A principios de enero de 2018 nos enteramos que, entre 2012 y
2015, se habían financiado, a través de una asociación a fin a tres
empresas automovilística -Volkswagen,
BMW y Draimier-, unos experimentos con monos y seres humanos, para demostrar
que las emisiones dióxido de nitrógeno (NO2) de los motores diésel
no eran dañinas. Enterado, el gobierno alemán les recomendó que lo que debían hacer es
reducir las emisiones y no intentar probar que no son perjudican a la salud
humana. No he leído si ha dicho o hecho algo más. Sin embargo, como ha dicho
Berna González El País, (1 de febrero
de 2018), “Le toca a las autoridades de Alemania y Europa atar en corto a un lobby que pone en juego sin complejos
nuestra salud”. Pero, siempre está acechando
el fantasma del crecimiento económico. Lo que sí sé es que la BBC ha indicado
cómo funcionan las pruebas científicas sobre polución, legales y comunes,
llevadas a cabo por entidades públicas bajo estrictas medidas éticas y transparencia
en sus procedimientos y nunca con la participación de los lobbies. Los datos obtenidos en estas pruebas condujeron a que, en 2012, la Organización Mundial de la Salud (OMS) clasificase a estos gases de cancerígenos,
Estas empresas vuelven a demostrar que la ética no está en sus
prioridades. Recuérdese, en el caso de Volkswagen, el fraude de las emisiones detectado en Estados Unidos.
Mientras, no hay que menospreciar el papel de los ciudadanos,
al fin y al cabo los que ponen en juego su salud.
Javier Marías es autor de un trabajo, publicado en el País Semanal nº 2.157, y titulado “Invadidos o usurpado” en el que indica recordar una película de Donald Stegel, La invasión de los ladrones de cuerpos
de 1955. En la localidad californiana de Santa Mira la gente la gente empieza a
sufrir una manía o alucinación colectiva: niños que aseguran que su madre no es
su madre, sobrinas que niegan a su tía, pese a que la madre y el tio mantengan
no solo su apariencia física de siempre, sino todos sus recuerdos. A quienes denuncian la “suplantación” se los
toma por trastornados, hasta que los personajes principales descubren que, en
efecto, se está produciendo una usurpación masiva de los cuerpos: en unas
extrañas vainas gigantes se van formando clones o réplicas exactas de todos los individuos, a los que
sustituyen durante el sueño. Nadie cambia de aspecto, los clones heredan o se
apropian de la memoria de cada ser humano “desplazado”, todo parece continuar
como siempre, son los de toda la vida y a la vez no lo son. Son inhumanos.
“Si me acuerdo tan a menudo", dice Marías, "esa
película y la novela de Jack Finney en que se inspiró, es porque hace tiempo
–y la cosa va en aumento- tengo la sensación
de que se está produciendo en el mundo una invasión de ladrones de
cuerpos y mentes. No se trata de que las nuevas generaciones me resulten
marcianas (no es así), sino que percibo
esos cambios incomprensibles en personas de todas las edades. A
muchos que juzgaba ‘normales’ y razonables los veo ahora anómalos e
irracionales. Demasiadas actitudes me son inexplicables y ajenas, e-negadoras o
deformadoras de la realidad”.
Por mi parte, he citado ese texto de Javier Marías, porque me pasa lo mismo
que a él. En el caso de los experimentos financiados por las indicadas empresas automovilísticas, considero inexplicable, no propio de seres razonables, seguir
comprando y enriqueciendo a unas multinacionales que se comportan de esta manera; y, como él, estoy convencida de que el sistema está llevando a
cabo una usurpación masiva de nuestras mentes y nuestra humanidad.
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