En la Carta de Naciones Unidas se dice: “Nosotros, los pueblos de las
Naciones Unidas, hemos resuelto evitar a las generaciones venideras el horror
de la guerra”. Se atribuye a los pueblos y no a los gobiernos o a los Estados,
la gran responsabilidad de evitar las guerras, es decir, construir la paz, como
compromiso para con las generaciones futuras.
Ahora, los ciudadanos ya podemos expresarnos
libremente, ya sabemos lo que sucede. No
podemos seguir callados. No podemos seguir impasibles espectadores de lo
que acontece, porque nos convertiríamos en cómplices. Hay que pasar de
espectadores impasibles a actores comprometidos. Como “actor comprometido” he
escrito en este blog algunos textos sobre este tema.
Desde mi punto de vista, resulta vergonzosa la
pasividad e indiferencia generalizada de la ciudadanía ante las noticias y
fotografías de lo que, en estos momentos, está sucediendo en Siria. Día sí y
día no nos enteramos de bombardeos de los que son víctimas personas y niños y
niñas todos inocentes. Mientras, nuestra
ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal, anuncia un aumento de la cantidad
de dinero dedicado a la fabricación de armas, y anima a la solidaridad con las
Fuerzas Armadas.
Es muy importante tener en cuenta de que en la
guerra nunca muere el presidente o jefe de Estado que la ha declarado ni el
dueño de la fábrica de las armas empleadas. Sin embargo, la guerra es un crimen
contra la humanidad y como tal debe ser castigado. No hay nada que justifique
el inicio de una guerra.
Sin embargo, nuestros dirigentes, con la
seguridad de que a ellos no les va a pasar nada, aumentan la cantidad de dinero destinada a la fabricación de armas cada
vez más sofisticadas. No solo aumentan
su gasto militar, sino que presumen de ello. Olvidan el cambio climático, el
medio ambiente, la escasez de recursos, naturales, el gran número de seres
humanos –sobre todo, niños y niñas- que pasan hambre o mueren por falta de
atención médica.