Los historiadores suelen distinguir tres etapas o revoluciones industriales. La primera, relacionada con la máquina de valor, permitió fabricar un abanico de productos que, en épocas anteriores, habían sido fabricados a mano. La segunda revolución industrial se produjo entre 1980 y la primera guerra mundial. El petróleo empezó a competir con el carbón y se empieza a utilizar la electricidad, creando una nueva fuente de energía para, entre otras cosas, hacer funcionar motores y encender las luces de las ciudades. La tercera revolución industrial, que está protagonizada por las técnicas de la información y comunicación (las TIC), empezó después de la segunda guerra mundial y en ella estamos inmersos ahora.
A través de estas revoluciones industriales se han ido creando máquinas cada vez más sofisticadas, capaces de hacer el mismo trabajo que el ser humano pero en menos tiempo y más calidad (mayor productividad). Las tres revoluciones industriales han conducido a una lenta y persistente reducción de las horas trabajadas por semana. Concretamente las TIC han hecho posible la existencia de fábricas funcionando con máquinas-robots y uso, prácticamente cero, del factor trabajo humano. Las grandes empresas que buscan, ante todo, mayor productividad y competitividad para la obtención de mayores beneficios, con menos esfuerzo y más bajo coste, la sustitución de trabajadores por máquinas permite un mayor control de la producción, aumento de la cantidad y calidad de la misma, una reducción de los costes laborales y la desaparición de bajas por enfermedad. Empresas que se habían trasladado a países del Tercer Mundo por sus bajos costes laborales, empezaron a trasladarse a sus países de origen, porque nadie trabaja más barato que una máquina.
Con más pequeñas jornadas laborales, el ser humano podría sentirse más realizado, pues podría pasar más tiempo con sus hijos, cuidar de los ancianos o enfermos, pasar más tiempo con los amigos, dedicarse a actividades creativas: música, teatro, lectura, escritura, realizar deportes (que no es ver como otros los hacen de forma profesional), etcétera. No sería una sociedad perfecta, pero sería más humana. Algunos sociólogos, economistas y estudiosos de otra ramas del saber (uno de ellos Jeremy Rifkin) empezaron a diseñar la nueva sociedad que se avecinaba, pues el ser humano no puede realizarse si no tiene cubiertas unas necesidades básicas.
Pero en unos años todo ha cambiado. Las horas de trabajo semanales no solo han aumentado (El domingo ya no es sagrado en Francia es el título de una noticia publicada recientemente) sino que, en algunos casos, las remuneraciones son tan bajas y las horas de trabajo están distribuidas de tal manera que es imposible dedicarse a otra cosa.
Los robots no se utilizan para sustituir el trabajo humano, sino como objeto de entretenimiento o diversión. Existe en el mercado un bull terrier robótico que baila al ritmo de la música, reacciona cuando le hablan y se puede controlar desde un ordenador (1,799 euros); un kit que permite fabricar seis robots diferentes con distintas habilidades (379 euros); un pequeño dinosaurio que puede aprender a bailar y jugar con su dueño (69 euros); un peluche que se comunica con iPhone e iPad a través de una aplicación (79 euros), etc. Además existen teléfonos móviles que hacen que todo el tiempo se esté pendiente de ellos, hasta tal punto que se han detectado adicciones y hay que poner multas a los conductores que lo usan cuando van conduciendo el coche o a los peatones que atraviesan la calzada distraídos porque están pendientes del tal artefacto.
¿Qué ha pasado? Einstein temía el día en que la técnica sobrepasase nuestra humanidad porque, en ese momento, el mundo solo tendría una generación de idiotas.
3 comentarios:
Está claro que nuestro consumo no ha estado orientado a satisfacer necesidades sino a alimentar la propia maquinaria productiva.
Pero las máquinas nunca heredaran la Tierra. Es una cuestión de termodinámica. Están fabricadas con materiales escasos y necesitan, todas y cada una, de un suministro de energía. Con nuestras fuentes principales de energía en declive el sueño del robot, el esclavo energético por excelencia se desvanece en una vuelta a la esclavitud del propio ser humano, que ni siquiera ha solventado el problema de la insostenibilidad de la producción de alimentos, su propia fuente de energía.
Un saludo
Los humanos tenemos sentimientos encontrados. Por una parte somos solidarios y cooperativos, pero por otra competitivos y amantes del poder. Después de la SGM se abrió una etapa en que hubo un cierto predominio de los primeros valores que, aunque se restringía a occidente, permitía suponer que se universalizarían y prolongarían en el futuro. Ese impulso se ha desgastado. Hoy vuelve a tener más gancho la competitividad y la consecución de poder individual.
Pero no nos engañemos, no es una cuestión moral. Depende de los intereses que sepan utilizar mejor las condiciones reales. Intereses que son el alma de los grupos en que la sociedad de un momento dado cristaliza.
Los griegos idearon una máquina de vapor pero el mundo antiguo jamás la utilizó para generar trabajo porque los poderosos contaban con mano de obra esclava, de mínimo coste.
A los dos, muchas gracias por vuestras aportaciones. Independientemente de la cuestión termodinámica, que me parece muy importante, el objetivo de la entrada era más bien criticar a un sistema que intenta por todos los medios a su alcance -y son muchos- entretener a los ciudadanos, sobre todo a los jóvenes, para que no piensen, no tengan tiempo para pensar.
Un saludo a los dos
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