Como ya he indicado varias veces, después de muchas investigaciones en desarrollo infantil, Psiquiatría y Neurociencia se ha llegado a la conclusión de que el ser humano, Homo sapiens, es empático, social y solidario. Algo que no acepta el vigente sistema económico social.
En los currículos tradicionales se sigue haciendo hincapié en el aprendizaje como una experiencia altamente personal, pensada para la adquisición y el control de conocimientos a través de la competición con los demás.
He leído que el valor de la enseñanza empática, colaborativo o participativa se apreció por primera vez en la década de 1950, en el curso de una investigación realizada por L. J. Abercrombie en el University Hospital de Londres. El doctor Abrecombie observó que cuando los estudiantes de medicina trabajaban de forma participativa en grupos pequeños para diagnosticar a sus pacientes, eran capaces de evaluar más rápidamente y con mayor grado de certeza que cuando realizaban los diagnósticos en solitario. El contexto de colaboración daba a los estudiantes la oportunidad de retar las asunciones de los demás, tomar las ideas y reflexiones ajenas como punto de partida y llegar a un consenso negociado relativo a la situación del paciente.
En años sucesivos, comenzaron a filtrarse en la comunidad académica nuevas pruebas de carácter anecdótico de la superioridad del aprendizaje basado en la colaboración .Uri Treisman, un matemático del campus de Berkeley en la Universidad California observó, asombrado, que sus estudiantes asiático-americanos tendían a obtener mejores resultados que sus estudiantes afroamericanos e hispanos. Para comprender el porqué, Treisman realizó un seguimiento de los tres grupos de estudiantes en el campus, para saber si había algo en su socialización que pudiera explicar la diferencia. Descubrió que los estudiantes asiático-americanos iban siempre en grupo, comían juntos y se relacionaban entre sí, y constantemente hablaban de sus tareas de clase, probando hipótesis, cuestionando puntos de vista y […] negociando una comprensión y un consenso colectivo sobre cómo enfocar sus tareas. Por el contrario, los estudiantes afroamericanos e hispanos eran más propensos a caminar solos y menos dados a hablar entre sí de sus tareas escolares.
Para comprobar si éste era el factor clave que exolicaba la diferencia en los niveles de rendimiento en el aula, Treisman congregó a los estudiantes afroamericanos e hispanos, asignó a cada grupo un lugar de estudio y los ayudó a aprender a trabajar de forma colaborativa t participativa. Los resultados fueron impresionantes: muchos de estudiantes, que eran alumnos necesitados de refuerzo, terminaron siendo estudiantes de notable o sobresaliente. (Fuente: Jeremy Rifkin, La civilización empática, 2010, Paidós).
Por mi parte, todavía no había leído el libro de Rfkin, en una ocasión, siendo directora de un Instituto de Enseñanza Media, formé grupos de tres estudiantes y a cada grupo entregué un libro distinto del habitual. Cuando terminó el curso, se demostró que sabían más que algunos profesores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario