Shima Younes, de 35 años, toma de mala gana las píldoras que
van a retrasar su menstruación. La mujer, madre ya de cuatro hijos,
vive en una tienda de campaña en Rafah, en el extremo sur de la franja de Gaza, y
siente que no tiene otra opción, debido a la falta de agua corriente,
de productos de higiene y de la más mínima intimidad. “Lo paso mal
tomando estas pastillas, pero es la única solución, aunque me dan
dolores de espalda y me provocan unos episodios de tristeza muy
grandes”, explica.
Desde octubre, los gestos más simples
de cuidado cotidiano, como ir al baño y lavarse con una mínima
intimidad, sobre todo durante sus reglas, se convierten en una verdadera
proeza para las gazatíes desplazadas en los inmensos campamentos improvisados
en el sur de este territorio, donde se hacinan de manera miserable
decenas de miles de personas. Estas mujeres deben optar en muchos casos
por soluciones alternativas y a veces arriesgadas para su salud, como
tomar estos medicamentos.
“La escasez de compresas y
tampones agrava esta situación y muchas mujeres recurren a las pastillas
de noretisterona, como es el caso de Shima”, explica Walid Abu Hatab,
consultor médico en Gaza especializado en obstetricia y ginecología.
Este medicamento es un tratamiento hormonal que ayuda a subir los
niveles de progesterona para retrasar la menstruación. Pero es un arma
de doble filo: ofrece un alivio temporal en esta situación de
emergencia, pero puede provocar varios efectos secundarios adversos,
como sangrado vaginal irregular, náuseas, mareos y alteraciones del
humor. “Son riesgos adicionales para la salud de quienes ya soportan los
bombardeos incesantes”, agrega el experto.
Según cifras de la ONU, 1,7 millones de gazatíes, sobre una población de 2,2 millones, se han
tenido que desplazar desde el 7 de octubre, cuando el movimiento
islamista Hamás llevó a cabo unos sangrientos ataques en Israel, que,
según fuentes oficiales, se saldaron con la muerte de 1.200 personas y
el secuestro de más de 200. La respuesta militar israelí, que sigue hasta hoy, ha provocado la muerte de al menos 30.000 palestinos y ha causado heridas a unas 70.000 personas, según cifras del Ministerio de Salud de Gaza, controlado por Hamás.
"La
escasez de retretes, de instalaciones para lavarse y de servicios de
lavandería accesibles afecta profundamente al equilibrio mental de las
mujeres", señala Nivín Adnan, psicóloga palestina
“Sabemos que se están practicando partos, incluyendo por
cesárea, sin anestesia. Hay un colapso casi total del sistema educativo y
un serio riesgo de que las niñas que aún viven pierdan el año escolar
entero, con el aumento de riesgos asociados, como el matrimonio
infantil, la separación familiar o la trata de personas. También hay informaciones de violencia de
género, incluyendo abusos sexuales y amenazas de violación a mujeres
detenidas por parte de las fuerzas israelíes, tanto en Gaza como en
Cisjordania”, declaró a este diario Dorothy Estrada Tanck, presidenta
del Grupo de Trabajo de la ONU sobre la discriminación de mujeres y niñas.
El aleteo de la vida
“El
costo del conflicto en el bienestar de las mujeres tiene mil caras”,
corrobora Nivín Adnan, psicóloga y trabajadora social de Gaza, también
desplazada, detallando que las molestias físicas y las alteraciones
psicológicas que acompañan a las reglas se exacerban en este contexto de
muerte, miedo, miseria y desplazamientos.
“La escasez de
retretes, de instalaciones para lavarse y de servicios de lavandería
accesibles afecta profundamente al equilibrio mental de las mujeres. A
ello se suma que los refugios son exiguos y en ellos no hay comodidades
ni la más mínima privacidad”, detalla. La experta avisa, además, que
para “las niñas que experimentan su primera menstruación en tales
circunstancias, recurrir a medicamentos que retrasan el período entraña
enormes riesgos para la salud”.
Y para las futuras madres, el viaje hacia la maternidad está plagado de peligros. En refugios improvisados y superpoblados, en
escuelas en ruinas y en casas semidestruidas, estas mujeres luchan por
defender la vida que llevan dentro en medio del caos. Algunas no lo
consiguen. “Ya no siento el aleteo de vida dentro de mí. Mi hijo no
nacido y ya despojado de su inocencia y condenado a las ruinas”, solloza
Aya Ahmad, que cree que ha perdido al bebé que esperaba, pero aún no ha
podido confirmarlo, porque no tiene acceso a un hospital ni a una
ecografía.
Marina Pomares, coordinadora del proyecto de
Médicos Sin Frontera (MSF) en Gaza, acaba de volver de una misión de un
mes en la Franja, y confirma a este diario que hay muchas mujeres que no
han podido acudir a las revisiones propias del embarazo y no saben cómo
está su bebé.
La responsable de MSF también explica que
está habiendo “complicaciones en los embarazos, abortos y partos en los
refugios y tiendas de campaña” porque las gazatíes no pueden acceder a
los pocos hospitales que aún funcionan o tienen miedo de ir y no poder
recibir la atención que necesitan. “Y una vez que tienen a su bebé,
deben vivir con él en una tienda de campaña, en condiciones precarias.
Temen que la lactancia no funcione, por el estrés, y que no encuentren
leche de fórmula, o que se ponga enfermo y no poder llevarlo a que lo
vea un médico”, resume.
Es el caso de Noor Zakari, de 24
años, que dio a luz a su segundo bebé viviendo en un campamento de
desplazados de Rafah. “Estoy rodeada de muchas personas desplazadas. Es
insoportable estar en una tienda de campaña durante el duro invierno y
me preocupa la salud de mi bebé, ya que hace demasiado frío por la noche
y no hay suficiente ropa ni mantas”, explica.
Sobrevivir como sea
“Las mujeres necesitan compresas, por ejemplo, y ni siquiera podemos encontrarlas en los comercios. Tampoco tienen un sitio digno y seguro para ducharse ni una letrina
correcta en la que hacer sus necesidades. Ir al baño es una proeza,
porque bien están prácticamente en medio de la calle, bien tienen que
alejarse y entonces deben ir acompañadas”, cita Pomares.
"Los
miedos de estas mujeres están totalmente justificados. Son mujeres que
no comen, no duermen, que tienen otros hijos de los que ocuparse. Están
exhaustas, pero su prioridad es sobrevivir como sea", señala Marina Pomares, MSF
La
coordinadora de MSF explica, además, que hay mujeres que están
sufriendo fuertes infecciones vaginales y urinarias debido a la falta de
higiene y a la imposibilidad de cambiarse de ropa. “Nunca en la vida
las habían tenido, vienen a vernos porque se sienten mal y no saben qué
les está pasando”, detalla.
La ONU, en su informe periódico sobre la situación en Gaza fechado el 23 de febrero, alertaba de la urgencia de suministrar más material de higiene para las
mujeres de la Franja. Hasta el momento, se ha logrado repartir unos
9.000 estuches de higiene menstrual y unos 3.500 kits de dignidad,
que incluyen jabón, compresas y ropa interior, una cifra irrisoria con
respecto a las necesidades. La ONU también informa de que se está
distribuyendo información sobre cómo protegerse y denunciar las
agresiones sexuales y que se están intentando crear lugares seguros para
mujeres y niñas.
“Los miedos de estas mujeres están totalmente justificados. Son mujeres que no comen, no duermen,
que tienen otros hijos de los que ocuparse. Están exhaustas, pero su
prioridad es sobrevivir como sea”, opina Pomares. “Está claro que si una
madre tiene que llevar a su hijo a una UCI neonatal por un problema,
hay posibilidades de que muera porque en un espacio para 12 hay 60
bebés. Estamos trabajando en inculcarles un poco de confianza y
seguridad, pero el apoyo que podemos dar a las mujeres en estas
circunstancias es muy limitado”, agrega.
Asmaa Sendawi
está embarazada de nueve meses y también vive en una tienda de campaña
en Rafah con su marido. Esta madre primeriza, de 27 años, no oculta su
angustia. “La verdad es que no sé cómo voy a dar a luz. Estoy a punto,
pero no hay nada para este recién nacido. Mi hija podría morir, seguro
morirá”, solloza.
En este momento, el único hospital maternal de Gaza es el Emirati, de Rafah, donde opera MSF.
En esta maternidad hay 26 camas, pero todas están llenas de manera
permanente y se atienden 80 partos al día, además de los que se
registran en otros centros médicos o clínicas funcionando parcialmente o
en los refugios. Según datos de Unicef de octubre hasta finales de enero habían nacido en Gaza unos 20.000 bebés.
Eman
Me llamo Eman, soy periodista y tengo 22
años. Soy la autora de este reportaje y sufro las mismas dificultades
que algunas de sus protagonistas. Vivo con mis padres y mis siete
hermanos en una tienda de campaña en Rafah. Llegamos hace un mes, pero
parecen años. He perdido la noción del tiempo. Echo de menos mi vida
pasada, mi dormitorio independiente y cálido. Todo eso está muy lejos.
No tenemos colchones para todos y llevo muchos días durmiendo en el
suelo. Me duele todo el cuerpo, no descanso y tengo frío
permanentemente, sobre todo por la noche, cuando paso horas
titiritando.
La llegada del camión cisterna es un respiro en medio de esta
desesperación, pero el agua que contiene, a menudo contaminada y sucia,
nos recuerda nuestra situación extrema. Mi padre sale cada día de casa
para buscar comida, pero, pese a sus valientes esfuerzos, comemos todos
los días lo mismo: alguna conserva, guisantes y en el mejor caso un poco
de queso. Conforme pasan los días, la tienda de campaña parece más
pequeña y me genera claustrofobia. La lluvia, por momentos fuerte, ha
amenazado con echarla abajo en varias ocasiones. Todos hemos estado
enfermos y con problemas para respirar debido a estas condiciones de
vida.
En estos días escucho hablar de una tregua larga, ante la llegada
del mes sagrado de Ramadán. No tengo confianza. En un periodo normal,
estaríamos ya haciendo compras, preparando la comida y la casa para esta
fecha tan querida para nosotros. Pero sin duda este Ramadán será
terrible para Gaza. (Fuente: El País, Planeta Futuro, 28 de febrero de 2024)
¿Qué puedo decir? No a las guerras, algo no propio del verdadero ser humano: empático, social y solidario.