No es la primera vez que escribo sobre los medicamentos y la
industria farmacéutica. Para el vigente
sistema económico los medicamentos son simplemente una mercancía y la industria
farmacéutica un negocio solo preocupado, por maximizar sus ganancias económicas.
De su gestión se encarga la Organización Mundial de Comercio (OMC), a través del
Acuerdo sobre los Derechos de Propiedad relacionados con el Comercio, y los medicamentos están relacionados con el
Comercio, porque son una mercancía. La
enfermedad se ha convertido en un gran negocio. El mercado farmacéutico supera
las ganancias por ventas, a las armas o las telecomunicaciones. ”Cada dólar
invertido en fabricar un medicamento se obtienen mil de ganancia”.
Siempre con el objeto de aumentar sus ganancias económicas,
las industrias farmacéuticas se dedican
a investigar en patologías –a veces inexistentes- que solo afectaban a los ciudadanos
de los países ricos. Hay muchas enfermedades que no son objeto de investigación
por el simple hecho de que las personas que tienen esas enfermedades carecen del suficiente
poder adquisitivo. Es el caso de los
países pobres. ¿Cómo es posible un sistema que no castiga a los autores
de tantas muertes remediables?
Si en la Declaración Universal de Derechos Humanos se indica
que la salud es un derecho de todos los
seres humanos, los medicamentos deben ser un bien común. En el libro La gran encrucijada. Sobre la crisis ecosocial y el cambio de ciclo
histórico (Varios autores, ed. Ecologistas
en Acción, 2016:197) se indica que “ es de especial importancia prestar
atención a los bienes públicos y de interés general, así como a los bienes
comunes entendidos en un sentido amplio, acorde
a las nuevas circunstancias de crisis ecológica abordado con criterios
de justicia. Esto supone que junto a los recursos naturales y a los servicios
de los ecosistemas sería necesario entender la noción de bienes comunes y de
interés general a sectores claves para
el funcionamiento de sociedades complejas, como son el sector energético, el de
comunicaciones –incluido Internet-, el sector bancario, los servicios sociales
básicos, la investigación científica y los medicamentos”.
“La propiedad privada es muy eficiente para determinados
fines. Pero creer que la mejor forma de gestión es ponerlos virtualmente todo
en manos privadas –que es lo que propugnan la mayoría de los economistas
partidarios del libre mercado- no pasa ‘la prueba del algodón’. Sobre todo
cuando se trata de bienes y servicios públicos que todo el mundo necesita”. (Jeremy Rifkin, La sociedad de coste marginal cero. El
Internet de las cosas, el procomún colaborativo y el eclipse del capitalismo, 2014:202)
“Es probable que estos datos desconcierten a la mayoría de los economistas
porque su disciplina está muy ligada a la idea de que el ser humano es egoísta
por naturaleza y solo aspira a optimizar su propia autonomía.[…] Los científicos
cognitivos nos dicen que nacemos con unos circuitos neurales que nos permiten
sentir empatía ante el sufrimiento ajeno y que la supervivencia de nuestra
especie se ha debido mucho más a la sociabilidad colectiva que a las tendencias
egoístas” (Jeremy Rifkin, libro anteriormente citado, 2014:204)
Recientemente mencioné el nacimiento de una campaña, “No es
sano” (noessano.org.es), promovida por
más de media docena de organizaciones que lucha por defender y promover el
acceso universal a los medicamentos como parte indispensable del derecho a la
salud. “No es sano investigar sólo en enfermedades rentables, no es sano
anteponer los beneficios económicos a la salud, no es sano especular con los
medicamentos”. Se piden “gobiernos,
instituciones y centros de investigación que promuevan iniciativas de I+D
basadas en nuevos modelos de investigación y desarrollo de medicamentos que no
dependan exclusivamente de las patentes como incentivo y modelo de negocio”.
Solo posible en un nuevo paradigma económico, según Jeremy Rifkin, el procomún colaborativo.
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