Durante
mucho tiempo, las cosechas del campo de maíz de Davie German, gravemente degradado
por en uso intensivo de pesticidas, no bastaban para mantener a su familia de
ocho miembros. En 2017, El Niño causó
una grave sequía que empeoró aún más las cosas, ya que provocó una grave plaga
de caracoles y gusanos soldados en las tierras de este agricultor de 42 años de
Lilongüe Msozi, en la región central de Malaui, uno de los países más pobres del mundo.
La vida de
German cambió en 2019. “Unos funcionarios agrícolas del consejo del distrito de
Lilongüe vinieron a visitarnos. Nos presentaron iniciativas verdes que podían
ayudarnos a recuperar las tierras y devolverles la fertilidad”, explica.
“Durante los últimos cinco años, he visto cambios en mi campo y en el
rendimiento de los cultivos. Tengo suficiente comida, nada menos que 20 sacos
de maíz cada año”.
Él es uno de
los cerca de tres millones de agricultores malauíes que han confiado en las
iniciativas de agricultura climáticamente inteligente (CSA, por sus siglas en inglés) para recuperar la fertilidad del terreno y
mejorar el rendimiento de las cosechas. Afirma que actos sencillos como el
compostaje, los cultivos intercalados, las hileras de surcos y la siembra de
vetiver [una gramínea utilizada para frenar la erosión] le han ayudado a
controlar el suelo, reduciendo la escorrentía y manteniendo la humedad, lo que
ha mejorado la fertilidad. “La CSA ha contribuido a que las tierras degradadas
vuelvan a ser productivas. Podemos cosechar suficientes alimentos y ya no
utilizamos fertilizantes químicos, sino estiércol. Podemos retener el agua
corriente, para garantizar que los suelos estén intactos”, explica.
Las malas prácticas agrícolas y el uso prolongado de fertilizantes y pesticidas en Malaui
han provocado la degradación de hasta el 80% de las tierras agrícolas y tasas de
deforestación muy elevadas, según los datos de la Organización de las Naciones
Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). En este contexto, unos tres
millones de malauíes, alrededor del 15% de la población, viven en una grave situación de inseguridad alimentaria. En los últimos años, con el asesoramiento
del Gobierno y de entidades independientes, algunos agricultores combaten esta
degradación con soluciones creativas.
Uno de los
métodos que están ayudando a los agricultores es el control sostenible de los
caracoles. El cambio climático y la degradación del suelo han creado un entorno
favorable para la cría de estos gasterópodos, según Goodfellow Phiri, director
gerente de Environmental Industries, una empresa privada dedicada a la
producción y promoción de tecnologías sostenibles.
Phiri
explica que, en lugar de rociar los caracoles con productos químicos, ideó una
iniciativa en 2017 para animar a los agricultores a recoger y venderle estos
animales. En los últimos años, la baba de caracol ha sido un ingrediente
habitual en productos de belleza y cuidado de la piel, como las lociones
corporales que fabrica Phiri. Hasta ahora, ha trabajado con más de 50
agricultores que se han beneficiado de la venta de los caracoles a dos dólares
(1,8 euros) el kilo. “Tengo una gran demanda de Sudáfrica, Alemania y otros
países de Europa. Vendo cada botella a cinco dólares y puedo ganar más de 5.000
dólares al año. Este negocio tiene un enorme potencial y, con él, los
agricultores dejarán de utilizar productos químicos y obtendrán más beneficios
de los caracoles que de sus cultivos”, añade.
Eleniya
Pakisoni, una agricultora de 45 años de la aldea de Mgona, en el distrito de
Lilongüe, participa desde 2021 en la iniciativa, vendiendo sus capturas. Antes
de unirse al proyecto, Pakisoni sufrió una infestación masiva en sus dos
hectáreas de campos de maíz y cacahuetes. Dos veces al día, tenía que fumigar
los caracoles que devoraban la pequeña cosecha. “Hoy puedo ganar al menos 20
dólares a la semana y los beneficios anuales pueden llegar a los 2.000 dólares
con la venta de caracoles”, explica. “Pensaba que eran solo una plaga y que no
tenían ningún valor económico, pero, para mi sorpresa, ahora puedo llegar a fin
de mes gracias a ellos”, remacha, y añade que, al no tener necesidad de aplicar
productos químicos, ha notado un repunte en la fertilidad y la calidad del
suelo.
Teddie
Kamoto, director adjunto para Malaui de la Iniciativa para la Restauración del
Paisaje Forestal Africano (AFRI 100), un
proyecto de la Agencia de Desarrollo de la Unión Africana para recuperar 100
millones de hectáreas de terrenos en el continente de aquí a 2030, señala que,
gracias a soluciones como estas, se han restaurado alrededor de 1,8 millones de
hectáreas de tierras en todo el país mediante la plantación de árboles y otras prácticas,
lo que ha permitido que puedan ser reutilizadas para actividades agrícolas.
La peor sequía en cuatro décadas
A finales de
marzo, el presidente de Malaui hizo un llamamiento a la ayuda humanitaria
mundial al declarar el estado de catástrofe por sequía en 23 de los 28
distritos del país. El fenómeno meteorológico El Niño ha provocado una
sequía calificada como la peor en la región en cuatro décadas. “El país sigue
sufriendo los impactos de las tormentas tropicales y los ciclones de 2022 y
2023, y el efecto agravado es que hasta el 40% de la población sufre las
consecuencias de la hambruna, que amenaza tanto sus vidas como sus medios de
subsistencia”, señalaba un comunicado del Programa Mundial de Alimentos (PMA)
del 2 de abril. “Los prolongados periodos de sequía han dañado las cosechas en
las regiones meridionales y centrales, mientras que las inundaciones han arrasado
los cultivos en las zonas septentrionales y centrales”, afirmaba, y explicaba
que dos millones de personas tratan de recuperarse del devastador impacto de la
sequía y necesitan ayuda humanitaria urgente.
Los suelos
agotados también han sido presa de plagas agresivas, como los gusanos soldados
y los caracoles, que han destruido las cosechas de decenas de miles de
familias. Para hacerles frente, los agricultores fumigaban sus cultivos con
pesticidas químicos, algunos ilegales y perjudiciales para la salud y el medio
ambiente, lo que condujo a un círculo vicioso, ya que al contaminar el suelo y
empeorar su calidad, se necesitaban más plaguicidas y fertilizantes químicos
para seguir produciendo, hasta que el terreno acabó degradándose.
El coste
anual de la degradación del suelo en Malaui se calcula en 320 millones de
dólares (unos 300 millones de euros), según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (UNDP, por sus siglas en inglés),
aproximadamente el 7% del producto interior bruto, descontando el suministro de
agua, alimentos y madera. Por otro lado, por cada dólar invertido en recuperar
las tierras degradadas, se esperan tres dólares de beneficios. Y decenas de
agricultores de Malaui se están dando cuenta de que no cuesta mucho restaurar
sus tierras.
Orina para abonar los campos
Según
Kamoto, de AFRI 100, de los 8,1 millones de hectáreas de tierras agrícolas de
Malaui, 7,7 millones están degradadas. Reconoce que el objetivo que AFRI 100
estableció en 2016, de restaurar 4,5 millones de hectáreas de tierras en el
país para 2030, está muy retrasado “debido a los cambios impredecibles de la
crisis climática y al aumento de los desastres meteorológicos”. Sin embargo, la
adopción de técnicas agrícolas más saludables y ecológicas por centenares de
agricultores es, opina, un “éxito en sí misma”.
En el
distrito de Nthalire Chitipa, en el norte de Malaui, el agricultor Wakisa
Musukwa, de 36 años, afirma que las iniciativas de CSA que ha aprendido le han
ayudado a revitalizar su campo de maíz, que se vio obligado a abandonar por la
degradación. “Antes tenía problemas para alimentar a mi familia. En cada
temporada de cosecha, no conseguía ni 10 sacos de maíz al año. Después de
utilizar la CSA, el año pasado coseché más de 30, y ocho sacos, de 50 kilos
cada uno, de judías”.
Entre los
métodos que promueve Phiri, de Environmental Industries, está el uso de la
orina como abono. La técnica, que comenzó a fomentar en 2012, empezó a cobrar
impulso en 2018. Como la mayoría de los suelos degradados en Malaui son ácidos,
señala Phiri, así se equilibra el porcentaje de hidrógeno del suelo y hace que
se restaure su fertilidad.
Según Phiri,
más de 1.000 agricultores han adoptado esos fertilizantes en el país. Añade que
también plantan hierba limón para que las plagas se alimenten de ella en lugar
de hacerlo del cultivo, lo que reduce significativamente la cantidad de
pesticidas que utilizan.
Un
agricultor de Lilongüe, Davie Banda, de 31 años, ha estado utilizando abono de
orina en su campo de maíz: “He dejado por completo los productos químicos
porque he observado que, tras un largo periodo de uso del abono de orina, puedo
plantar sin usar ningún fertilizante. Al fin y al cabo, los suelos ya han
mejorado”, afirma Banda.
Leonard
Chimwaza, experto en agricultura de Malaui, insiste en que las iniciativas que
utilizan remedios ecológicos son importantes para controlar la degradación del
suelo. “El uso de soluciones como la CSA y de iniciativas como la de
Environmental Industries pueden ayudar a devolver la fertilidad a las tierras
de cultivo”, declara, aunque se necesitan más esfuerzos, como plantar más
árboles para controlar la erosión.
NOTA- Este
artículo se publica en colaboración con Egab, una plataforma que trabaja con
periodistas de Oriente Próximo y África. (Fuente: El País. Planeta Futuro, 28 de mayo de mayo de 2024)
Lamento que este articulo, como la mayoría de los publicados en El País, Planeta Futuro, no se parezca en nada a lo que habitualmente califico de "píldoras para pensar".
En España no usamos en lo que algunos llaman "agricultura ecológica" se hace uno de las lombrices de tierra.