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viernes, 2 de febrero de 2018

Gasto militar



Después de haber sufrido, primero, dos Guerras Mundiales, se podía pensar que nuestros representantes políticos habrían desechado la guerra como forma de resolver los conflictos.  En 1914 el mundo quedó verdaderamente desgarrado. No obstante, en la actualidad, muchos países han aumentado su gasto militar.
Vivimos en una época de contradicciones. Una muy importante contradicción reside en la inclusión del gasto militar, en la brújula encargada de medir el bienestar material de una sociedad, es decir, en el Producto Interior Bruto (PBI).
 El problema del PIB es que únicamente mide el valor de la suma total de los bienes y servicios económicos generados durante un período de doce. Pero no distingue entre aquellas actividades económicas que realmente mejoran la calidad de vida de la sociedad y aquellas negativas, que empeoran dicho estándar, entre estas últimas se encuentra el gasto militar.  Tanto  Simon Kuznets, uno de los creadores de la contabilidad nacional que dio lugar al uno del PIB como indicador económico, como numerosos actores posteriores, han criticado el uso del PIB como sinónimo de bienestar social.
“Es necesario tener en mente varias distinciones entre la cantidad y la calidad del crecimiento […]. Los objetivos que marquen un mayor crecimiento deberían especificar un crecimiento en términos de qué y para qué”. (Extraído del libro de Jeremy Rifkin La civilización empática. La carrera hacia una conciencia global en un mundo en crisis. 2010: 538-539)”. 
Se aumenta el gasto militar, pero no el gasto en servicios públicos: en educación, en sanidad,… No solo se tiran por la ventana recursos que podrían utilizarse para aumentar el bienestar de la población, sino que se emplean para disminuir ese bienestar. Las bombas nunca pueden matar la pobreza, la ignorancia, ni la enfermedad, pero matan, o perjudican seriamente, a muchas personas inocentes, sobre todos niños y niñas. Imposible no preguntar, ¿a quién beneficia un aumentio del gasto militar?
Emmanuel Kant, en su libro La paz perpetua, señala que democracia y guerra son dos conceptos incompatibles, porque los efectos de la guerra la sufren los ciudadanos y ninguno de los políticos.

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