El turismo es una palabra que figura en las metas de los ODS 8 y ODS 14
ODS 8. "Promover el crecimiento económico inclusivo y sostenido, el pleno empleo productivo y el trabajo decente para todos". La meta 8.9 es "elaborar y poner en práctica políticas encaminadas a promover un turismo sostenible que cree puestos de trabajo y promueva la cultura y los productos locales".
ODS 14. "Conservar y utilizar de forma sostenible los océanos. los mares y los recursos marinos para el desarrollo sostenible". La meta 14.7 es "aumentar los beneficios económicos que los pequeños Estados insulares en desarrollo y los países menos adelantados obtienen del uso sostenible de los recursos marinos, en particular mediante la gestión sostenible de la pesca, la acuicultura y el turismo".
He recordado lo anterior porque he leído en un artículo de El País. Planeta Futuro del 12 de enero de 2024, titulado, La isla más densamente poblada del mundo busca cómo proteger su ecosistema marítimo frente al turismo masivo, que me parece oportuno resumir.
Adrián Caraballo se siente feliz y agradecido desde el pedacito de tierra de apenas una hectárea, rodeado de agua salada, en el que vive junto a otras 825 personas. “Sentimos la conexión con el océano y, a pesar de estar en un lugar tan reducido, tenemos ese otro espacio inmenso que es el mar lleno de vida marina”, explica este líder social y ambiental de 25 años desde Santa Cruz del Islote, una diminuta isla del Caribe colombiano con reputación de ser la isla más densamente poblada del mundo.
Esta isla atrae a centenares de visitantes. “No quiero que se nos conozca de esta manera, porque muchos turistas nos miran por encima del hombro e interpretan que aquí hay pobreza y hacinamiento. No saben que nosotros somos ricos, que tenemos el mar. Aquí la convivencia es pacífica, nadie tiene más que nadie y lo poco que tenemos lo compartimos. Se llama solidaridad isleña”, insiste Caraballo.
Santa Cruz del Islote forma parte del archipiélago de San Bernardo, dentro del Parque Nacional Corales del Rosario, y se encuentra a unas tres horas en lancha de la famosa ciudad colonial de Cartagena de Indias. Todas sus islas viven de los visitantes que llegan atraídos por el sol y las playas paradisíacas. “Es un turismo depredador y desmedido que puede activar la economía a corto plazo, pero a futuro va a haber problemas si no se hace algo para que sea responsable y con conciencia ecológica, se comenta.
Un fallo de 2011 del Consejo de Estado colombiano ratificaba una sentencia judicial de un tribunal administrativo que confirmaba que las 27 islas del Rosario y las 10 del archipiélago de San Bernardo, incluido el islote, sufrían un severo impacto ambiental por la presión turística masiva y ordenaba su protección urgente.
Para muchos habitantes del islote, sin embargo, el turismo es una bendición. A diario desembarcan en el lugar una media de 500 personas, procedentes sobre todo de las grandes ciudades colombianas como Bogotá, Medellín o Cali. En la pequeña isla hay cuatro modestos hostales que permiten alojar a unas 20 personas, pero normalmente los visitantes pernoctan en las islas cercanas de Tintipán y Múcura o vienen en una excursión de un día desde Cartagena o Tolú.
Cada visitante paga unos 10.000 pesos colombianos (algo más de dos euros) a cambio de una pequeña visita guiada de unos 25 minutos. La visita concluye en un acuario donde los visitantes tienen la oportunidad de bañarse con un inofensivo tiburón y observar tortugas y peces.
El turismo ha ido supliendo así a la pesca ancestral, que fue mermando debido también a la sobreexplotación y destrucción de los ecosistemas. “Ya no hay gente que salga a pescar lejos, mar adentro, al Golfo. Las personas que todavía pescan se dedican a la pesca de buceo”, lamenta Adrián Caraballo.
Él también vive del turismo como guía, pero como ambientalista observa con preocupación ese exceso de visitas que está produciendo, entre otros, un aumento de la generación de residuos: “Hay un turismo que sí es consciente y otro que no lo es. Tratamos que cada visitante se haga responsable de sus desechos”. La gestión de la basura es uno de los grandes retos en Santa Cruz del Islote.
Una persona se encarga de recoger a diario la basura que se genera en todo el islote, la almacena y traslada hasta la vecina isla de Tintipán, donde otra persona revisa las bolsas y separa lo reciclable que, cada 15 días, se lleva una embarcación a Cartagena. El resto se entierra en Tintipán. “Estimo que podemos recuperar un 70% para reciclar. Los hoteles del archipiélago sí se encargan ellos mismos de separar”, explica Omar Vanega, uno de los responsables de la gestión de residuos del islote.
Otro problema son los muchos sedimentos y residuos que aparecen flotando en el mar procedentes de otras islas y de ciudades costeras. Caraballo asegura que están estudiando una especie de auditoría de marca para implicar a las empresas cuyos envases aparecen en el agua, para que les acompañen en la limpieza o les ayuden a formarse. “Hace unos meses hicimos un voluntariado donde sembramos manglar y sacamos una tonelada de basura del mar”, apunta.
Inculcar en la conciencia de la gente hábitos ambientales ha tenido también algunos avances importantes. “Desde la fundación Tortuga de mar que creamos acabamos con el consumo de tortuga. Les explicamos a los pescadores la importancia de esta especie para la biodiversidad marina y la función que tiene en la protección de los corales. Además, les incentivamos y, si encuentran una tortuga, se la cambiamos por un pollo o por grano”, dice orgulloso Caraballo.
En esta pequeña isla hay importantes carencias estructurales. La falta de espacio hace que no haya apenas vida cultural ni lugares de ocio para los niños, más allá del trozo de calle que da a la escuela y que hace de patio. En la escuela estudian en dos turnos 226 niños y niñas, algunos de los cuales vienen de las islas vecinas. Atencio, que es el profesor, cree que el futuro de estas islas pasa precisamente por la educación, y explica que están inmersos en un proyecto pedagógico que combina la noción ética. el desarrollo medioambiental sostenible y el espíritu comunitario.
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