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sábado, 25 de mayo de 2019

El agua


Hace unos años se nos aconsejó sustituir la bañera por la ducha para ahorrar agua. El agua es un recurso natural renovable, es un bien común de la humanidad, es de todos y no es de nadie; estará a disposición de la humanidad siempre que respetemos el tiempo necesario para su renovación, a través del ciclo natural correspondiente.
Dadas estas características no es de extrañar que en la Agenda 2030 se incluya un Objetivo (ODS 6) que consiste en “garantizar la disponibilidad de agua y su gestión sostenible y el saneamiento para todos”. La FAO  recuerda que la escasez de agua afecta a más del 40% de la población mundial, una cifra alarmante que probablemente crezca con el aumento de las temperaturas globales producto del cambio climático. A pesar de los avances, la decreciente disponibilidad de agua potable de calidad es un problema importante que aqueja a todos los continentes.
Por otra parte, es muy importante tener en cuenta que si queremos migar la escasez de agua es fundamental proteger y recuperar los ecosistemas relacionados con este recurso, como los bosques, montañas, humedales y ríos. También se requiere más cooperación internacional para estimular la eficiencia hídrica y apoyar tecnologías de tratamiento en los países en desarrollo. Todo lo anterior forma parte de los ODS 12 y 15.
¿Por qué se me ha ocurrido hablar hoy de este tema? Porque aunque con un poco de retraso, ha leído una noticia publicada en El País, Planeta Futuro el día 1 de este mes. La noticia gira en tono a las consecuencias de la actividad minera en busca de oro y plata en la región de Aysén, en el parque nacional de la Patagonia. Estos trabajos afectarán de forma grave a una gran superficie que, aparte de valores paisajísticos, arqueológicos y humanos, tiene un lago que constituye una de las principales reseras de agua dulce de Chile y del planeta. ”El lago General Carrrera es un escenario natural asombroso rodeado de cumbres eternamente nevadas. Se alimenta de los glaciares del Campo de Hielo norte. Una de las grandes reservas de agua dulce del planeta. La zona, además, posee un importante patrimonio geológico y arqueológico”.
¿No es posible prohibir a una empresa multinacional  que destruya las reservas de un bien común de la humanidad?  O de otra manera  ¿no tiene autoridad suficiente un gobierno nacional para rechazar la oferta de realización de un trabajo cuyas consecuencias afectan a todo el mundo?
Daniel Innerarity , filósofo, en las últimas elecciones, candidato a las Europeas, en una entrevista publicada en El País (21 de mayo de 2019) indica: “Se ha producido muchas transformaciones que observamos con diagnósticos y conceptos obsoletos. ¿Estamos capacitados para entender la complejidad de las cosas? Caminamos hacia sociedades cosmopolitas, abiertas, integradoras”. Hablando de la Unión Europea, señala la dificultad debida a que los Estados se “resisen a ceder soberanía”. “De lo que hay que hablar es de cómo se comparte la soberanía. La humanidad ha vivido sin estados  lo seguirá haciendo en el futuro”. Una de esas transformaciones está relacionada con el proceso de globalización, la consideración de los bienes comunes de la humanidad como mercancía, y el nacimiento de  grandes corporaciones, dominadoras del planeta. Si para estas últimas no existen barreras, los problemas que planteen solo se podrán resolver mediante un gobierno mundial. 
Paul Collier, Director del Centro de Estudios de Economías Africanas, en su libro El club de la miseria. Qué falta en los países más pobres del mundo (2009, Turner Ediciones), después de explicar cuáles son las razones por las que algunos países pertenecen al club de la miseria, aborda el tema de cómo resolver ese problema. Una de las “trampas” por las que algunos países, ahora, pertenecen al club de la miseria es la “trampa de los recursos naturales”; en este caso,  la existencia en su suelo de oro y plata. En relación con la trampa de los recursos naturales, indica: “Nuestra inacción política no significa que el mundo rico sea pasivo; significa que las poderosas fuerzas de la globalización seguirán poniéndose de parte de los políticos corruptos y desaprensivos de esas sociedades”.
En el último capítulo,” Un plan de acción”, Collier afirma que “la solución del club de la miseria beneficiaría a todo el mundo”, y propone la “promulgación de normativas internacionales”. Tras confesar su creencia de la imposibilidad de conseguir, a corto plazo un gobierno mundial, analiza las ventajas y los inconvenientes de instituciones ya existentes, una de ellas, la Comisión Europa, para terminar diciendo: “Lo que hace falta son nuevos clubes pequeños formados por países afines que adopten normas que los distingan del resto, pero que adopten normas que los distingan del resto, pero que al mismo tiempo sean capaces de expandirse; en dos palabras, clubes de libre acceso que observen normativas”.
“Tengo un hijo de seis años y no quiero que crezca en un mundo que tiene una enorme herida abierta: mil millones de personas sumidas en la desesperación mientras el resto del mundo disfruta de una prosperidad sin límites”,  confiesa Paul Collier.

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