Hace unos años se nos aconsejó sustituir la bañera
por la ducha para ahorrar agua. El agua es un recurso natural renovable, es un
bien común de la humanidad, es de todos y no es de nadie; estará a disposición
de la humanidad siempre que respetemos el tiempo necesario para su renovación,
a través del ciclo natural correspondiente.
Dadas estas características no es de extrañar que en
la Agenda 2030 se incluya un Objetivo (ODS 6) que consiste en “garantizar la disponibilidad
de agua y su gestión sostenible y el saneamiento para todos”. La FAO recuerda que la escasez de agua afecta a más
del 40% de la población mundial, una cifra alarmante que probablemente crezca
con el aumento de las temperaturas globales producto del cambio climático. A pesar
de los avances, la decreciente disponibilidad de agua potable de calidad es un
problema importante que aqueja a todos los continentes.
Por otra parte, es muy importante tener en cuenta que
si queremos migar la escasez de agua es fundamental proteger y recuperar los
ecosistemas relacionados con este recurso, como los bosques, montañas, humedales
y ríos. También se requiere más cooperación internacional para estimular la
eficiencia hídrica y apoyar tecnologías de tratamiento en los países en
desarrollo. Todo lo anterior forma parte de los ODS 12 y 15.
¿Por qué se me ha ocurrido hablar hoy de este tema?
Porque aunque con un poco de retraso, ha leído una noticia publicada en El País, Planeta Futuro el día 1 de este
mes. La noticia gira en tono a las consecuencias de la actividad minera en
busca de oro y plata en la región de Aysén, en el parque nacional de la
Patagonia. Estos trabajos afectarán de forma grave a una gran superficie que,
aparte de valores paisajísticos, arqueológicos y humanos, tiene un lago que
constituye una de las principales reseras de agua dulce de Chile y del planeta.
”El lago General Carrrera es un escenario natural asombroso rodeado de cumbres
eternamente nevadas. Se alimenta de los glaciares del Campo de Hielo norte. Una
de las grandes reservas de agua dulce
del planeta. La zona, además, posee un importante patrimonio geológico y
arqueológico”.
¿No es posible prohibir a una empresa multinacional que destruya las reservas de un bien común de
la humanidad? O de otra manera ¿no tiene autoridad suficiente un gobierno
nacional para rechazar la oferta de realización de un trabajo cuyas
consecuencias afectan a todo el mundo?
Daniel Innerarity , filósofo, en las últimas
elecciones, candidato a las Europeas, en una entrevista publicada en El País (21 de mayo de 2019) indica: “Se
ha producido muchas transformaciones que observamos con diagnósticos y
conceptos obsoletos. ¿Estamos capacitados para entender la complejidad de las
cosas? Caminamos hacia sociedades cosmopolitas, abiertas, integradoras”.
Hablando de la Unión Europea, señala la dificultad debida a que los Estados se
“resisen a ceder soberanía”. “De lo que hay que hablar es de cómo se comparte
la soberanía. La humanidad ha vivido sin estados lo seguirá haciendo en el futuro”. Una de
esas transformaciones está relacionada con el proceso de globalización, la
consideración de los bienes comunes de la humanidad como mercancía, y el
nacimiento de grandes corporaciones,
dominadoras del planeta. Si para estas últimas no existen barreras, los
problemas que planteen solo se podrán resolver mediante un gobierno mundial.
Paul Collier, Director del Centro de Estudios de
Economías Africanas, en su libro El club
de la miseria. Qué falta en los países más pobres del mundo (2009, Turner
Ediciones), después de explicar cuáles son las razones por las que algunos
países pertenecen al club de la miseria, aborda el tema de cómo resolver ese
problema. Una de las “trampas” por las que algunos países, ahora, pertenecen al
club de la miseria es la “trampa de los recursos naturales”; en este caso, la existencia en su suelo de oro y plata. En
relación con la trampa de los recursos naturales, indica: “Nuestra inacción
política no significa que el mundo rico sea pasivo; significa que las poderosas
fuerzas de la globalización seguirán poniéndose de parte de los políticos
corruptos y desaprensivos de esas sociedades”.
En el último capítulo,” Un plan de acción”, Collier
afirma que “la solución del club de la miseria beneficiaría a todo el mundo”, y
propone la “promulgación de normativas internacionales”. Tras confesar su
creencia de la imposibilidad de conseguir, a corto plazo un gobierno mundial, analiza
las ventajas y los inconvenientes de instituciones ya existentes, una de ellas,
la Comisión Europa, para terminar diciendo: “Lo que hace falta son nuevos
clubes pequeños formados por países afines que adopten normas que los distingan
del resto, pero que adopten normas que los distingan del resto, pero que al
mismo tiempo sean capaces de expandirse; en dos palabras, clubes de libre
acceso que observen normativas”.
“Tengo un hijo de seis años y no quiero que crezca en
un mundo que tiene una enorme herida abierta: mil millones de personas sumidas
en la desesperación mientras el resto del mundo disfruta de una prosperidad sin
límites”, confiesa Paul Collier.
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