Llega la Navidad, y, en la televisión , hemos visto, junto a
personas con la fiebre compradora, voluntarios que recogen alimentos para los, denominados, Bancos de Alimentos
los repartan entre personas que esos días, no podrán compartir mesa con sus
familiares.
¿A qué se debe la existencia, en el recién estrenado el siglo
XXI y en países calificados como ricos, de Bancos de Alimentos y comedores
sociales? ¿A qué se debe el que, en esos países, existan,
simultáneamente, unas pocas personas muy ricas y muchas personas muy pobres?
Joaquín Estefanía, en un trabajo publicado en El País del 4 de diciembre de 2017, recuerda
el Informe mundial sobre la protección
social que acaba de hacer público la Organización Internacional del Trabajo
(OIT). En ese informe se pasa revista a los millones de personas, incluidos
niños, que no tienen ningún tipo de protección social; “solo el 22% de los
parados tiene derecho al seguro de desempleo, y menos del 70% de las personas
en edad de jubilación cobran una pensión pública, aunque la cantidad que
percibe la mayor parte de ellas no les basta para salir de la pobreza”.
Tras estos datos, Estefanía recuerda el Estado de Bienestado que se creó tras la Segunda Guerra Mundial e indica que “conseguir la
protección social del ser humano desde la cuna hasta la tumba, habitase en el
lugar que habitase, ha sido hasta ahora la más hermosa utopía”. Nunca debemos
olvidar que nadie puede elegir ni el lugar ni la familia en que va a hacer.
Todo ser humano tiene unos derechos recogidos en la Declaración Universal de Derechos Humanos y está dotado de empatía (neuronas espejo).
La globalización ha establecido otras reglas de juego. Para
ella no existen derechos humanos -cada uno que se las arregle como pueda- y ha
ocultado la expresión de las neuronas espejo -nada de empatía-. No cabe duda que ello ha significado un
retroceso en la universalización y cuantía del Estado de bienestar en todo el
mundo. Capítulos importantes del Estado de bienestar son la educación, sanidad
y pensiones públicas y universales, sin embargo, el primer mandato del FMI,
tanto en los países del Tercer Mundo como en los del Primer Mundo, siempre ha
sido la austeridad financiera: reformas estructurales en educación, sanidad y
pensiones.
Es urgente crear un mundo mejor, una globalización que tenga
en cuenta, entre otras cosas, los derechos humanos. Entre esas “otras cosas” se
encuentran las características del planeta Tierra que habitamos.
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