El efecto invernadero es un fenómeno natural e imprescindible para la vida en la Tierra tal y como funciona hoy. De no ser por el efecto invernadero, la temperatura media de la superficie del planeta sería de 18 grados bajo cero, nada menos que 33 grados más baja que ahora (la media terrestre es 15 grados sobre cero). En este tema existe cierta confusión, porque lo que nos preocupa y denostamos no es el efecto invernadero como tal, sino su reciente incremento responsable del cambio climático o calentamiento general.
¿Cómo se explica ese efecto invernadero beneficioso?
Nadie ignora que prácticamente toda la energía que recibe la Tierra llega del Sol en forma de radiación electromagnética, que percibimos como luz y calor. La temperatura de la superficie terrestre, en consecuencia, resulta de un balance entre la energía recibida del Sol y la que la propia Tierra refleja, devolviéndola al espacio exterior en forma de radiación infrarroja.
Ocurre que una parte de la energía reexpedida por la Tierra no escapa directamente al espacio, sino que es retenida por algunos gases .los llamados hoy gases de efecto invernadero- que forman parte de la atmósfera. Estos gases se calientan y envían de nuevo energía hacia la superficie de la Tierra que, a su vez, absorbe una parte y devuelve otra, que será parcialmente retenida por los gases de invernadero...
Así se origina un ciclo que retiene energía algún tiempo, de manera que, aunque las cantidades que entran y salen acaban siendo iguales (si no, la Tierra se calentaría indefinidamente), se alcanza un equilibrio térmico a mayor temperatura de la que correspondería si esos gases no existieran.
Es como si algunos gases de la atmósfera fueran la tapadera transparente que cierra el invernadero natural de la Tierra.
De entre todos los componentes de la atmósfera, el principal gas con efecto invernadero es el vapor de agua, y después el dióxido de carbono, el metano, el óxido nitroso y el ozono. De ellos, el vapor de agua, su tiempo de residencia (o vida media) en la atmósfera es muy poco, apenas una semana. El dióxido de carbono, en cambio, permanece en la atmósfera cien años o más (lo que significa que seguiremos pagando las consecuencias de las emisiones del último siglo, incluso si ahora mismo dejáramos de emitir) y el metano entre diez y quince años.
Al quemar un bosque, para poder cultivar los campos tanto en el pasado como en la actualidad, todo el carbono retenido por la vegetación, en parte en el suelo, es liberado a la atmósfera en forma de dióxido e carbono, y, sino es asimilado de nuevo, incrementa el efecto invernadero.
El problema se hizo grave con la revolución industrial y el siguiente consumo masivo de combustibles fósiles. Quemar carbón, petróleo o gasolina, aunque parezca otra cosa, no es muy distinto que quemar árboles u otros seres seres vivos fosilizados, y en todo caso el efecto es el mismo: carbono previamente retenido (en este caso, en los combustibles) es liberado en grandes cantidades a la atmósfera en forma de dióxido de carbono. Pero, además nuestras actividades generan más metano, más óxido nitroso y también otros productos completamente artificiales. (Fuente: Miguel Delibes y Miguel Delibes de Castro, La Tierra herida. ¿Qué mundo heredarán nuestros hijos? Ediciones Destino, 2005)
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