.
La organización ha invertido 55 millones de euros”. “Todo el mundo puede ver
que es una cifra muy diferente a la que pregona la industria”.
Los ensayos se han realidado en Lwano, Repúblics Democrática del Congo. Se da la circunstancia de que los enfermos se concentran en aldeas
remotas de República Democrática del
Congo y República Centroafricana. Los
pacientes son los más pobres entre los más pobres, personas que nunca han
interesado a las farmacéuticas. “El objetivo de las farmacéuticas es vender la
mayor cantidad posible de fármacos a quien pueda pagarlos. Ignoran a los
pobres”. Lo mismo afirma la organización “Salud por Derecho”: a las compañías
farmacéuticas solo les interesan los países ricos, los únicos que pueden hacer frente
a los altos precios a que venden los fármacos.
Desde mi punto de vista es importante señalar que mientras
que algunas de las grandes farmacéuticas buscan mejoras mínimas en fármacos
antiguos para alargar su patente y su monopolio, el fármaco obtenido por el
equipo de Torreele está libre de patente.
“Siete países europeos, incluida España, y donantes
privados han sufragado los 55 millones de euros del proyecto”. Esta científica dice “que es posible hacer
todo el proceso al margen de las grandes farmacéuticas, pero alguien tendrá que
fabricar el fármaco”.
Sin duda se trata de una gran historia no solo porque
nos informa del comportamiento de las grandes compañías farmacéuticas sino
porque, al dejar el fármaco obtenido libre de patente, pone de manifiesto que
el conocimiento es un bien común de la humanidad, no una mercancía.
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