Quien quiere acabar con la Agenda 2030 es el titulo de un articulo publicado el 28 de septiembre de este año en ETIC. Me parece obligado presentar aquí los párrafos que considero más importantes
Esta semana se han cumplido 8 años desde que Naciones Unidas aprobara la Agenda 2030. Líderes mundiales se han dado cita en la asamblea general de la ONU en Nueva York para debatir sobre sus objetivos y acelerar su cumplimiento.
A pesar de intentar acabar con la pobreza, la desigualdad y el cambio climático, la Agenda 2030 y sus Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) continúan, a siete años de su final, bajo la lupa de la sospecha. Pero ¿por qué hay quien la rechaza?
Gregorio Martínez, director de Relaciones Institucionales y responsable del Proyecto ODS de la Universidad Nebrija, admite que se trata de una hoja de ruta muy ambiciosa, pero también posible «si se toman las medidas necesarias a nivel global y de forma coordinada entre los distintos agentes que intervienen en ella». Martínez cree que las críticas son inevitables, y si bien recuerda que esta puede ser «mejorable», también señala que es imprescindible «contar con un instrumento como este que nos ayude a intervenir sobre los fenómenos que amenazan al planeta».
Seguir al pie de la letra los ODS implica derribar algunos de los cimientos sobre los que se han levantado los modelos productivos de las sociedades modernas, lo cual no es un plato fácil de digerir. Prescindir de los combustibles fósiles, apostar por las energías renovables, acabar con los residuos, revocar la cultura del consumo exacerbado o incorporar criterios éticos —y no solo económicos— a la gobernanza empresarial y a los mercados financieros son medidas que hoy pueden ser percibidas como algo de sentido común por parte de la ciudadanía, pero también son un ataque a la línea de flotación del capitalismo más clásico (y nostálgico).
No obstante, las críticas a los ODS no llegan solo desde los estamentos más vinculados al gran capital. También los progresistas encuentran algunos peros a sus enunciados. La prestigiosa revista científica Nature, por ejemplo, exigía en un reciente editorial revisar los ODS para hacerlos más alcanzables tras el retroceso experimentado durante la pandemia. Numerosas instituciones internacionales, oenegés y países en desarrollo han manifestado también sus recelos hacia unos objetivos que, por lo general, ven poco transparentes, contradictorios, paternalistas e insuficientes.
Ya sea por legítimo convencimiento, porque vean en ello nuevas oportunidades de negocio o por aspectos de imagen, lo cierto es que las empresas no han tardado en sumarse masivamente a la corriente de la sostenibilidad que recorre la opinión pública.
La conversión definitiva llegó en 2019, cuando la Business Roundtable, la organización que reúne a los presidentes de muchas de las grandes empresas de Estados Unidos, hizo una declaración solemne para anunciar un cambio radical de rumbo en su estrategia: del culto al beneficio, a la integración transversal de la sostenibilidad en sus planes de negocio;
A partir de ese momento, hasta las corporaciones más contaminantes del planeta se declararon completamente sostenibles, una contradicción que sigue generando mucho escepticismo. El llamado greenwashing (un «lavado verde» de imagen) que muchas compañías practican para lograr una reputación que en realidad no merecen es otra de las grietas que con frecuencia se le afea a la Agenda 2030.
Su politización es otra cuestión «Hacer de los 17 ODS una cuestión de izquierdas o de derechas es algo difícil de sostener, ya que estamos haciendo referencia a grandes retos globales que nos afectan como seres humanos, más allá de nuestras ideas. Acabar con la pobreza, lograr la igualdad o luchar contra el cambio climático están estrechamente vinculadas con los derechos humanos y nuestra capacidad de adaptación y supervivencia en el planeta», defiende.
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