Para poner fin a la “trampa de los recursos
naturales”, por otros autores denominados “minerales de sangre” o “minerales de
conflicto”, la Unión Europea va a obligar a las empresas europeas a asegurarse
de que las materias primas que importan no provengan de zonas de conflicto. La
legislación empezó a negociarse en 2017 ante la reticencia de algunas onegés
que la consideran insuficiente y en medio de la discusión acerca de lo que la
administración de Trump podrá hacer al respecto.
“Empresas europeas son los principales clientes de tres
compañías que en 2013 pagaron más de 3,4 millones de euros a los grupos armados para poder continuar
con su actividad durante la guerra”. (www.elconfidencial.com)
Son muchos los productos que pueden estar “bañados de
sangre”. El móvil o el ordenador; o el automóvil que le ha llevado a la oficina
esta mañana son algunos de ellos.
Minerales como el oro, el estaño, el tántalo y el wolframio (también conocido
como tungsteno) se encuentran en productos que utilizamos todos los días.
La ONG EurAc indica que para que el reglamento de la UE signifique
sea un antes y un después para las zonas de conflicto es importante que se
apriete a los grupos armados, pero sin ahogar a las poblaciones que viven de la
minería. Se trata de evitar que, ante las nuevas normas, los compradores opten
por hacer un “boicot al oro tungsteno, estaño y tántalo procedente de estas
regiones”, ya de por sí castigadas. “Es importante vigilar el impacto económico
del reglamento” afirma EurAc y pide que la UE de un paso más y ayude a
desarrollar un comercio limpio, que permita impulsar estas regiones. “Cuando se gestiona de manera responsable, la
minería puede ser fuente de desarrollo social y económico”.
Paul Collier, en su libro El
club de la miseria. Qué falla en los países pobres, señala que el medio más
adecuado para sacar de la miseria a los países que se encuentra en la trampa debida a
la abundancia de recursos natural no es como pretende, ahora, la Unión Europea.
Nunca hay que olvidar que el objetivo de las empresas es, únicamente, ganar dinero.
Para este director del Centro de Estudios de Economías Africanas, el medio más adecuado
son las normas internacionales. “Todos somos ciudadanos, y a ciudadanía
conlleva responsabilidades”.
Collier escribe que “la resolución de los problemas de estos
países (los que pertenecen al club de miseria) es un bien público mundial,
y como siempre ocurre con este tipo de
bienes, conseguirlo no va a ser fácil”. Considera que lo mejor sería que
existiera un gobierno mundial, pero el problema de los países del club de la
miseria no puede esperar. No es la primera vez que se habla de un gobierno
mundial. Como indiqué en una ocasión (29 de mayo de 2016) “si se examinan en
detalle las características de los más importantes problemas con que se
encuentra la humanidad en estos momentos, se observa que ninguno de esos
problemas se puede resolver a escala nacional”.
Collier va analizando distintas posibilidades: unas Naciones
Unidas, modificada; la Comisión Europea, que
“no ha aprovechado todo su potencial”; o, como último recurso, mediante clubes. Desechado
Mercosur y la Unión Africana, indica: “Lo que hace falta son nuevos clubes
pequeños formados por países de ideas
afines que adopten normas que los distingan del resto, pero al mismo tiempo
sean capaces de expandirse; en dos palabras, clubes de libre acceso que
observen normativas”.
“Tengo un hijo de seis años y no quiero que crezca en un mundo
que tiene una enorme herida abierta: mil millones de personas sumidas en la
desesperación mientras el resto del mundo disfruta de una prosperidad sin precedentes”,
Paul Collier, El club
de la miseria. Qué falla en los países más pobres del mundo (2009:285)
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