Hellen Nyakundi se dio cuenta de que algunos de los pacientes a los que atendía de leishmaniasis visceral en el condado de Baringo (oeste de Kenia) “tenían que desplazarse al menos 100 kilómetros para recibir los medicamentos”. El tratamiento para esta dolencia requiere ingreso hospitalario de 17 días, durante los cuales a los pacientes se les deben administrar “dos inyecciones diarias”. “Si los enfermos no son tratados, mueren en dos años, porque es letal en el 95% de los casos”, explica esta investigadora keniana y experta en salud global. En 2018, consiguió la financiación suficiente para construir un nuevo centro más cercano a las comunidades afectadas del condado en el que trabaja, con todo lo necesario para atender a los enfermos, desde laboratorio y farmacia a cocina con todos sus utensilios. “Hay que alimentar a los ingresados”, detalla.
Esta última afirmación, la de dar de comer a un paciente en el hospital, podría parecer muy evidente, pero Nyakundi recuerda que, en la lucha contra la leishmaniasis visceral o cualquiera de las otras 20 dolencias que la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera como enfermedades tropicales desatendidas (ETD), lo evidente se olvida con frecuencia. “Llegan miles de vacunas, pero a veces ocurre que nadie reserva una parte del presupuesto para transportarlas hasta donde se necesitan así que terminan caducando”; o “se envían equipos que requieren conexión eléctrica para diagnosticar a lugares donde ni siquiera hay electricidad”, menciona Nyakundi a modo de ejemplo durante una entrevista en Barcelona, en la sede de la Fundación Probitas, para la que trabaja la experta en un proyecto de mejora de infraestructura sanitaria en Baringo.
Estos errores se producen, según Nyakundi, porque a menudo quienes toman las decisiones sobre cómo combatir las ETD viven a miles de kilómetros, como consecuencia de la gran dependencia sanitaria que África sigue teniendo de Occidente, que en el caso de las enfermedades olvidadas es de “un 100%”. “No necesitamos que alguien de la OMS planee desde Ginebra cómo tratar las enfermedades que hay en África, porque no las ven y nosotros las tenemos aquí por todas partes y sabemos cómo combatirlas”, protesta la científica, de viaje en España, donde la semana pasada participó en Santiago de Compostela en el congreso que anualmente celebra la Sociedad Española de Medicina Tropical y Salud Internacional (SEMTSI).
Llegan miles de vacunas, pero a veces ocurre que nadie reserva una parte del presupuesto para transportarlas hasta donde se necesitan así que terminan caducando
El problema es “la falta de medios”. “Si nos fijamos en los investigadores de renombre, muchos de ellos proceden de África, pero las mejores mentes se van a Estados Unidos y Europa, es decir, tenemos la capacidad intelectual, pero no las estructuras o los laboratorios de investigación”, lamenta.
“Consecuencias devastadoras”
“Las enfermedades tropicales desatendidas afectan a pocas personas en comparación con la tuberculosis, el sida o la malaria”, explica Nyakundi. Pero en conjunto, las sufren más de mil millones de personas, fundamentalmente poblaciones con muy pocos recursos de África, América y Asia. “No hay que mirar solo los números, sino que sus consecuencias”, tanto sanitarias como sociales y económicas, “son devastadoras”, asegura. Pueden causar, según recuerda, discapacidad de por vida o lesiones en la piel —como la lepra o la úlcera de Buruli—, que siguen provocando un gran estigma.
Reducir en un 90% el número de personas que requieren tratamiento contra alguna de estas enfermedades y eliminar al menos una en 100 países son algunos de los objetivos que la OMS se marcó para 2030. Nyakundi cree posible que dejen de ser “un problema de salud pública” en menos de una década. “En África, a nivel regional, hay una gran conciencia y se realizan grandes esfuerzos”, elogia. Sin embargo, es necesario un “enfoque holístico”, es decir, una estrategia que vaya mucho más allá del suministro de medicamentos e incluya una “atención completa”, añade.
Nyakundi lo explica con su experiencia en Kenia, donde funciona un proyecto gubernamental para “frenar la transmisión de las enfermedades que se pueden eliminar a través de la administración masiva de medicamentos”. “Suministran a la población afectada las medicinas durante cinco años y, si se hace de forma sostenible y constante, se puede acabar con la transmisión”, detalla. El plan, según la científica y los datos del Gobierno de Kenia, ha tenido éxito en enfermedades como “la filariasis linfática, el tracoma, la lepra o la enfermedad del sueño”. Según cifras oficiales de Nairobi, en Baringo, el tracoma, una enfermedad infecciosa que provoca ceguera, “ha caído drásticamente, del 34,2% al 1,3%”, describe.
“Desgraciadamente, nos estamos centrando solo en la medicación, pero no en las causas del tracoma”, señala. Para combatirlo, se necesita “proporcionar agua limpia y letrinas a la población”. Y en Baringo, “solo el 22% de las comunidades tienen acceso a agua limpia y solo el 10% de las casas tienen baños”. “Con esos medios, ¿vamos a ser capaces de mantener ese 1,3% de contagios en el condado?”, se pregunta. La conclusión para ella es clara: “El 90% de la población de Baringo defeca al aire libre y es precisamente en las heces donde las moscas ponen sus huevos, por lo que continuará la transmisión del tracoma”.
Ese enfoque “holístico” del que habla Nyakundi se ha puesto en práctica en lugares como Bangladés, que ha logrado eliminar la leishmaniasis porque ha aplicado “la hoja de ruta” que la OMS ha establecido para acabar con las enfermedades tropicales desatendidas. “El primer paso es el diagnóstico y tratamiento precoz para atajar la enfermedad”, detalla la experta. A continuación, es preciso establecer un sistema de vigilancia para detectar posibles brotes. La tercera pata es la “investigación” para mejorar los tratamientos. “Otra estrategia fundamental es la movilización social para que la gente entienda los peligros de las enfermedades y cómo evitarlas”. El último elemento, según la experta en salud global, es garantizar la infraestructura adecuada para los cuidados. “Hay que preguntarse si se dispone de los medicamentos o cómo llevarlos a contextos donde, por ejemplo, los tratamientos pueden requerir frío, pero no hay electricidad para frigoríficos”, explica.
En Baringo, Nyakundi intenta aplicar paso por paso ese enfoque integral. “Hemos formado a 140 sanitarios entre enfermeros, médicos y técnicos de laboratorio, y tenemos una clínica móvil para llegar a los lugares más apartados”, detalla. “Solemos hacer un cribado activo [para diagnosticar enfermedades] en los pueblos más alejados, pero cuando miramos los datos y vemos que muchos pacientes vienen de una zona determinada, vamos allí con médicos, nutricionistas y técnicos para dar un tratamiento completo”, detalla la investigadora, que además ha puesto en marcha un programa de formación comunitaria para que “todos reconozcan la enfermedad y sepan que puede tratarse en un hospital”. (Fuente, El País, Planeta Futuro, 8 de octubre de 2024)
Los kenianos también son inteligentes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario