A pesar de su distinto origen filosófico, temporal y espacial, sin duda existe un fuerte nexo de unión entre las comunidades de transición, la corriente de pensamiento político, económico y social favorable a la disminución controlada de la producción económica con el objetivo de establecer una nueva relación entre el ser humano y la Naturaleza, y también entre los propios seres humanos, conocido con el nombre de "decrecimiento"; y los informes del Club de Roma, relacionados con los límites al crecimiento e interesados por la utilización de técnicas capaces de duplicar el bienestar con la mitad de los recursos naturales. Más con menos.
Todos ellos parten del supuesto de que la calidad de vida no debe de estar ligada a un consumo incontrolado de recursos naturales, por razones de especie (felicidad del ser humano distinta de la felicidad de un animal domesticado) y razones ligadas a las características del planeta Tierra, que nos ofrece unos recursos no renovables y otros renovables, que se "convierten" en no renovables cuando son consumidos a velocidad mayor que la velocidad de renovación a través de los ciclos naturales, tales el caso del agua potable, la tierra fértil, los bosques, los océanos ...
Los decrecentistas hacen hincapié en el hecho de que al disminuir la producción económica, además de evitar o disminuir el empeoramiento medioambiental, reducirá el tiempo de trabajo y las personas tendrán más tiempo para dedicar a la familia, a los amigos, a pensar sobre las cosas que les interesa, a disfrutar de la vida, ...
Rob Hopkins indica: "Necesitamos un nueva economía que funcione para la gente y para el planeta. Enpezamos con una respuesta directa al cambio climático y al pico de petróleo, y afecta ahora a todo lo que llamamos "resiliencia" desde lo local". (Según el diccionario de la RAE, resiliencia es la "capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas")
Por último, todos ellos indican que no podrá hacerse nada sin tener en cuenta a los países del Sur, por motivos de empatía y, en caso extremo, de egoísmo.
En un primer momento, se puede pensar que las comunidades de transición son como las comunas de los hippies. Acerca de este tema Luis García San Miguel (1929-2006), que fue catedrático de Filosofía del Derecho, en su obra La sociedad autogestionada: una utopía democrática (1972, Seminario y Ediciones S. A. Madrid, pág. 40), indica que "los hippies, como los antiguos epicúreos, son tolerados por los aparatos estatales, sin duda porque no ven en ellos un peligro real. Les permiten cultivar su jardín".
Pero ¿qué puede suceder cuando su número aumente considerablemente? Desde mi punto de vista, es muy difícil predecir; lo que es seguro es que los partidarios del actual sistema económico no permanecerán impasibles. De momento, están convencidos de su poder de persuasión a través de la propaganda (ahora, neuromarketing o uso de los resultados de la neurociencia) para conseguir que el ciudadano (en realidad, súbdito) siga consumiendo, al mismo tiempo que ellos se enriquecen.
Recuérdese lo que Crzezinsky escribió en 1968: "... millones de ciudadanos incoordinados (...) personalidades mágnéticas y atractivas, (...) para manipular las emociones y controlar la razón". Pero, ¿han captado esas "personalidades magnéticas y atractivas" el impacto, sobre los "ciudadanos incoordinados", de la actual crisis, una crisis clasificada como ecológica y de valores, además de económica?
No hay comentarios:
Publicar un comentario