Durante miles de años, los agricultores han trabajado con la
naturaleza para desarrollar miles de variedades de cultivos que se adaptan a
culturas y climas diversos. Sin embargo, en los últimos años este proceso está
amenazado, primero, por las patentes y, después, por la ingeniería genética.
El actual sistema económico que ha convertido en mercancía
todo, se ha apropiado de todos esos conocimientos –mediante el sistema de
patentes- y está rompiendo el ciclo planta-semilla-planta-semilla, que sustenta
la mayor parte de la vida que hay en el planeta.
La ecóloga india, Vandana Shiva es su libro Cosecha robada. El secuestro del suministro
mundial de alimentos, señala el caso del arroz basmati. Sus cualidades son
el resultado del desarrollo y la innovación informales llevadas a cabo por los
agricultores. Pero en septiembre de 1997 se concedió a una empresa con sede en
Texas la patente número 5.663.484 sobre las variedades y los granos de arroz
basmati (biopiratería).
Jeremy Rifkin, en su libro La sociedad de coste marginal cero. El Internet de las cosas, el procomún
colaborativo y el eclipse del capitalismo, defiende la consideración de las semillas como bien
común de la humanidad y, en consecuencia, no es partidario de las patentes de
genes. Comenta (2014:207-209) su intervención en el tribunal Supremo de Estados
Unidos como representante de la ONG People’s Business Commissión (que poco
después pasó a llamarse Foundation on Economic Trends), defendiendo que no se
concedieran las patentes de genes.
La concesión de esas patentes supone dar a las empresas que las
posean “la llave de la despensa de la humanidad. Rifkin después de describir
distintas actuaciones de la Foudation on Economic Trends, e indicar la creación
de diversas organizaciones y asociaciones que comparten sus objetivos, señala la
Global Crop Diversity Trust (GCDT), una asociación independiente sin fines de
lucro que trabaja con instituciones dedicadas a la investigación, asociaciones
de agricultores, criadores independientes de plantas y otros grupos con
intereses agrícolas, para conservar los recursos fitogenéticos del mundo, cada
vez más reducidos. Como parte de su misión, esta asociación “ha construido una
enorme cámara subterránea bajo el manto de hielo de una pequeña isla del
archipiélago noruego de Svalbard, en el Océano Ártico, una de las zonas más
remotas del mundo. El laberinto de
túneles que recorre el interior de la cámara sellada y climatizada contiene
miles de semillas poco comunes en todo el mundo para su uso por generaciones
futuras. La cámara actúa como depósito a toda prueba que puede almacenar hasta
tres millones de semillas usadas en agricultura, para garantizar su custodia en
un mundo lleno de guerras y que sufre cada vez más catástrofes causadas por el
ser humano. […] Su red, formada por miles de científicos y cultivadores, busca
constantemente semillas de variedades de plantas tradicionales y silvestres
para trasladarlas a la cámara y aumentar las reservas de semillas almacenadas”.
Existen muy diversos bancos de semillas. En la Universidad Politécnica
de Madrid hay uno. En su página web se
puede leer: “La diversidad genética brinda a las especies la capacidad de
adaptarse a presiones medioambientales (enfermedades, sequías, etc.). La biodiversidad
de las plantas sobre la Tierra debe ser protegida y conservada para garantizar
a las generaciones venideras el uso y disfrute de la naturaleza, en las mismas
condiciones de las que nosotros gozamos: recursos alimenticios, elementos que
protejan contra la erosión del suelo, bosques que aseguren la calidad
atmosférica y la producción de madera, etc. Los bancos de semillas son un
elemento básico para asegurar la disponibilidad de semillas que con su
germinación permitan regenerar medios naturales y permitir futuras
investigaciones”.
Este banco de semillas, que empezó a funcionar en 1960, está integrado en el Instituto Internacional de Recursos Filogenéticos (IPGRI, en sus siglas en inglés), centro para la conservación y el uso de la diversidad genética vegetal, auspiciado por la FAO.
Este banco de semillas, que empezó a funcionar en 1960, está integrado en el Instituto Internacional de Recursos Filogenéticos (IPGRI, en sus siglas en inglés), centro para la conservación y el uso de la diversidad genética vegetal, auspiciado por la FAO.
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