¿No hay otro sistema económico que no conduzca a la
desaparición de la clase media, al aumento de la pobreza de los pobres y
al crecimiento de la riqueza de los ricos? Llevamos años observando que el
crecimiento económico no va asociado a un progreso social.
Pero los gobiernos y los organismos económicos europeos e
internacionales siguen sin abandonar el vigente sistema económico. Un sistema que defiende la desregulación
financiera y de libertad absoluta de los mercados de capitales. En este mundo, los Gobiernos (y, por tanto, los ciudadanos) no
tienen ningún papel, excepto, según las élites, “distorsionar la eficiencia de
los mercados”. La gran crisis financiera de 2008 destruyó esta creencia.
El segundo pilar del sistema es la “desregulación de los
mercados de trabajo. Sostiene que los gobiernos tienen que
“sacar sus sucias manos de la fijación de los salarios y del establecimiento de
las condiciones de contratación y despido de los trabajadores”. De esta forma,
se piensa, se fijarían salarios de equilibrio en función de la productividad de cada trabajador y se
alcanzaría el pleno empleo”.
“Las cosas no han funcionado así. El propio Banco Central
Europeo (BCE) ha mostrado su sorpresa al ver cómo el retorno del crecimiento y
empleo en Europa no trae consigo una mejora de los salarios y de la
distribución”.
El tercer pilar está relacionado con la defensa del
equilibrio presupuestario (austeridad). El mejor indicador
de lo errado de esta idea fue lo acaecido tras cumplir las indicaciones del
FMI. “Y en sentido contrario, la recuperación que han experimentado las
economías española y portuguesa a partir del momento en que se suavizó la
austeridad y el BCE comenzó a comportarse como un banco central como Dios
manda”.
Se cree que las decisiones económicas son muy complejas y
deben ser dejadas a los expertos y a instituciones independientes, como los
bancos centrales y a las instituciones internacionales, como la Comisión
Europea o el FMI. Los ciudadanos no deben intervenir en estas decisiones.
¿Dónde la democracia?
Según Antón Costas, catedrático de Economía Aplicada en la
Universidad de Barcelona, “el principal problema al que se enfrentan las
democracias pluralistas en este momento del siglo XXI es la cuestión
distributiva. Es decir, la desigualdad, la pobreza y la falta de oportunidades.
Esa es la madre de todo el caos político que estamos viviendo. Es necesario
volver a incorporar […] la legitimidad y la eficacia que confiere el proceso
democrático a la toma de decisiones de política económica y a las reformas”.
Tenemos que crear una economía que apoye nuestro altruismo.
Tenemos que crear una economía que apoye nuestro altruismo.
(Fuente.- “El fracaso de la modernidad tecnocrática”, Antón
Costas, suplemento Negocios de El País
del 1 de octubre de 2017)
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