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lunes, 6 de junio de 2016

Coste marginal cero

     La fuerza motriz del sistema capitalista es el aumento de la productividad. Los competidores se afanan en la búsqueda de lugares donde los costes laborales y leyes medioambientales sean menores (fenómeno de deslocalización)  para reducir los costes de producción y, con ello, el precio de sus productos y servicios, con el fin de atraer a más consumidores.
     Las nuevas tecnologías  hacen innecesaria esa búsqueda, porque no hay trabajador más barato que una máquina. El obtenido aumento de productividad permite al fabricante ofrecer bienes a coste menor y obliga a sus competidores a buscar tecnologías que le permitan aumentar su productividad y vender sus productos a un precio todavía menor para recuperar clientes, obtener nuevos clientes o las dos cosas al mismo tiempo.
     El proceso sigue hasta que, si no se tienen en cuenta los costes fijos (maquinaria, fundamentalmente), el coste marginal de cada unidad puesta a la venta se "aproxime a cero". Cuando sucede eso, el beneficio, "alma" del capitalismo, se acaba evaporando.
     Según Jeremy Rifkin, cuantos más bienes y servicios que conforman la vida económica de la sociedad se acerquen a un coste marginal cero y sean casi gratuitos, más irá menguando el mercado capitalista hasta acabar ocupando unos nichos limitados donde las empresas rentables solo podrán sobrevivir en los márgenes de la economía con una clientela cada vez  más escasa para unos productos y servicios muy especializados.
     Keynes, el venerable economista del siglo XX cuyas teorías aun tienen un peso considerable, ya vaticinó esta situación. Hablo de "desempleo tecnológico" y la posibilidad de que el ser humano tuviera tiempo libre para dedicarse a tareas más nobles. 
     Los economistas de hoy vuelven a fijar su atención en el funcionamiento contradictorio del sistema capitalista: no saben cómo impedir que la economía de mercado se acabe destruyendo ante las nuevas tecnologías.
     Se hace necesario un nuevo paradigma económico. Impulsada por Internet y azuzada por las necesidades fruto de la crisis financiera ha nacido, como nuevo modelo económico, la economía colaborativa. (Fuente. Jeremy Rifkin, La sociedad de coste marginal cero. El Internet de las cosas, el procomún colaborativo y el eclipse del capitalismo, libro ya citado varias veces)
     He dedicado varias "entradas" a esta nueva economía, pero aún quedan muchas cosas pendientes de analizar.  Es importante indicar que "Bruselas pide a los gobiernos nacionales que dejen de restringir la llamada economía colaborativa"; "Las plataformas colaborativas ofrecen posibilidades y no constituyen una amenaza". (El País, 3 de junio de 2016)

3 comentarios:

Óscar Gartei dijo...

Tal y como avanza el paradigma actual, tenemos dos opciones:

1) Los gobiernos y las empresas optan por un equilibrio, en el que se concede un porcentaje de mecanización autónoma pero se mantiene una plantilla humana. Si esto no va unido de un control poblacional tampoco será sostenible.

2) El concepto de trabajo desaparece y son las máquinas las que realizan todas las tareas, con salvedades. Los humanos o bien comprarán robots para que estos trabajen en su lugar o se limitarán a actividades culturales y lúdicas. De tomar este camino, posiblemente los conceptos de riqueza o dinero desaparezcan.

El problema es la trayectoria de transición, mientras los cambios se producen. Esas décadas de cambio dejarán millones de desempleados por el camino, miserables. Por otro lado, el crecimiento infinito se demostrará cada vez más insostenible. Pero muchos dirigentes seguirán intentándolo hasta que no quede más remedio que cambiar el rumbo.

Juliana Luisa dijo...

Excelente razonamiento. Gracias. Creo que lo mejor es que los humanos se dedique a actividades, yo diría, verdaderamente humanas,y no solo lúdicas. Por otra parte, hay cosas que no deben hacer nunca las máquinaa, por ejemplo, cuidar ancianos o enfermos.

Muchas graciás por el comentario. Un saludo

Óscar Gartei dijo...

No deberían cuidar ancianos o enfermos, pero en Japón eso ya existe y parece que no les va tan mal. Lo que pasa es que la sociedad, vía publicidad y otros productos, transmiten valores contrarios a la vejez. Se nos está enseñando que lo viejo sobra, que estorba. Qué mundo más loco.