La Organización Mundial de la Salud deja claras algunas de las consecuencias del cambio climático: el calor extremo es responsable de más de 175,000 muertes al año solo en Europa. Ese calor, además de exagerado, es más trempranero. Lo que ocurre, dice el científico Fernando Valladares, es un desajuste profundo en los ritmos del clima, una alteración silenciosa que se arrastra desde hace mucho tiempo.
Los patrones climáticos se vuelven erráticos, con olas de calor en primavera, olas de frio en otoño y límites difusos entre una estación y otra. 2024 se convirtió en el año más cálido jamás registrado y fue el primero en superar el límite de 1,5 grados de calentamiento por encima de los niveles preindustriales.
En el Mediterráneo, en el sur de Estados Unidos o en algunas partes de Asia, donde el clima ya es cálido, el aumento de temperaturas puede provocar "veranos mucho más secos, largos y extremos", con un fuerte impacto en los cultivos, incendios forestales y la salud pública, según dicen los científicos. En zonas más frías, como el norte de Europa o Canadá, el estiramiento del verano podría traer inicialmente condiciones más favorables para la agricultura, con más días de sol, mejores cosechas e inviernos menos hostiles; "aunque también con riesgos de nuevas plagas, sequías o incendios forestales más virulentos", subrayan los científicos.
En el caso de España, varios expertos coinciden en que el panorama es preocupante. Más del 70% del territorio español es susceptible de sufrir desertificación, y según las estadísticas oficiales del Inventario Nacional de Erosión de Suelos cada año se pierden por erosión más de 500 millones de toneladas de tierra fértil, engullidas por el viento, arrastradas por el agua o simplemente calcinadas por el sol. Los datos apuntan a que más de un tercio de la superficie española soporta erosiones que se califican como "graves o muy graves".
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