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viernes, 12 de noviembre de 2021

Saltan las alarmas del consumo

 Dentro de poco estamos en las fiestas de Navidades y Reyes Magos. Ya estamos pensando en los regalos.  ¿Hay, en de la Agenda 2030, algún Objetivo de Desarrollo Sostenible relacionado en el consumo? Sí, el ODS 12 trata de “garantizar modalidades de consumo y producción sostenibles”.  ¿Es sostenible nuestra actual modalidad de consumo?  Vamos a pensarlo.

Para las personas ricas la oferta de bienes es extensa e intesiva a la vez, con un único requisito: tener suficiente poder adquisitivo. Pero, hay que tener en cuenta que el planeta Tierra en que vivimos tiene una limitada de  recursos; no puede soportar el riesgo que significa la extensión del consumismo occidental universalmente: los riesgos ambientales son insoportables para el planeta. Es insostenible. Se trata de que todos podamos acceder a un bienestar imorescindible que, garantizando universalmente la dignidad humana, no ponga en riesgo la sostenibilidad del planeta. Dice Luis Fernando Crespo Zorita (Las Rozas, Madrid) en una carta a la directora del periodico El País, "Dignidad y Tierra son los dos objetivos".

La “dignidad” que menciona  Luis Fernando está relacionada con en el proceso de humanización que caracteriza al Homo Sapiens y teniendo en cuenta que la ética es el parámetro utilizado para medir el estado de dicho proceso, es interesante y oportuno consultar el libro de Adela  Cortina,  catedrática de Ética en la Universidad de Valencia,    Ética del consumo (2002,  Taurus). No he tenido tiempo para leer ese libro y y, por ahora, me  conformo con “resumir” un artículo escrito por esta catedrlatica, “Ética del consumo”, publicado en el  periódico  El País el 21 de enero de 1999.

Dice Adela Cortina  que la “ética del consumo” es un saber “capaz de defender con argumentos que hay formas de consumir más éticas que otras”.  En este sentido, distingue entre dos tipos de necesidades -verdaderas y falsas- que los individuos intentan satisfacer al consumir. "Verdaderas" son las necesidades vitales, como alimentación, vestido o vivienda; "falsas" son las que determinadas fuerzas.

Y, por otra parte, según ella, el consumo tiene que ser universalizable y no quedar excluidos cuantos carecen de la capacidad adquisitiva indispensable.  Por otra parte, quienes sí gozan de esa capacidad adquisitiva no siempre tienen información suficiente para realizar "votaciones" realmente libres. La libertad exige no sólo capacidad de opción sino información acerca de las opciones.  El consumo debe ser justo y propiciar a las personas una vida buena.

Será justo,  si las personas están dispuestas a aceptar consumir los productos que todos los seres humanos puedan consumir y que no dañen ni al resto de la sociedad ni al medio ambiente. Ahora bien, los consumidores carecen de la información necesaria sobre las consecuencias de los productos para el conjunto de la sociedad y para el entorno, razón por la cual es preciso complementar esta dimensión individual de la ética del consumo con una institucional. El consumidor necesita que le asesoren sobre la naturaleza de los productos, sobre la relación calidad-precio y sobre las consecuencias para él, pero también sobre las consecuencias que tiene el consumo de determinados productos en el conjunto de la sociedad y en el medio ambiente.

Por eso, de la misma forma que existen organizaciones preocupadas por el "comercio justo", urge crear y fomentar organizaciones preocupadas por el "consumo justo", preocupadas por advertir qué productos originan un daño social y están, por tanto, vedados a una sociedad que se pretenda justa.

Convendría cambiar ese estúpido chip, empeñado en identificar la felicidad con el onsumo indefinido de productos del mercado, por una cultura de las relaciones humanas, del disfrute de la naturaleza, del sosiego y la paz, totalmente reñida con la aspiración a un consumo ilimitado. Afortunadamente, estas formas de vida con calidad pueden universalizarse. En hacer que lleguen a todos los seres humanos estriba la más radical de las revoluciones pendientes. 

Si es preciso pensar otra globalización, una globalización sostenible y más humana,  cambiar las formas de consumo es una de las primeras asignaturas pendientes.

 

 


 

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