En el periódico El
País del día 23 de junio de 2019 se publicó una noticia, “Miles de carteras
perdidas desvelan un patrón universal de honestidad”, en la que se comentaba un
experimento realizado por un grupo de economistas especializados en el estudio de
la conducta humana. En la noticia se
indica que “el resultado (del experimento) contradice los modelos clásicos
económicos que destacan el propio interés sobre el de los demás”.
Son muchos los experimentos cuyos resultados contradicen la creencia defendida por los fundamentalistas
del libre mercado. Los fundamentalistas del libre mercado no solo suponen que para que los mercados
funciones perfectamente la demanda debe igualar a la oferta, sino que, interpretando
de una manera sui generis la doctrina
de Adam Smith, suponen que el
comportamiento humano responde a un previo cálculo de costes/beneficios : los
seres humanos son materialistas y egoístas por naturaleza y “no cooperarán con
los demás sino en tanto no tengan expectativas de un beneficio propio o se vean
obligados a ello por una fuerza externa (Ética
para la sociedad civil, 2003:20).
Experimentos realizados en el ámbito de las neurociencias
y en el del desarrollo infantil, nos obligan
a cuestionar la creencia, tan arraigada, de que los seres humanos son
como defienden los fundamentalistas del libre mercado. El Premio Nobel
2002 fue concedido a David Kahnerman,
psicólogo, y Vernon L. Smith, economista, por haber integrado aspectos de
investigación psicológica en la ciencia de la economía. Según ellos, diversas experiencias llevadas a
cabo por médicos y psicólogos han puesto
de manifiesto que, en la actividad de comprar y vender, el ser humano
dista mucho de comportarse como un simple ser racional –homo aeconomicus- : el ser humano
es un ser complejo que, además de raciona, tiene sentimientos.
George F. Loewenstein, economista norteamericano,
experto en economía del comportamiento, ha realizado experiencias que han
puesto de manifiesto que “el egocentrismo, la codicia y la orientación al
propio interés trae una sensación de vacío, sinsentido, escasez e infelicidad,
mientras el altruismo, la generosidad y la orientación al bien común son fuente
de plenitud, abundancia y felicidad”. A nivel emocional, “recibimos lo que
damos”.
Podría poner muchos más ejemplos, pero no debo
extenderme demasiado. Para terminar mencionaré los experimentos realizados en
1996 que han demostrado que en nuestro cerebro –y en el de otros animales-
existen unas neuronas que se han dado en llamar “neuronas espejo”. Cuando uno
percibe del dolor de los otros, se movilizan automáticamente los mismos circuitos
neuronales afectivos que cuando se siente el propio dolor. Es lo que se llama “empatía”.
El destacado neurólogo Marco Jacoboni indica que los estudios realizados con las neuronas
espejo revelan que los seres humanos somos empáticos por naturaleza.
Gary Olson, profesor de Ciencias Políticas en Moravian
College en Betlehem (Pensilvania) , publicó en 2008, un artículo, desde mi punto
de vista muy interesante, titulado “de las neuronas espejo a la neuropolítica
moral”. En ese artículo, Gary Olson
intenta explicar cómo, después de que
nuestra comprensión de la empatía ha aumentado no hemos sido capaces de construir
un mundo más pacífico, sino que seguimos en un mundo colmado de violencia
abierta y estructural. Llega a la
conclusión de que el sistema capitalista intenta que ni pensemos ni sintamos, es decir, intenta
mantener a la gente a raya con una identidad construida sobre los valores de
mercado. Ustedes habrán oído eso de que “no hay alternativa”.
Sin embargo, a pesar de todo, en estos momentos, está
surgiendo un nuevo paradigma económico protagonizado por la sociedad civil. El
hecho de que algunos hablen de “economía colaborativa” pone de manifiesto lo
alejado que este nuevo paradigma económico se encuentra del vigente sistema
económico social. Un cambio de este tipo
necesita su tiempo. La pregunta más importante es si conseguiremos evitar el desmoronamiento de
la civilización y salvar a la Tierra.
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