El contenido de este blog se ha cedido al dominio público: puede ser copiado, parcial o totalmente, sin previo permiso de la autora.


viernes, 23 de agosto de 2024

Malaria

     En el planeta hay unas 3.500 especies de mosquitos, pero solo un puñado de ellas transmiten el parásito causante de la malaria, que amenaza a la mitad de la población mundial. Editar el genoma de estas especies para acabar con las poblaciones salvajes, o para que estas dejen de transmitir el parásito, abre las puertas a acabar con el paludismo como un problema de salud público; sobre todo, ante el desarrollo de resistencias a los fármacos e insecticidas tradicionales, algo que ha estancado el progreso contra una dolencia que se cobra más de 600.000 vidas cada año, la mayor parte en África.

     Varios consorcios científicos internacionales están avanzando, con el aliento de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en un camino que debe culminar con la decisión de los países afectados de liberar mosquitos modificados que reemplacen, o eliminen, las poblaciones salvajes de su misma especie. La idea no es suplantar el resto de herramientas contra la dolencia, como vacunas, insecticidas y mosquiteras, sino sumarse al arsenal disponible para convertir la malaria en una enfermedad anecdótica.

     El 20 de agosto de 1897, un doctor británico descubrió que los mosquitos hembra son los responsables de transmitir el parásito Plasmodium a los humanos, lo que le valió el Premio Nobel y puso las bases de algunos de los avances científicos actuales. Con motivo del Día Internacional del Mosquito, que recuerda este hallazgo, los principales desarrolladores de mosquitos editados del mundo en seis países han explicado a Planeta Futuro, en entrevistas por videollamada y por correo electrónico, por qué la edición genética puede dar un impulso decisivo a la lucha contra la malaria; cuáles son los próximos pasos en el frente científico; y cómo están trabajando para evitar que el vacío regulatorio o la desinformación obstaculicen la senda hacia el final, esquivo, del paludismo.

      Al emperador Carlos V, en cuyos dominios nunca se ponía el sol, lo acabó matando un mosquito. En concreto, uno que le transmitió el parásito de la malaria en Yuste, Extremadura. La OMS solo declaró a España libre de malaria en 1964 y países como Holanda e Italia no lo lograron hasta 1970. Entonces, sí se acabó con la malaria en Europa, ¿no podrían utilizarse los mismos métodos para eliminarla en África?

    “Europa y Estados Unidos aplicaron [insecticida] DDT a gran escala, drenaron humedales y utilizaron diésel para tratar el agua y controlar los mosquitos”, explica el investigador Greg Lanzaro, de la Iniciativa contra la Malaria de la Universidad de California en Irvine (UCMI), que trabaja en Santo Tomé y Príncipe y EE UU. “Estas medidas fueron efectivas, pero de gran impacto ambiental y no se podrían utilizar hoy en día”.

     Además, todo ello fue de la mano de fuertes inversiones públicas; mejoras en las viviendas particulares; y unos factores climáticos y ambientales favorables para la eliminación, unas condiciones que según el experto no se dan en los países tropicales y de renta media-baja donde el paludismo sigue causando estragos.

      Existen dos estrategias para transformar a los mosquitos en aliados contra la malaria: algunos grupos, incluido el de Lanzaro, están desarrollando Anopheles (insectos) que no pueden transmitir el parásito —porque los científicos han reforzado su inmunidad contra el mismo, o los han editado para que produzcan compuestos antimicrobianos procedentes de especies como el sapo africano y la abeja europea—. El objetivo es que los insectos editados se crucen con los salvajes hasta que solo existan mosquitos que no transmitan la malaria. 

     Otra estrategia busca eliminar la especie de mosquito vector en los territorios afectados por la enfermedad. Por ejemplo, introduciendo una modificación genética que da lugar, de forma predominante, a mosquitos macho, lo que lleva al colapso de la población. Esta es la opción de Target Malaria un consorcio de investigación que trabaja en Burkina Faso, Ghana y Uganda, además de Reino Unido, Italia y EE UU.

     En ambos casos, es clave emparejar las modificaciones genéticas con un tipo de segmentos de ADN conocido como impulso genético (gene drive en inglés), que permite propagar rápidamente los nuevos rasgos a través de una especie o población entera. De otro modo, la modificación tiende a desaparecer al cabo de unas pocas generaciones. Por el momento, los mosquitos con impulso genético solo se han testado en laboratorios.

      “Estamos hablando de una tecnología [la del impulso genético] muy dirigida que solo visa una especie objetivo, a diferencia de los insecticidas, que matan a todo tipo de insectos de forma indiscriminada”, detalla Brian Tarimo, del programa de investigación Trasmission Zero basado en la estrategia del reemplazo y que aúna expertos de Tanzania y Reino Unido.

     Por su parte, Lanzaro, de UCMI, señala que la tecnología de impulso genético es autosostenible y rentable porque el mosquito, una vez liberado, se dispersa y se reproduce solo, y sin ningún coste adicional asociado: “Como los mosquitos hacen el trabajo, el programa no se verá interrumpido en caso de inestabilidad política o civil”.

     Otro punto a favor de la herramienta es la equidad: no es solo para quien se la puede permitir, como los medicamentos, o para quien vive en lugares de fácil acceso, donde es sencillo repartir mosquiteras y tratar las casas con insecticidas. Allí donde llega el mosquito, que es a todas partes, llegará la innovación.

     Además, la tecnología no depende del comportamiento humano para ser efectiva, a diferencia de las mosquiteras o los medicamentos, que exigen una disciplina difícil de lograr. “En la lucha contra la malaria, sacar el comportamiento humano de la ecuación es un paso gigante”, apunta el director de Transmission Zero en Tanzania, Dickson Lwetoijera.

    Sin embargo, Lwetoijera y el resto de expertos remarcan que se deberá recurrir a la mejor combinación posible de herramientas en cada contexto. Por ejemplo, se podría empezar con una estrategia de eliminación para reducir la talla de la población de mosquitos objetivo, y luego reemplazarla con insectos que no transmiten el parásito.

     Otra estrategia busca eliminar la especie de mosquito vector en los territorios afectados por la enfermedad. Por ejemplo, introduciendo una modificación genética que da lugar, de forma predominante, a mosquitos macho, lo que lleva al colapso de la población. Esta es la opción de Target Malaria, un consorcio de investigación que trabaja en Burkina Faso, Ghana y Uganda, además de Reino Unido, Italia y EE UU.

     En ambos casos, es clave emparejar las modificaciones genéticas con un tipo de segmentos de ADN conocido como impulso genético (gene drive en inglés), que permite propagar rápidamente los nuevos rasgos a través de una especie o población entera. De otro modo, la modificación tiende a desaparecer al cabo de unas pocas generaciones. Por el momento, los mosquitos con impulso genético solo se han testado en laboratorios.

      Por su parte, Lanzaro, de UCMI, señala que la tecnología de impulso genético es autosostenible y rentable porque el mosquito, una vez liberado, se dispersa y se reproduce solo, y sin ningún coste adicional asociado: “Como los mosquitos hacen el trabajo, el programa no se verá interrumpido en caso de inestabilidad política o civil”.

     Otro punto a favor de la herramienta es la equidad: no es solo para quien se la puede permitir, como los medicamentos, o para quien vive en lugares de fácil acceso, donde es sencillo repartir mosquiteras y tratar las casas con insecticidas. Allí donde llega el mosquito, que es a todas partes, llegará la innovación.

     Además, la tecnología no depende del comportamiento humano para ser efectiva, a diferencia de las mosquiteras o los medicamentos, que exigen una disciplina difícil de lograr. “En la lucha contra la malaria, sacar el comportamiento humano de la ecuación es un paso gigante”, apunta el director de Transmission Zero en Tanzania, Dickson Lwetoijera.

     Sin embargo, Lwetoijera y el resto de expertos remarcan que se deberá recurrir a la mejor combinación posible de herramientas en cada contexto. Por ejemplo, se podría empezar con una estrategia de eliminación para reducir la talla de la población de mosquitos objetivo, y luego reemplazarla con insectos que no transmiten el parásito.

      A día de hoy, los mosquitos con impulso genético solo se han estudiado bajo condiciones controladas. Todavía se desconoce cómo será su desempeño en el mundo real, aunque los resultados en el laboratorio son prometedores.

     Los diversos consorcios están desarrollando y testando la herramienta por etapas. En paralelo, estudian los ecosistemas naturales y buscan respuestas a todas las preguntas —técnicas, éticas, legales, logísticas— que les plantean las autoridades, las poblaciones locales y la comunidad científica internacional. El laboratorio de Maria Luisa Simões en el Instituto de Medicina Tropical de Antwerp (Bélgica), por ejemplo, está investigando cómo los cambios de temperatura y humedad causados por el cambio climático pueden afectar la transmisión del Plasmodium falciparum, el causante de la malaria en humanos.

     A día de hoy, ninguno de los consorcios ni los expertos independientes que han evaluado su trabajo han encontrado indicios de potenciales impactos negativos de los mosquitos editados. Según ha avanzado la investigadora de Target Malaria UK Federica Bernardini, los estudios de campo en Ghana están mostrando que eliminar los Anopheles no tendría ninguna repercusión importante en el ecosistema.

     El trabajo de los consorcios de investigación descritos tienen diversos pilares, más allá del puramente científico: ayudar a los gobiernos a elaborar marcos legales para el correcto despliegue de la herramienta; implicar a la población desde el inicio, y a formar a los científicos locales. En 2023, por ejemplo, los científicos tanzanos de Zero Transmission produjeron el primer mosquito transgénico jamás creado en África, basado en la cepa desarrollada por sus socios del Imperial College London.

     “No queremos importar nuestras tecnologías, sino apoyar a instituciones africanas para que puedan recrearlas in situ y tener control sobre las mismas; llevar la biotecnología punta a la región es crítico”, subraya el codirector global de ese consorcio, George Christophides. Por su parte, los científicos de la Universidad de California también están trabajando para que sean los científicos de Santo Tomé y Príncipe quienes produzcan el mosquito modificado final, que pertenecerá al Gobierno del país insular.

     “Formar a los profesionales locales e implicar a las comunidades es crítico para que las personas de un país tengan todo lo que necesitan para tomar decisiones sobre el uso de la tecnología”, indica la gestora de proyecto de la UCMI Ana Kormos, cuya iniciativa abarca también escuelas.

     En Burkina Faso, Target Malaria ha desplegado una estrategia que ha logrado que incluso las comunidades rurales más remotas puedan entender, y explicar, la ciencia detrás de los mosquitos modificados para combatir la malaria.

     Además de utilizar representaciones visuales y obras teatrales, los expertos han colaborado con la población de las zonas donde trabajan para elaborar glosarios que logren explicar, en la lengua local, el significado de conceptos sin una traducción directa como ADN y cromosoma. La idea es que sin comprensión, no puede haber aceptación, ni de esta, ni de otras soluciones con el potencial de salvar vidas.

     Los mosquitos con impulso genético podrían unirse al arsenal contra la malaria a partir de 2030, según diversos de los entrevistados. Sin embargo, la sombra del atasco regulatorio, de la lentitud burocrática y de la desidia política preocupan a los científicos, sobre todo, a los que han crecido en África, viviendo en carne propia los embates de la malaria.

     De momento, parece ser que cada país irá desarrollando sus propias regulaciones y que los países vecinos tratarán de armonizar sus normas, dado que la OMS carece de directrices para el despliegue de la tecnología a escala regional.

     “Los tiempos vendrán más determinados por la voluntad política que por la ciencia”, estima el codirector global de Zero Transmission Nikolai Windbichler, aunque la celeridad con la que se aprobaron las vacunas contra la covid-19 demostró que un proceso regulatorio no tiene por qué durar 10 años.

     Tarimo, de Tanzania, glosa la perspectiva de los investigadores: “Estamos desarrollando una tecnología rompedora que puede ayudar a salvar muchas vidas, algo por lo que llevamos luchando mucho tiempo. Dejen que la ciencia haga su trabajo para que podamos eliminar la malaria esta misma generación”. (Fuente: El País. Planeta Futuro. 20 de agosto de 2024)

     No es la primera vez que menciono alguna noticia sobre el Objetivo de Desarrollo Sostenible número 3, "garantizar una vida sana y promover el bienestar en todas las edades". En esta caso, se trabaja para alcanzar las siguientes metas:

    3.3  Poner fin a las epidemias del SIDA, la tuberculosis, la malaria y las enfermedades tropicales desatendidas y combatir la hepatitis, las enfermedades transmitidas por el agua y otras enfermedades transmisibles

     3.b  Apoyar las actividades de investigación y desarrollo de vacunas y medicamentos para las enfermedades transmisibles y no transmisibles que afectan primordialmente a los países en desarrollo y facilitar el acceso a medicamentos y vacunas esenciales asequibles de conformidad con la Declaración de Doha relativa al Acuerdo sobre los ADPIC y la Salud Pública, en la que se afirma el derecho de los países en desarrollo a utilizar al máximo las disposiciones del Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual Relacionados con el Comercio en lo relativo a la flexibilidad para proteger la salud pública y, en particular, proporcionar acceso a los medicamentos para todos,

 

No hay comentarios: