En los próximos días, Nueva York se convertirá nuevamente en el epicentro del multilateralismo global con la Asamblea General de Naciones Unidas y la esperada Cumbre del Futuro. Este evento aspira a acordar un “pacto para el futuro” que incluya acciones concretas para turboacelerar el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y enfrentar los desafíos globales actuales. Entre los temas cruciales que se tratarán, se encuentra la necesidad de generar nuevas formas de medir el desarrollo, superando las limitaciones del Producto Interno Bruto (PIB).
Desde el siglo pasado, el PIB se utiliza como el indicador universal para medir el desarrollo de los países. Sin embargo, desde su adopción, muchos han señalado que este índice es insuficiente, e incluso contraproducente, para capturar la complejidad del progreso humano.
El PIB no considera aspectos esenciales como el bienestar humano, las desigualdades o la sostenibilidad ambiental. De hecho, en ocasiones el PIB continúa creciendo en tiempos de crisis mientras decaen rápidamente o se estancan los indicadores de bienestar. Asimismo, El PIB refleja ciegamente los impactos económicos, equiparando actividades independientemente de si su repercusión es positiva o negativa. Por ejemplo, aquellas actividades que erosionan nuestro entorno, como la deforestación o los gastos para limpiar un vertido tóxico, contribuyen al PIB de forma equivalente a las inversiones en infraestructuras sostenibles, educación o salud. Además, el PIB prioriza el corto plazo sobre el largo plazo, algo sumamente problemático en un momento en el que necesitamos una mirada larga para abordar los complejos desafíos del desarrollo sostenible.
Actividades que erosionan nuestro entorno, como la deforestación o los gastos para limpiar un vertido tóxico, contribuyen al PIB de forma equivalente a las inversiones en infraestructuras sostenibles, educación o salud
Aún con estas limitaciones, el PIB continúa siendo utilizado como referencia para importantes debates y decisiones políticas nacionales e internacionales. En concreto, la arquitectura financiera internacional depende excesivamente del PIB para decisiones esenciales para un desarrollo sostenible. El desarrollo sostenible requiere programas de inversión pública y privada a largo plazo bien diseñados, bien implementados, y correctamente gobernados y financiados. Sin embargo, muchas decisiones sobre la ayuda oficial para el desarrollo, el alivio de deuda o las concesiones de financiación siguen dependiendo del PIB.
En el contexto actual de crisis multidimensionales hemos presenciado cómo los países y regiones más ricas han implementado planes de estímulo para reactivar sus economías. Muchas lo han hecho con una perspectiva de transformación verde. Los países en desarrollo no pueden hacer lo mismo, ya que no pueden acceder al mercado de capital en condiciones aceptables y se encuentran inmersos en un endeudamiento extremo. En ese contexto resulta imposible plantear las inversiones necesarias a largo plazo para alcanzar los ODS. Esta situación está perfectamente ilustrada en el Informe de Desarrollo Sostenible 2024, publicado por la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas (SDSN). Este informe muestra cómo la brecha de desempeño en términos de desarrollo sostenible entre países de renta alta y los de renta baja ha aumentado desde 2015, haciendo más urgente reformar la arquitectura financiera global de manera que sea “apta para el propósito” del desarrollo sostenible.
Para enfrentar estas limitaciones del PIB, se han propuesto varios indicadores alternativos, como el Índice de Desarrollo Humano (IDH) y el Índice de Pobreza Multidimensional, el Índice Mundial de Felicidad o el Índice para una Vida Mejor de la OCDE. Aunque estos índices avanzan hacia una medición más integral, ninguno ha logrado reemplazar al PIB.
Más recientemente, los ODS y sus indicadores han proporcionado un diagnóstico completo del estado de un país y su progreso hacia un futuro sostenible. Estos objetivos ofrecen una perspectiva holística del desarrollo, reconociendo que el bienestar humano, la protección del planeta y el crecimiento económico son metas interdependientes. En efecto, los países que se encuentran en los primeros puestos en el nivel de cumplimiento de los ODS (Finlandia, Suecia, Dinamarca), suelen ocupar las primeras posiciones en el Índice Mundial de la Felicidad (Finlandia, Dinamarca, Islandia y Suecia).
Sería idóneo adoptar un sistema de medición para el progreso que esté basado en los ODS como marco de referencia centrado en las personas y en el medio ambiente. De esta manera, podremos evaluar el éxito de un país no solo por su crecimiento económico, sino también por su capacidad para promover el bienestar humano, la equidad y la resiliencia ante los desafíos globales. Es un gran reto en muchos sentidos: por un lado, hay que generar argumentos convincentes para persuadir a los líderes políticos de que adopten estas nuevas métricas; por otro lado, hacen falta inversiones para mejorar la capacidad estadística y generar sistemas rigurosos de datos en todos los países.
El
proceso para ampliar las métricas globales debe ser incluyente y debe
involucrar a los institutos nacionales de estadística, a personalidades
del ámbito científico, expertos y expertas en materia social, así como a
las instituciones financieras que deben participar en su
implementación. Aunque sea un proceso complejo, merecerá la pena. La
Cumbre del Futuro nos invita a imaginar un futuro sostenible y debemos
acompañar estas ideas con herramientas que nos permitan evaluar si vamos
por el camino correcto, hacia el destino escogido. (Fuente: El País. Planeta Futuro. 19 de septiembre de 2024)
Este articulo ha sido escrito por María Cortés Puch es vicepresidenta del Programa de Redes de la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible (SDSN).
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