En la Introducción de su libro Libres. Ciudadanas del mundo, Carmen Alborch indica: “Las
protagonistas de este libro intentan ejercer la libertad, en su vertiente pública
y en su dimensión interior; son mujeres que anhelan y aspiran a esa libertad, y
la ponen en relación con la dignidad y la diversidad humanas. Todas colaboran
en la construcción de un mundo –de un modelo social también- en el que la
libertad de las mujeres, y en consecuentemente de todos los seres humanos, es
objetivo central”.
De las nueve mujeres que conforman ese libro hoy he
elegido a Marilyn Waring economista neozelandesa, porque estoy convencida , -por
lo que de ella he aprendido-, que jugará o ha jugado un papel decisivo en la implantación
en Nueva Zelanda, un presupuesto que, como dijo Cristina Manzano, en el
artículo de opinión citado en mi última “entrada”, no se medirá por Producto
Interior Bruto (PIB), el parámetro, en la actualidad empleado para medir el
crecimiento económico: será un “presupuesto de bienestar”.
Según comenta Carmen Alborch en el libro anteriormente
citado, Marilyn Waring siempre se ha quejado, por una parte, de que la actual
economía mundial pasa por alto el valor de la naturaleza, defiende el valor del medio ambiente. “La madera que
se obtiene de la tala de un roble puede tener un valor, digamos, de 1.000
euros; pero ¿cuánto vale ese mismo roble en su lugar y creciendo lentamente a
lo largo de los años?”(2004:316). Y, por otra parte, que la economía dominante ignora el trabajo no
remunerado de las mujeres. “Veámoslo con un nuevo ejemplo: digamos que M es una
mujer felizmente casada. Tiene dos hijos. Es ama de casa. Por decisión propia o por cualquier otra razón, M no trabaja; o, lo que es lo mismo,
pertenece a la categoría de la población no activa o no productiva. Sin embargo, M realiza trabajos que se consideran
productivos generalmente: un cocinero recibe un salario, un planchador recibe un salario, un enfermero
de primeros auxilios recibe un salario y una empleada doméstica recibe un
salario. M realiza todas estas labores en su hogar, pero no recibe un
salario. Todas estas labores domésticas
-estos trabajos- tendrían una compensación económica fuera de su casa; pero en
su propio domicilio, estas tareas se aceptan naturalmente, como si fuera natural
que la mujer, por serlo, debiera asumir gratuita y voluntariamente todos esos
trabajos. […] Éste es el error fundamental del aspecto masculino de la
economía”.
En palabras de Carmen Alborch, “Marilyn Waring comprendió entonces que todo
radicaba en el sistema contable de las naciones. Un sistema semejante no podía
ser sensible a los valores que se negaba a reconocer; no valoraba el trabajo de
la mitad dela población del planeta y, desde luego, tampoco valoraba al mismo
planeta; este sistema era el causante de la pobreza generalizada, de la
ineficacia ante la enfermedad y la muerte de millones de mujeres y niños;
fomentaba los desastres naturales y acabará
por matarnos a todos” (2004:317).
Unos párrafos más tarde, en un apartado que Alborch titula
“De la vida y la muerte: ¿cuánto vale niño”, se puede leer: “Los sucesivos
tratados que aconsejaban la restricción en la producción de armas se ha
incumplido sistemáticamente. Ni siquiera los protocolos sobre armas químicas o
armas de destrucción masiva se han verificado. Las estadísticas sugieren que el
armamento actual sería suficiente para matar doce veces a cada individuo del planeta;
como señala Waring, la cuestión es risible, ya que bastaría dividir el gasto
armamentístico por doce para asegurar la perfecta destrucción de la
Humanidad. La incompetencia llega al
extremo de que los gobernantes han empleado setecientos millones de dólares por
individuo -para matarlo- pero su
inversión para que viva es infinitamente menor. […] En ningún lugar se
contabiliza la muerte, la pobreza, la pérdida de los hogares, los refugiados,
las fuentes de alimentos destruidas, ni un medio ambiente cada vez más frágil y
explotado. […]. Las cifras sobre la guerra y la industria armamentística,
puestas en relación con la pobreza, la enfermedad o la supervivencia, son
escalofriantes”.
Considero muy interesante conocer el nuevo
presupuesto de Nueva Zelanda, anunciado por Cristina Manzano en su artículo “Lección
desde las antípodas”
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