Entre marzo y mayo, las intensas lluvias y las devastadoras inundaciones desbordaron los cauces de los ríos Nairobi y Athi, en Kenia, mataron e hirieron a centenares de personas y desplazaron a miles. Una de las afectadas fue Margaret Njoki, de 67 años, en Nairobi. “Nos evacuaron de repente por la amenaza de inundaciones”, recuerda. A ella las autoridades le dieron la compensación de 10.000 chelines kenianos (71 euros) anunciada para los desplazados de la capital keniana, con la que compró una tienda de campaña como refugio temporal para ella y sus cinco nietos, tres de los cuales son huérfanos. Pero su vecino le exige ahora que abandone la zona, de su propiedad. Njoki ha usado los últimos fondos de la ayuda gubernamental para poner en marcha un pequeño negocio de cestería, pero las limitaciones físicas de la edad le hacen difícil ganarse la vida.
Desde que comenzaron en marzo, las fuertes lluvias en el país africano dejaron más de 306.000 damnificados (o 61.300 hogares), más de 293.000 desplazados y al menos 315 muertos, según informó el Centro Nacional de Operaciones de Desastres (NDOC, por sus siglas en inglés) a mediados de junio. Unos 350.000 alumnos kenianos habían visto interrumpido su aprendizaje debido a los daños sufridos en las escuelas y las infraestructuras.
En Nairobi, aunque algunas víctimas han recibido las pequeñas ayudas gubernamentales de 71 euros, la mayoría de los consultados aseguran que no han recibido el dinero y acusan a las autoridades de favoritismo, corrupción y nepotismo en el desembolso de los fondos. Los afectados por las desastrosas inundaciones siguen viviendo en condiciones precarias, muchos de ellos sin hogar y luchando por sobrevivir.
Una de ellos es Agnes Wayua, de 48 años y madre de dos hijos. Aunque ha recibido esos 71 euros, se lamenta: “El dinero fue una gota en el océano. Lo perdimos todo, la ropa, los muebles. Ahora dependo de la amabilidad de donantes y amigos para salir adelante”. También está pasando un calvario Sabina Adikinyi, de 37 años y madre de cuatro hijos, que tuvo que huir con su familia a casa de sus vecinos para ponerse a salvo de las inundaciones. “Lucho por poner comida en la mesa para mis hijos, y encontrar un lugar donde vivir ha sido igualmente difícil. No puedo permitirme pagar el alquiler ni siquiera de la vivienda más pequeña”.
Otro problema es el de aquellos que no vieron sus posesiones arrastradas por las aguas, pero acabaron perdiendo sus hogares cuando el Gobierno intentó eliminar los asentamientos ilegales en las inmediaciones de los ríos, bajo el pretexto de evacuar zonas que podrían estar en peligro. Ian Mwaura, de 23 años, y su madre, tuvieron que abandonar repentinamente su vivienda. Ella consiguió un alojamiento alternativo a través de las autoridades, pero él se vio obligado a buscar refugio en casa de un amigo. “Demolieron nuestra casa y nunca nos indemnizaron”, lamenta. Muchas de las víctimas de estas demoliciones aseguran depender todavía de la caridad y de las ONG para conseguir ropa, colchones, mantas, alimentos, pañales y artículos sanitarios.
Los supervivientes de la catástrofe de Mai Mahiu, que se cobró más de 60 vidas, están aún sumidos en la pobreza y viven bajo la amenaza del desalojo. Esta localidad, a 60 kilómetros al noroeste de Nairobi, vio cómo la crecida del río Kijabi se tragaba casas y dejaba un camino de destrucción. Un plan de reasentamiento del Gobierno, de más de 2,4 millones de euros para unas 100 familias, se vino abajo tras la anulación por parte del presidente William Ruto, en junio, de una polémica Ley de Finanzas que causó fuertes protestas sociales y acabó con la destitución de todo su gabinete. Los líderes locales creen que indemnizar a las víctimas seguirá siendo una tarea inasumible sin los fondos asignados.
Desesperadas, las familias afectadas piden ayuda humanitaria urgente. Maureen Njeri, una de las supervivientes, dice que ya ha sido desalojada de su casa por impago. “Nos dijeron que nos reasentarían hace tres meses, pero nunca lo han hecho y seguimos sufriendo cada día”, afirma. Julius Mungai, también víctima, acusa al Gobierno de ignorar su situación. “Muchos de nosotros éramos pequeños comerciantes; todos nuestros bienes desaparecieron y nos enfrentamos al desalojo por no pagar el alquiler,
Kenia se ha visto impactada por un cambio drástico en sus patrones meteorológicos. Una prolongada sequía en 2022 —la peor en cuatro décadas, causada por cinco temporadas de lluvias fallidas consecutivas— afectó a más de 4,5 millones de personas que necesitaron ayuda alimentaria urgente, según la plataforma Relief Web. Acto seguido, el país se enfrentó a una transición abrupta a precipitaciones fuertes, que provocaron inundaciones generalizadas entre marzo y mayo de este año.
Según el Centro de Seguimiento de Desplazamientos Internos (iDMC, por sus siglas en inglés) del Consejo Noruego para los Refugiados, entre 2008 y 2023 un total de 2,4 millones de kenianos se vieron desplazados internamente como consecuencia de 81 catástrofes, de las cuales las más destructivas fueron las inundaciones y las sequías.
Las inundaciones de este año se desencadenaron por las lluvias muy intensas y continuadas entre los meses de marzo y mayo, señala Richard Muita, climatólogo del Ministerio de Medio Ambiente de Kenia. “Esto se vio exacerbado por el periodo de precipitaciones potenciado por el fenómeno El Niño, de octubre a diciembre del año anterior, junto con un fenómeno conocido como Dipolo del océano Índico (que altera los patrones de viento, temperatura y precipitaciones en el este de África), que dejó el terreno saturado. Cuando llegaron las lluvias de marzo, abril y mayo, el suelo ya estaba en condiciones para provocar una escorrentía significativa”, explica Muita.
La situación geográfica de Kenia, cerca del ecuador, también la hace vulnerable a este tipo de fenómenos climáticos, añade el climatólogo, ya que una atmósfera más cálida retiene más humedad, lo que provoca lluvias más intensas. “En resumen, las inundaciones fueron causadas por un intrincado vínculo entre el aumento de las precipitaciones, la saturación del suelo por El Niño anterior y el impacto de las aguas más cálidas del océano Índico en los patrones de precipitación”, remacha.
El Gobierno keniano se ha puesto el objetivo de plantar 15.000 millones de árboles de aquí a 2032 con el objetivo de reducir las emisiones de efecto invernadero, detener la deforestación y restaurar 5,1 millones de hectáreas de paisajes deforestados y degradados frente a la amenaza del cambio climático. (Fuente: El País. Planeta Futuro, 27 de agosto de 2024)
Este artículo se publica en colaboración con Egab, una plataforma que trabaja con periodistas de Oriente Próximo y África.
Una de las cosas que me ha llamado la atención es que el objetivo del Gobierno keniano se haya propuesto plantar árboles para reducir las emisiones de efecto invernadero y que le preocupe el cambio climático
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