“Nueva Zelanda será el primer del país del mundo con
un presupuesto que se medirá no por el crecimiento económico (PIB) sino por el
bienestar de su ciudadanía”, así empieza un artículo de opinión, “Lección desde
las antípodas”, publicado en el periódico El
País del día 17 de mayo de 2019. En él, su autora, Cristina Manzano, dice: ”Uno de sus
objetivo es que el presupuesto esté, también, al servicio de los que se ha
quedado atrás; de los que, pese a vivir en uno de los países más desarrollados
del mundo, no pueden disfrutar de su prosperidad”.
“El de sustituir el PIB como única vara de medir el
existo es un debate que viene de lejos.
Aunque es la primera vez que un país organiza su presupuesto –su principal
herramienta política- en torno a esa idea”.
No es la primera vez que un país organiza todo su presupuesto sin tener en cuenta el PIB como única vara de medir su éxito. He recordado el caso de Bután, situado en la región del Himalaya, entre China e India. Cuenta con una población de unos 700.000 habitantes y un territorio similar en extensión a Suiza. Las autoridades de ese país decidieron, en un momento determinado sustituir el Producto Nacional Bruto (PNB) por la Felicidad Nacional Bruta (FNB).
Jeffrey D. Sachs, director del Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia y profesor en esa misma universidad, escribió un trabajo publicado en ese mismo periódico el 4 de septiembre de 2011 bajo el título "La economía de la felicidad", en el que señala que decenas de expertos se reunieron en la capital de Bután, Thimphu, para analizar la experiencia del país. "Nos reunimos tras una declaración de la Asamblea General de Naciones Unidas del mes de julio que instó a los países a examinar de qué manera las políticas nacionales pueden promover la felicidad en sus sociedades". En ese trabajo, Sachs señala las conclusiones a las que llegó acerca de qué manera puede reordenarse la vida económica "para crear una sensación de comunidad, confianza y sostenibilidad ambiental". Según él, no deberíamos denigrar el valor del progreso económico, porque alivia la pobreza, un paso vital para fomentar la felicidad. Cuando la gente tiene hambre, carece de las necesidades básicas, como agua potable, atención médica y educación, y no tiene un empleo digno, sufre. Progreso económico, pero no olvidando que la búsqueda inquebrantable del PIB ha llevado a grandes desigualdades en materia de riqueza y poder, ha alimentado el crecimiento de una vasta subclase, ha sumergido a millones de niños en la pobreza y ha causado una seria degradación ambiental.
Por su parte, Cristina Manzano indica, en el artículo
mencionado: “Detrás de todo ello está la necesidad, acuciante, de buscar
alternativas a la vorágine de consumo y destrucción del planeta en la que
estamos inmersos”. Como ejemplo,
recuerda El informe Los límites al
crecimiento, del Club de Roma de 1972, que “alertaba del colapso de los
recursos naturales al que nos abocaba un crecimiento económico y demográfico
desbocado”.
Y para terminar
recuerda un artículo, “Un declive sin precedentes” (El País, 14 de mayo de 2019) en el que Joaquín Estefanía reclamaba
“la alineación del presupuesto español con la Agenda 2030 y los Objetivos de
Desarrollo Sostenible”. “Agenda 2030, una especie de nuevo contrato social
global de valores ciudadanos que desborda al producto interior bruto (PIB) como la fórmula de medición más idónea del
bienestar de los individuos y los países. La Agenda 2030 ha sido definida como
una visión compartida del desarrollo; un desarrollo que no puede basarse solo
en el crecimiento económico, sino que ha
de sustentarse en una economía ética (no sería un oxímoron) que favorezca sociedades
inclusivas y que respete el medio ambiente: el desarrollo será sostenible o no
será, dicen los promotores de la agenda”.
Con ocasión de las Elecciones Europeas, Frans
Timmermans, candidato a presidir la Comisión europea, en uno de sus viajes a España
dijo: “La UE no sobrevivirá si no regulamos la nueva economía”. (El País, 24 de mayo de 2019).
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