El cambio climático, debido a la concentración, en la atmósfera, de gases de
invernadero, es un problema mundial de extrema importancia. Este fenómeno conduce a una elevación de la temperatura de la
superficie de la tierra y de los océanos, lo cual tiene numerosas y muy complejas consecuencias sobre otros
aspectos del clima: precipitaciones, tormentas, disponibilidad de agua potable, desaparición de especies animales, aumento de la transmisión de enfermedades, etcétera.
Los especialistas no se casan de repetir que si no hay un
cambio radical por parte de la comunidad internacional, el cambio climático
puede poner en peligro, desastrosa y perennemente, el bienestar de las futuras
generaciones.
Muy importante es tomar conciencia de que el cambio climático
es debido a la acción humana y, por tanto, solo el ser humano puede corregirlo. Jean Tirole, Premio Nobel de Economía 2015, en el
capítulo “El desafío climático” (2017: 217-252), de su libro La
economía de bien común, señala “a
pesar de la acumulación de pruebas científicas sobre el papel de la especie
humana en el cambio climático, la movilización internacional sobre este tema
es, en la práctica, decepcionante”.
En el mismo
capítulo, este economista indica que “en economía, el cambio climático se
presenta como un problema de bien común”. A este respecto, conviene recordar que son bienes comunes de la
humanidad aquellos bienes -algunos de ellos recursos naturales renovables- de
los que podemos disfrutar todos, incluso las generaciones venideras, pero que,
sin embargo, no pertenecen a nadie. El aire es un bien común, lo mismo que el
agua, los recursos marinos, las semillas, la belleza de un paisaje, el
conocimiento, etc. También conviene recordar que, para el actual sistema económico-social, estos
bienes son una mercancía.
En el capítulo citado, Tirole analiza las razones del fracaso
de todos los intentos realizados para hacer frente al cambio climático a través
de protocolos o acuerdos entre naciones soberanas. Señala que “se trata de un importante problema mundial
que se ha demostrado que no puede ser resuelto en el marco de las
naciones-Estado”.
En 1968, en la revista Science,
el biólogo Garret Hardin publicó un ensayo, La tragedia de los comunes, citado por Jean Tirole, en el que pone
de manifiesto que la forma de gestión de los bienes comunes, que propugnan los
fundamentalistas del libre mercado no es la adecuada, porque conduce al
agotamiento de esos bienes, en este caso, destrucción del hábitat, en la actualidad ocupado por la especie humana. Tirole
cita también los estudios de la economista Premio Nobel de Economía 2009, Elinor Ostrom, estudios
que le permitieron diseñar la forma correcta de gestión de los bienes comunes. No
sé cuál es la razón por la cual este economista indica que ese modo de gestión no es posible en
el caso del cambio climático.
Según Tirole, ”puesto que “los países encontrarán siempre un montón de
excelentes excusas para no respetar sus compromisos” propone acudir a la OMC o al
FMI, aunque señala “que quede bien claro que soy consciente del riesgo de daños
colaterales que puede entrañar vincular una política climática a unas
instituciones internacionales que, mal que bien, funcionan” (2017:250).
Me pregunto: ¿Por qué Tirole no piensa en la posibilidad de hacer uso de la
inteligencia colectiva y de globalizar la democracia? Atribuyo este fallo a una excesiva especialización, fenómeno puesto de manifiesto hace años.
Para terminar, recuerdo las siguientes expresiones de
Federico Mayor Zaragoza, en defensa de un gobierno mundial realmente
democrático: “Nadie tiene derecho a arrogarse el destino común, todo está por
hacer y todo es posible”; “El dominio de los pocos sobre los muchos ha
concluido”; “Solo juntos, aunque muy diversos, podremos cambiar el curso de los
acontecimientos”.
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