Hace cuarenta años, en plena crisis de la deuda africana, el entonces presidente de Tanzania, Julius Nyerere planteó a los acreedores de su país una pregunta cruda: “¿De verdad debemos dejar que nuestro pueblo pase hambre para poder pagar nuestras deudas?“ No obtuvo la respuesta que esperaba. En lugar de reducir la deuda de África, los gobiernos occidentales recortaron sus presupuestos de cooperación, condenando al continente a una década perdida de pobreza y hambre cada vez más profundas.
La “pregunta de Nyerere” se cierne como un nubarrón sobre la cumbre de las Naciones Unidas para la financiación del desarrollo, que se celebra la próxima semana en Sevilla. La deuda ha resurgido como un poderoso freno al desarrollo humano. El Fondo Monetario Internacional (FMI) estima que 35 de los 68 países de bajos ingresos se encuentran en situación de sobreendeudamiento o en riesgo de incurrir en él. Con los presupuestos de la ayuda en caída libre, los gobiernos de los países más pobres del mundo se ven una vez más obligados a elegir entre pagar a sus acreedores o invertir en la salud, la educación y la nutrición de los niños.
Los Estados africanos tienen previsto dedicar este año cerca de 76.000 millones de euros al servicio de su deuda. Eso es más de su gasto acumulado en salud, nutrición y educación básica. Y ocurre en una región donde una de cada cinco personas convive con la dura realidad del hambre y 237 millones de niños crecen en condiciones de pobreza extrema. El pago de la deuda está desplazando las inversiones públicas necesarias para combatir la malnutrición, mejorar la salud materno-infantil y hacer frente a una crisis educativa que amenaza la prosperidad de la región a largo plazo. El pago de la deuda está desplazando las inversiones públicas necesarias para combatir la malnutrición, mejorar la salud materno-infantil y hacer frente a una crisis educativa que amenaza la prosperidad de la región a largo plazo.
Eso es más de su gasto acumulado en salud, nutrición y educación básica
Han pasado veinte años desde que la Iniciativa para los Países Pobres Altamente Endeudados (HIPC, por sus siglas en inglés) pusiera fin a la crisis de deuda que preocupaba a Julius Nyerere. Entonces, ¿por qué estamos viviendo este “día de la marmota”? Tras la HIPC, muchos gobiernos se endeudaron fuertemente en los mercados de bonos soberanos, aprovechando el auge de las materias primas y los bajos tipos de interés. El endurecimiento de las condiciones monetarias, el aumento de los tipos de interés y la desaceleración del crecimiento económico global tras la pandemia sumieron a un país tras otro en la crisis, al dispararse las obligaciones del servicio de la deuda.
La falta de un plan integral de alivio de la deuda agravó la crisis. Si bien la HIPC cubría las deudas contraídas con el FMI, el Banco Mundial y los acreedores bilaterales, no existe un marco para reducir las deudas comerciales con los tenedores de bonos soberanos, que ahora representan más del 40% de los pagos del servicio de la deuda africana; ni con China, actualmente el mayor prestamista bilateral de África.
En un intento desesperado por evitar el impago, los gobiernos se han visto obligados a refinanciar la deuda mediante la emisión de nuevos bonos que conllevan una elevada prima de riesgo. El pasado mes de junio, Kenia emitió 2.000 millones de dólares (1.730 millones de euros) en nuevos bonos para pagar las deudas que vencían a un tipo de interés del 10 %. El reembolso de esos bonos requerirá un largo período de austeridad y recortes aún más profundos en los presupuestos de salud y educación. Otros países ―como Etiopía, Zambia y Ghana― han incumplido sus pagos y atraviesan un doloroso proceso de reestructuración de la deuda.
El Marco Común del G20 sigue siendo lo más parecido que tenemos a un acuerdo multilateral de alivio de la deuda. Pero, en palabras de un reciente informe del think tank ODI Global, ofrece “demasiado poco, demasiado tarde”. Zambia tardó casi cuatro años en conseguir un acuerdo de reestructuración de la deuda, ya que los acreedores del país —principalmente tenedores de bonos privados y China— discutían sobre sus respectivas reclamaciones. Mientras tanto, el gasto público se redujo en una quinta parte.
La reducción de la deuda es un componente esencial de cualquier estrategia de financiación asequible y en la escala necesaria para acelerar el progreso hacia los Objetivos de Desarrollo Sostenible de 2030. Convertir las obligaciones actuales de servicio de la deuda en inversiones para las generaciones futuras transformaría la vida de millones de personas. Hay un precedente: la Iniciativa HIPC condonó más de 100.000 millones de dólares (86.700 millones de euros) de deuda, la mayor parte de ella contraída con el FMI y el Banco Mundial, lo que permitió a los gobiernos invertir un 4% adicional de la renta nacional en gastos relacionados con la pobreza.
Convertir las obligaciones actuales de servicio de la deuda en inversiones para las generaciones futuras transformaría la vida de millones de personas
Los canjes de deuda también pueden desempeñar un papel importante. Se trata de acuerdos en virtud de los cuales los acreedores conceden un alivio de la deuda a cambio del compromiso del gobierno de invertir la totalidad o parte del ahorro en determinadas prioridades.
La reducción de la deuda comercial puede requerir una ingeniería financiera compleja. El acuerdo típico consiste en una combinación de organismos acreedores que proporcionan garantías para nuevas emisiones de bonos a tipos de interés más bajos, lo que permite a los gobiernos «recomprar» la deuda con altos intereses y ahorrar dinero. En los últimos años, los canjes de deuda comercial a gran escala han estado dominados por la conservación marina en países como Ecuador y Barbados.
El Banco Mundial ha replicado ahora ese modelo, pero reduciendo su complejidad. Utilizando sus propias garantías, ha permitido a Costa de Marfill emitir nuevos bonos y recomprar deuda con altos intereses. El dinero ahorrado, alrededor de 52 millones de euros al año, se destinará a educación.
En el caso de la deuda bilateral con agencias de cooperación, los mecanismos de canje son de una sencillez que desarma. España ha sido pionera en este sentido. Su programa Debt2Health ha condonado deudas para financiar el Fondo Mundial de Lucha contra el VIH/SIDA, la Malaria y la Tuberculosis. Otros donantes, como Italia y Alemania, han financiado canjes de deuda por alimentos a través del Programa Mundial de Alimentos.
A pesar de recortar los programas de ayuda, los donantes podrían alcanzar acuerdos de canje de deuda más ambiciosos. Para ello será necesario revisar las normas de la OCDE, que limitan el alcance de los canjes de deuda con organismos de cooperación bilateral. También será necesario un compromiso para resolver los problemas asociados a estas operaciones, como demuestra el caso de Somalia. El Gobierno de ese país quiere utilizar un canje de deuda con España para ayudar a financiar un programa Connacional de alimentación escolar que podría transformar la vida de millones de personas. Según las prácticas de canje de deuda de España, el Tesoro puede cancelar directamente el 60% de las deudas de ayuda bilateral, pero el país deudor debe financiar el resto —en este caso, 16 millones de dólares (14 millones de euros)— a través de un fondo fiduciario especial. Somalia carece de los fondos necesarios, lo que ha frenado los avances, pero el FMI y el Banco Mundial disponen de un mecanismo que podría hacer el pago, desbloqueando fondos que transformarían la vida de muchos niños en Somalia. Sin duda hay obstáculos difíciles que despejar, pero “simplemente háganlo” sería una buena pauta de actuación.
Debería haber una única respuesta a la “pregunta de Nyerere”. Permitir que las reclamaciones de los acreedores privados roben a una generación de niños su salud, educación y esperanza es moralmente indefendible y económicamente miope. Sugiere que hay algo podrido en la gobernanza económica mundial y es hora de detener esta podredumbre.
Este trabajo, publicado en El País, Planeta Futuro el 24 de junio de 2025, ha sido escrito por Kevin Watkins es profesor visitante en el Instituto Firoz Lalji para África, London School of Economics. Mohamed Abdiweli Ahmed lidera la investigación e incidencia de la Iniciativa de Finanzas Sostenibles.
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