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lunes, 23 de septiembre de 2024

Campos de desplazados del Congo. Viruela del mono

     Situado a pocos kilómetros de Goma, en el este de la República Democrática del Congo (RSC)), el campo de Kanyarutshinya acoge a cerca de 4.000 personas desplazadas por los conflictos armados que asolan la región. El campamento, ya bajo presión debido al hacinamiento y la falta de recursos, es el caldo de cultivo perfecto para una nueva amenaza: la mpox (una enfermedad de que recientemente he hablado). “La gente aquí tiene miedo. En cuanto supieron que estábamos enfermos, dejaron de hablarnos”, cuenta Marie, una viuda de unos 40 años, contagiada junto a su hijo mayor, de 10.

     Marie y su hijo se encuentran en una pequeña y destartalada tienda de campaña en el extremo más alejado del campo. Originarios del pueblo Rutshuru, 70 kilómetros al norte, huyeron hace unas semanas de los combates para buscar refugio en Kanyarutshinya, pero tan pronto como llegaron fueron atacados por el virus. Sus rostros están marcados por las erupciones características de la mpox, conocida como viruela del mono, y están debilitados por la fiebre y los dolores que acompañan a la enfermedad. “No tenemos a nadie que nos ayude”, dice Marie con voz cansada, mientras sus otros tres niños, de 6, 7 y 9 años, deambulan por la tienda, hambrientos y angustiados. El miedo al contagio aísla a la familia de la comunidad del campamento. Los vecinos, asustados por la posibilidad de infectarse, se niegan a ayudarlos.

     En este campo donde la atención sanitaria es escasa y los recursos limitados, la mpox ha sumido a esta familia en una situación desesperada de supervivencia. Marie y su hijo, demasiado débiles para trabajar o incluso para desplazarse, dependen totalmente de la ayuda humanitaria, insuficiente para cubrir las crecientes necesidades en el campo.

     Las autoridades no permiten que las organizaciones que trabajan en Kanyarutshinya den información sobre el número de afectados por la mpox en el mismo. Sin embargo, la agencia de la ONU para los refugiados, ACNUR, alertaba hace unos días del peligro de expansión de la enfermedad en los campos atestados, tanto en Congo como en los países vecinos. “En los campos de refugiados y desplazados, la gente suele vivir hacinada y con acceso limitado a elementos esenciales como jabón, agua limpia o ropa de cama”, afirmaba Allen Maina, jefe de Salud Pública de ACNUR, en un artículo.  “Esto dificulta la aplicación de medidas preventivas como el lavado de manos. El acceso a la atención sanitaria también es un reto. Estamos empezando a ver algunos casos sospechosos”.

      En la cercana ciudad de Goma, al final de la semana del 18 al 24 de agosto, “se contabilizaban 72 casos confirmados de viruela del mono”, según Gaston Lubambo, jefe de la división de Salud de Kivu del Norte. El médico explica que “se están intensificando las medidas para contener la propagación del virus, especialmente en los campos de desplazados, donde la vulnerabilidad es mayor”. “Hemos activado la respuesta para garantizar que ningún caso pase desapercibido, dado el contexto específico de la provincia y los informes de casos en los emplazamientos de desplazados internos”, añade, en entrevista con este diario.

     Para contrarrestar esta epidemia, las autoridades sanitarias de Kivu del Norte han puesto en marcha una estrategia por zonas, apoyándose en las principales infraestructuras hospitalarias, explica Lubambo. Cada caso confirmado se deriva inmediatamente a los centros médicos. Lubambo subraya la importancia crucial de la información en la lucha contra la epidemia. “Es esencial que la gente esté bien informada sobre la enfermedad y sobre cómo protegerse de ella”, dice. 

     La expansión de esta enfermedad en 14 países africanos, que obligó a la Organización Mundial de la Salud a declarar la emergencia sanitaria el mes pasado, afecta sobre todo a República Democrática del Congo, con más de 19.000 casos sospechosos, casi 5.000 confirmados y 629 muertos, según datos del día 5. Cuatro de cada cinco fallecidos son menores, según Unicef.

El este del país está sufriendo la propagación más preocupante en los últimos meses, en concreto la provincia de Kivu del Sur, vecina de Kivu del Norte, donde se encuentra Kanyarutshinya. Aunque el fin de semana llegaron a RDC 100.000 vacunas donadas por la Unión Europea, las dosis aún no se han distribuido a esta provincia.

A unos 800 kilómetros de la casa de Marie, está Christine, una joven madre de Masisi, un territorio de Kivu del Norte golpeado por la violencia. Temiendo la propagación del virus en el campamento, decidió alejarse con sus dos hijos. Desde hace varias semanas, se refugian en una pequeña iglesia situada a pocos kilómetros de Kanyarutshinya. “Cuando me enteré de que varias personas en el campamento estaban enfermas, me asusté mucho. No quiero que mis hijos contraigan esta enfermedad”, dice.

    Aunque huir ha reducido las posibilidades de contagio, sigue viviendo en unas condiciones precarias. La iglesia donde se refugian cada noche está abarrotada, carece de agua potable y comida. “Vivimos con miedo. Todos los días tenemos que buscar algo para comer, y no siempre hay suficiente para todos”, explica, con ojos que delatan agotamiento.

     Claire ha adoptado un enfoque más organizado para hacer frente al brote. Su marido, Jean, y su hijo Simon contrajeron la viruela del mono poco después de llegar a Kanyarutshinya desde Bwito, en Masisi. Entonces, Claire tomó rápidamente medidas para proteger al resto de la familia. “En cuanto mi hijo mostró los primeros signos de la enfermedad, lo aislé. Escuché en la radio que hay que lavarse las manos con regularidad y evitar el contacto con los enfermos”, dice. Gracias a estas precauciones, sus otros dos hijos no se infectaron. Claire, con una determinación palpable, convirtió su tienda en una pequeña fortaleza, desinfectando constantemente las superficies y limitando las interacciones físicas.

     Aunque su situación sigue siendo difícil, su resiliencia frente a la enfermedad es notable. Su hijo se está recuperando lentamente, y la vigilancia de Claire ha evitado que los otros niños se infecten. Sin embargo, la vida en el campo sigue siendo extremadamente dura. El acceso a la atención médica es limitado y la comida escasa.

     El ministro de Salud de RDC, Roger Kamba, ha descrito la situación como una grave crisis sanitaria, con la mpox propagándose rápidamente en varias regiones. En respuesta a esta emergencia, la OMS y el Centro Africano para el Control y la Prevención de Enfermedades (Africa CDC) han puesto en marcha un plan conjunto de 600 millones de dólares (unos 540 millones de euros) para luchar contra el brote en 14 países africanos afectados, incluido Congo.

     Este plan, que se extiende de septiembre de 2024 a febrero de 2025, tiene como objetivo mejorar la vigilancia, la gestión de casos y la vacunación, así como desarrollar la capacidad local para la prevención y el control de infecciones. República Democrática del Congo recibió el fin de semana un primer lote de 100.000 dosis de la vacuna MVA-BN contra el virus, suministrado por la Comisión Europea, a los que deben sumarse otras 100.000 en los próximos días. (Fuente: El País. Planeta Futuro. 13 de septiembre de 2024)

     Eso nunca sucedería en un país rico. De aquí la necesidad del Objetivo de Desarrollo Sostenible 1: "Poner fin a la pobreza en todas sus formas en todo el mudo". Y el ODS 2: "Poner fin al hambre, lograr la seguridad alimentaria y la mejora de la nutrición...."

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