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martes, 20 de mayo de 2025

Crisis de cólera

      En enero, en Renk, una remota ciudad fronteriza del Estado del Alto Nilo, en Sudán del Sur, Monica Nyandeng yacía acurrucada en el suelo de su cabaña. Sufría fuertes calambres de estómago y vómitos constantes. Cada movimiento le resultaba doloroso, y sus fuerzas disminuían con el paso de las horas. Sentía que su cuerpo se estaba apagando.

     Esta joven de 32 años es una de las más de 47.000 personas afectadas por el peor brote de cólera del país en más de dos décadas. “La enfermedad me sobrevino rápidamente. Sentía que se me iba la vida”, recuerda por teléfono tres meses después, ya recuperada. El cólera es una enfermedad diarreica aguda que se cura con antibióticos e hidratación, pero puede resultar mortal en cuestión de horas si no se trata. Se propaga a través del agua o los alimentos contaminados en lugares con malas condiciones higiénicas. La crisis comenzó en octubre, cuando las inundaciones estacionales arrasaron su aldea y contaminaron el río, la única fuente de agua para miles de personas. Sin agua potable ni información sobre lo que había que hacer, las familias bebían lo que lograban encontrar. “Nos limitábamos a beber agua, limpia o sucia”, explica Nyandeng, que es madre de tres hijos. “Nadie nos había dado pastillas de cloro ni nos había explicado la importancia de hervirla, sobre todo, después de las inundaciones”. 

     Las inundaciones no solo contaminaron el agua, sino que además borraron los caminos de tierra que unían su aldea con las clínicas más cercanas, convertidos en una masa de barro espeso. “Era imposible ir a buscar ayuda”, recuerda.

      Sudán del Sur, la nación más joven del mundo, ha sufrido repetidas crisis sanitarias y humanitarias desde su independencia en 2011, pero esta última oleada tiene lugar en condiciones aún más terribles: inundaciones, desplazamientos de población, nuevos combates, significativos recortes de la ayuda y un sistema sanitario al límite de sus capacidades. Desde que surgió el brote en Renk, el cólera ha golpeado a nueve de los 10 Estados de Sudán del Sur, incluida la capital, Yuba, y se ha extendido a la vecina Etiopía. Más de 87 superando con creces el número de víctimas del último gran brote del país, ocurrido en 2016 y 2017, que infectó a más de 20.000 personas y mató a más de 400.

      En brazos de un vecino que la cargó a través del barro, Nyandeng llegó finalmente a una abarrotada tienda de campaña de emergencias para recibir atención médica. En el interior de esta clínica improvisada, uno de los pocos centros de tratamiento en funcionamiento de la ciudad, los sanitarios se movían con rapidez entre el gran número de pacientes y la escasez de material. “Estaban claramente desbordados y se les agotaban los suministros esenciales, como los goteros”, recuerda. “Yo solo pensaba en quién cuidaría de mis hijos si no lograba sobrevivir”. 

      Desde que surgió el brote en Renk, el cólera ha arrasado nueve de los 10 estados de Sudán del Sur, incluida la capital, Juba, y se ha extendido a la vecina Etiopía

      Nyandeng pasó días luchando contra una grave deshidratación y el agotamiento, aferrándose a la vida mientras los sanitarios se afanaban a su alrededor. Al final logró sobrevivir, pero el miedo aún persiste. Tres meses después de su recuperación, conseguir agua potable sigue siendo una lucha diaria. “Estoy agradecida de estar viva, pero las condiciones que me hicieron enfermar siguen ahí”. 

     En el centro de aislamiento del cólera del Hospital Universitario de Yuba, la doctora Achai Bulabek sufre enormemente la presión. Cada día reciben hasta 20 pacientes con cólera, muchos de ellos gravemente deshidratados, que les llegan derivados de ciudades lejanas o trasladados desde clínicas con pocos recursos. “Suele ser difícil rescatarlos, porque el cólera es una enfermedad potencialmente mortal”, explica Bulabek. 

     El 59% de la población de Sudán del Sur carece de acceso a agua potable, y solo el 10% dispone de unas condiciones de saneamiento mejoradas, según datos de Unicef; eso les hace sumamente vulnerables a los brotes epidémicos.

     “Ahora es cuando está surgiendo el verdadero brote de cólera, porque nos encontramos en plena estación de lluvias”, añade Bulabek. “La falta de educación sanitaria y un saneamiento deficiente son, junto con la escasez de suministros, los mayores retos que se nos plantean”. 

      La sala de aislamiento del cólera del Hospital Universitario de Yuba, concebida en un principio para 50 pacientes, alberga actualmente a más de 90. Los enfermos yacen en colchones combados, muchos de ellos presos de una grave deshidratación, con vías intravenosas sujetas a unos soportes improvisados. 

      “Los recortes de fondos han tenido consecuencias terribles para Sudán del Sur”, relató en conversación telefónica con EL PAÍS el jefe de la misión de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Sudán del Sur, Zakaria Mwatia. “En MSF nos vemos obligados a tratar únicamente a los pacientes de cólera, las víctimas del conflicto y los casos urgentes que requieren una intervención inmediata”. 

     Bulabek solo lleva cuatro meses en su puesto, pero ya sabe lo que significa trabajar en un sistema al borde del colapso. En su pabellón, con demasiada frecuencia se quedan sin suministros esenciales, como líquidos intravenosos o antibióticos. Y la situación es la misma en todo el país. 

      Los años de conflicto y la falta de inversión han dejado maltrecho el sistema sanitario de Sudán del Sur. Menos de la mitad de la población vive a menos de cinco kilómetros de un centro sanitario operativo, y más de una cuarta de los centros de salud simplemente no funcionan. Las clínicas carecen de personal capacitado, de medicamentos esenciales y de suministros básicos. La financiación de la ayuda humanitaria, que en el pasado había sido su salvación, se ha reducido drásticamente a tan solo el 16% de las necesidades reales. 

      Los recientes recortes impuestos a USAID, La mayor fuente de ayuda para Sudán del Sur, han obligado  a la organización Save the Children, que apoyaba 27 centros de salud en el Estado de Jonglei, a cerrar siete clínicas, reducir otras 20 y despedir a 200 empleados. Además se ha cerrado un servicio de transporte que estaba financiado por Estados Unidos, de modo que los enfermos ahora se ven obligados a caminar durante horas para recibir atención médica.

      Algunos no logran llegar vivos a su destino. Save the Children afirma que al menos ocho personas, entre ellas cinco niños, murieron tras caminar más de tres horas intentando llegar a un centro sanitario. Decenas de pacientes llegan tarde, deshidratados o ya demasiado enfermos para poder ayudarles.

     “Los recortes de fondos han tenido consecuencias terribles para Sudán del Sur”, relató en conversación telefónica con EL PAÍS el jefe de la misión de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Sudán del Sur, Zakaria Mwatia. “En MSF nos vemos obligados a tratar únicamente a los pacientes de cólera, las víctimas del conflicto y los casos urgentes que requiere una intervención inmediata”. 

      En el Estado del Alto Nilo, donde el brote se declaró por primera vez en octubre, la renovada violencia está convirtiendo una emergencia sanitaria en una crisis humanitaria en toda regla. El acuerdo de paz de 2018, por el que el presidente Salva Kiir y el vicepresidente Riek Machar formaron un Gobierno de unidad, está ahora en peligro al haberse reavivado los combates y la agitación política.Desde finales de febrero, los enfrentamientos entre las fuerzas gubernamentales y el Ejército Blanco, una milicia que apoya a Machar, han provocado ataques mortales, el desplazamiento de más de 84,000 personas y detenciones de líderes de la oposición, incluido Machar. 

      Las consecuencias para los pacientes de cólera se han hecho sentir de inmediato. “Antes de que estallara el conflicto, teníamos unos 50 pacientes en el Estado del Alto Nilo”, explica Mwatia. “Pero debido al miedo y la inseguridad reinantes, huyeron de la clínica, y ahora se ha disparado el número de casos”. La enfermedad se propagó al Estado de Junqali, al Gran Pibor, y a través de las fronteras a la región de Gambela, en Etiopía. (Fuente: El País. Planeta Futuro.  21 de mayo de 2025)

     Este artículo ha sido escrito en colaboración con Egab

     En la Agenda 2030, como creo haber dicho en más de una ocasión el ODS 3 es "garantizar una vida sana y promover el bienestar en todas las edades". Es nuestra obligación ayudar a país pobres a hacer frente, en este caso, a la crisis del cólera, a la que se ha dedicado el artículo anterior. 

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