Leila Slimani, escritora,
ganadora del Premio Gancourt 2016 con Canción
dulce, en n trabajo periodístico, “Construir puentes” (El País, 14 de
julio de 2019) cuenta: “Cuando era niña pasaba mis vacaciones en el norte de
Marruecos, en un pequeño puerto en la orilla del Mediterráneo. […] Cuando
almorzaba con mi padre no sabía que existía entre los seres humanos una
desigualdad terrible y profunda ante el viaje a otra parte. No calculaba que loa que veían, como nosotros,
las costas españolas sabían que tal vez jamás iban a tener la posibilidad de
visitar ese continente tan próximo”. Comenta
esta escritora que “algunas personas, dotadas
del pasaporte apropiado, tenían el mundo a su alcance. Otras estaban atrapadas
en sus países y no tienen esperanzas de hacer turismo ni descubrir el mundo”.
Tres párrafos más tarde cuenta
que hacía varios meses, en la conversación que mantuvo con el conductor del
taxi que tomo, éste le indicó que hacía 35 años, cuando tenía 20, era fácil viajar:
estuvo en España y llegó, habiendo turismo, hasta Suecia. “Cuando se lo cuento
a mi hijo, que tiene 18 años, no se lo cree”. Me dice: “Los marroquíes como
nosotros no pueden hacer esas cosas”. ¿A cuántos de mis amigos artistas y
escritores les han negado el visado para ir a Europa a participar en festivales,
porque representaban un riesgo migratorio?
¿Se puede decir que es cosa del azar?
Si uno nace en París puede trasladarse a cualquier lugar, pero si nace en
Bangladés no puede viajar. Leila se pregunta: “¿A quién pertenece la tierra y quién tiene derecho a recorrerla? ¿Cómo vivir
juntos en este bien común? En su Proyecto
de paz perpetua, Kant definió el derecho de hospitalidad como el derecho que tiene todo hombre a
proponerse como miembro de la sociedad, en virtud de la común posesión de la
superficie de la tierra: los hombres no pueden diseminarse hasta el infinito
por el globo, por lo que deben tolerar mutuamente su presencia, ya que nadie
tiene originariamente más derecho que otro a estar determinado lugar del
planeta”.
¿Desde cuándo la “superficie de
la tierra” no es un “bien común de la Humanidad”? Contestación. Desde que se
instauró el vigente sistema económico, desde que, a través de la globalización,
la cultura del libre mercado se ha convertido en la única cultura. Para el
actual sistema económico, tanto los derechos humanos como los bienes comunes de
la Humanidad son mercancías, es decir, solo podrán disponer de ellos quienes
tengan suficiente dinero. Está prohibido que las personas que no tienen suficiente
dinero puedan moverse de un país a otro, incluso cuando lo hagan en busca de
sustento.
El conocido humorista gráfico, EL
ROTO, escribió una viñeta de El País
de 9 de julio de 2016: “¡Si traen dinero, son inversores, acogedlos! ¿Si no lo
traen, son invasores, expulsadlos!
Es imposible que el mundo funcione, la paz perdure y
la naturaleza se salve mientras no dejemos de comportarnos como Homo economicus y seamos, lo que en
realidad somos, Homo sapiens y, como
tales, reconozcamos esa solidaridad que une a los seres humanos entre sí. Necesitamos un paradigma económico nuevo.
Muchos autores dicen que ya ha empezado, gracias al poder creativo que adorna a
la especie humana. El problema es que hay Homo
economicus que harán lo posible para que eso suceda.
Copio, a continuación, el último párrafo del texto de Leila Slimani.
“Ante unos Estados y unas instituciones que han fracasado, hay que reconocer
que hoy son personas individuales, capitanas de barco o simples ciudadanos, los
que encarnan esa hospitalidad. Los que encarnan lo que Vassili Grosman, el gran
escritor ruso, llamaba “la pequeña bondad sin ideología”. Las gentes sencillas llevan en su corazón el amor a todo lo que está
vivo, protegen la vida. Este verano, cuando vuelva a acercarme a las costas
del Mare Nostrum, pensaré en todas esas personas anónimas que alimentan y consuelan,
que salvan del ahogamiento y la humillación, que hacen honor a nuestro
continente”.
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