El aire limpio es un
bien común de la Humanidad. Todos los seres humanos tenemos derecho a disfrutar de una atmósfera
libre de contaminación y pasar a las generaciones futuras una naturaleza en su
plenitud.
Sin embargo, en el
vigente sistema económico por encima de este derecho y otros similares,
relacionados con los bienes comunes de la Humanidad y la Declaración Universal
de Derechos Humanos, están las ganancias económicas de las grandes empresas.
En una columna periodística, “Cuéntame un
cuento/y 3”, el catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de
Madrid y director del Colegio Miguel Servet de París, José Vidal-Beneyto,
indica que “el ‘marketing’ y sus técnicas no autorizan el asesinato ni pueden
justificar las matanzas”, y entre los ejemplos de propaganda, según él
“perniciosa” para los ciudadanos, pero que ha reportado –y está reportando-
jugosos beneficios económicos a las empresas implicadas, señala “la promovida por General Motors,
Firestone y Standard Oil para acabar con los tranvías en las ciudades
americanas y sustituir su transporte por autobuses y coches particulares. Con
un éxito total”.
“Con un éxito total” porque a través
de medidas fiscales, subvenciones y de construcción de infraestructuras, se ha
beneficiado este sistema de transporte a pesar de ser el medio menos eficiente
y que mayores problemas ambientales crea. Se ha abandonado el concepto de
transporte como un servicio público que el Estado debe proporcionar a todos los
ciudadanos.
Respirar aire
limpio y sin riesgos para la salud es un derecho de toda persona. Está
demostrado que la contaminación atmosférica causa graves daños a la salud y al
medio ambiente. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), los niveles
actuales de contaminación atmosférica en muchas ciudades causan miles de
muertes prematuras.
Con ser importante
este tema, el objetico de esta “entrada” no es, únicamente, analizar las
consecuencias del tráfico rodado sobre la salud de los ciudadanos, sino
también, comentar una noticia, “Suspenso
crónico en calidad del aire”, publicada
en El País del 26 de septiembre de
2017. En esta noticia se indica que España está incumpliendo “la normativa
europea que busca limitar la polución en las ciudades, vigente desde 2010” y
que “España también tiene abierto otro
procedimiento de infracción por las llamadas partículas PM10, que proceden
también del tráfico rodado”. Mi objetivo es señalar que este incumplimiento es posible es posible
gracias a la soberanía nacional de que goza España, como prácticamente todos
los países, aunque se declaren democráticos.
Me parece importante
indicar que la soberanía nacional permite a cualquier presidente de una nación
desobedecer cualquier acuerdo firmado por un presidente anterior. Así no se
puede hacer frente a ningún problema global, y, en la actualidad, los problemas
más importantes, con los que se enfrenta la Humanidad, son globales. Eso es lo
que realmente quería señalar a raíz de la citada noticia.
En primer lugar se necesita
que nuestros gobiernos sean realmente democráticos. La globalización nos ha
robado esa posibilidad. Es por ello por lo que existen propuestas para “superar
el tribalismo nacionalista y a favor de un orden político global más justo,
democrático y humano”: una Organización de Naciones Unidas reformada, un Parlamento Mundial … ; es decir, cualquier
institución democrática supranacional. Una
utopía posible y factible (3 julio 2017) Pero, ¿cuántas utopías se han hecho realidad a
la largo de la historia de la Humanidad?
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