"Adiós al "salvador" blanco, descolonizar la ayuda al desarrollo en tiempos de recortes y populismo es un trabajo realizado por Ana Carbajosa, Asier Hernandes Malax.Echeverria y Gonzalo Fanjul, y publicado el 11 de abril de 2025 en El País. Planeta Futuro. Debo decir que a mi juicio me parece muy interesante y al que tengo que dedicar más de una "píldora para pensar". Empiezo ahora
¿Podemos construir un sistema de ayuda internacional que contribuya a erradicar la pobreza en un planeta que debe sortear la catástrofe ecológica? La respuesta no es evidente y los gobiernos, las agencias de la ONU, las instituciones financieras y los grupos de la sociedad civil se encuentran atenazados entre el trauma y el pesimismo generalizado. El progreso hacia los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), las metas para 2030 para acabar con el hambre y la pobreza en el mundo, se ha estancado. Las grandes brechas financieras se amplían como consecuencia del ataque a la ayuda. La administración de Trump bombardea las instituciones multilaterales. No hay ninguna razón para el optimismo.
La debacle de USAID ha convertido además en urgente el intenso debate que desde hace tiempo agita el sector humanitario. Más allá de obligar a redirigir los recursos restantes para priorizar lo imprescindible, se impone la autocrítica y las voces que exigen la “descolonización” de un sistema que perpetúa la dependencia y en el que el Sur Global exige con renovada asertividad, voz y voto. “El sistema sufre una hemorragia de credibilidad y de recursos desde hace años y adolece de la falta de una narrativa convincente”, escribía recientemente Nilima Gulrajam, una de las autoridades en la materia
Desde Planeta Futuro hemos querido contribuir a este debate necesario y urgente sobre el futuro de la ayuda y las ONG. Hemos viajado a Sudán del Sur, a Guatemala, a Ruanda, a Myanmar y a Kenia. Hemos escuchado a quienes como Degan Ali llevan años trabajando para darle la vuelta al sistema y Asier Hernando entona el mea culpa: “Yo he sido un salvador blanco”. Pasen y lean.
1.- Degan Ali: El sistema de cooperación y desarrollo está roto
Degan Ali Degan Ali (52 años, Badhan, Somalia) es una de las voces con más tirón en África en el tema de la "descolonización" de la ayuda al desarrollo, un debate sobre qué papel juega el Norte Global en la cooperación, ONG y agencias gubernamentales incluidas. “El sistema de desarrollo está roto”, repite Ali contundente. Y ella, que trabajó en la ONU, a la que critica ferozmente, ha decidido combatirlo desde dentro: hoy lidera la organización Adeso, fundada en los noventa por su madre, Fatima Jibrell, una activista por el medioambiente y la paz nacida en una familia de pastores nómadas en Somalia
Bajo el mando de Ali, Adeso se ha reinventado, renunciando en los últimos años a la financiación de ONG internacionales y a los fondos bilaterales (de agencias gubernamentales como USAID, de Estados Unidos). “Sabíamos que este dinero no era dinero bueno. No era dinero sano”, dice. Parece que el tiempo le dio la razón. Después de esta entrevista, Donald Trump inició la congelación de programas de ayuda internacional de USAID “de forma inhumana”, critica Ali.
Tras el cambio de rumbo de Adeso, la organización pasó de más de 300 empleados a 15 empleados, y de 10 millones de dólares (nueve millones de euros) a dos. “Un salto de fe”, resume, que les ha permitido ser más libres y sentir que, por una vez, las decisiones no se toman a miles de kilómetros de distancia.
Pregunta. Nació en Somalia y creció Estados Unidos. ¿Cómo ha impactado esto en su trabajo en desarrollo?
Respuesta. Me hizo entender desde muy joven las relaciones entre raza y poder. Llegué a EE UU como una niña musulmana que no hablaba en inglés y me topé con muchísimo racismo. Pero allí también me hice con dos herramientas que me ayudaron: una buena educación y la confianza en mí misma que no tienen muchísimos jóvenes africanos, porque en África no se nos enseña a debatir, a cuestionar al profesor. En mi carrera también me ha definido mi fe: no me vengo abajo con el juicio de otras personas porque sé que solo dios decide mi destino.
P. Habla mucho sobre que el sistema de desarrollo y cooperación está roto. ¿En qué falla, exactamente?
R. En mi opinión, está en el ADN, en la raíz del sistema: estas son las estructuras que fueron creadas por los colonizadores después de la Segunda Guerra Mundial. Se reunieron y dijeron: ‘Tenemos que renegociar alguna forma de permanecer en el poder’. Es un sistema hipócrita: ahora el Norte habla de derecho internacional humanitario, mientras Francia estaba ocupando y cometiendo un genocidio en Argelia.
P. Es especialmente crítica con Naciones Unidas.
R. No está siendo útil en absoluto, tal y como está diseñada ahora mismo. No ha parado las tragedias humanitarias en Ruanda, en Somalia... Solo hay dos caminos para la ONU: el desmantelamiento o una transformación radical.
P. ¿Qué convendría cambiar?
R. Para empezar hay que eliminar el poder de veto [por el que, por ejemplo, no salieron adelante sucesivos acuerdos de alto el fuego en Gaza]. Y hay que hacer cosas como acabar con los salarios desorbitados de su personal, que acaban llevándose el talento de los países menos ricos.
P. Usted parece querer dar ejemplo de transformación con su propia ONG, Adeso.
R. Cuando dejamos de recibir fondos bilaterales no sabíamos cómo íbamos a pagar los sueldos y el alquiler. Nos mudamos a un local muy humilde. Fue muy difícil recaudar fondos, pero no intento convertirme en una gran ONG como antes. Quiero hacer más trabajo de calidad que de cantidad. Así que ni siquiera me interesan las cifras, solo que hagamos un trabajo que nos guste, en consonancia con nuestros valores. Tenemos donantes de calidad, lo que significa que no son verticalistas y son muy flexibles. Y estamos poniendo en marcha empresas y entrando en el sector privado para tratar de generar dinero para nosotros mismos.
P. ¿Qué opinión le merece el desmantelamiento de USAID?
R. Se ha hecho de forma muy inhumana, sin prestar ningún cuidado ni atención a las personas que están sufriendo en el terreno, que dependen de los servicios, de los medicamentos... Habría sido ideal un plan de salida humano, que dé a los gobiernos la oportunidad de asumir esos servicios. Dicho lo cual, también pienso que USAID tenía muchos problemas. Decimos mucho que el sistema de ayuda está roto, y, siendo USAID el mayor donante en esta arquitectura, se abre un hueco, la oportunidad de construir algo diferente, algo mejor, sobre lo que llevamos mucho tiempo hablando. Es irrelevante, de alguna manera, el presidente que dé el golpe.
P. ¿Y ahora qué?
R. Pensemos: ¿cómo debe ser la nueva arquitectura del desarrollo para no crear dependencia en sitios como Somalia o Sudán, donde ha hecho tanto daño? Ha creado tantas infraestructuras caras llenas de intermediarios, y dinero gastado en las sedes del Norte... Ahora hay que aprovechar la oportunidad para construir algo que sirva en esta nueva realidad, un sistema global donde EE UU y Occidente no son los únicos protagonistas. Europa podría liderar iniciativas, los países del Sur podrían establecer cuáles son sus condiciones, ya que el gran donante no puede controlar el sistema.
P. ¿Y ahora qué?
R. Pensemos: ¿cómo debe ser la nueva arquitectura del desarrollo para no crear dependencia en sitios como Somalia o Sudán, donde ha hecho tanto daño? Ha creado tantas infraestructuras caras llenas de intermediarios, y dinero gastado en las sedes del Norte... Ahora hay que aprovechar la oportunidad para construir algo que sirva en esta nueva realidad, un sistema global donde EE UU y Occidente no son los únicos protagonistas. Europa podría liderar iniciativas, los países del Sur podrían establecer cuáles son sus condiciones, ya que el gran donante no puede controlar el sistema.
P. En la conversación sobre el papel del desarrollo internacional algunos prefieren la palabra “localización”, pero usted prefiere hablar de “descolonización”.
R. El sector se siente más cómodo con términos como “localización” o “liderazgo local”, y se refiere más bien a una conversación en torno al dinero —que es importante, porque es importante hablar de mover dinero y de dar fondos de calidad al Sur Global—. Pero así no se habla de la naturaleza política del sistema, me parece que es una conversación superficial. Estamos arreglando y retocando los bordes sin transformar el sistema. Además, creo que “localización” es un término muy peyorativo: ¿por qué somos siempre “locales” en el Sur Global e “internacionales” en el Norte? La gente de París es local, y también lo es la gente de Nairobi.
P. Usted ha propuesto una especie de Plan Marshall para países como Somalia, castigados por una crisis sin fin.
R. En el Sur Global llevamos más de medio siglo de independencia sin recibir compensación por la esclavitud, por la colonización y la explotación de este continente. Los colonizadores se fueron sin dejar infraestructuras, sin dejar universidades... Estos países se han convertido en una fuente de extracción de materia prima y no realmente en un lugar de industrialización que vende productos finales a Europa o Estados Unidos. El ejemplo del que siempre hablo es el chocolate: se considera que Suiza tiene el mejor chocolate del mundo, pero no tienen ni una sola granja que produzca cacao. Mientras, nosotros extraemos cacao a precios muy injustos.
P. Con la actual situación del mundo, ¿pierde a veces la fe en que el trabajo de su sector tenga un impacto real?
R. La situación en Gaza o Sudán prueba que la ayuda humanitaria es política, es un poder blando, que se puede usar como herramienta de manipulación y como forma de disimular la complicidad de ciertos países en lo que sucede. Así está pasando, con la complicidad de Estados Unidos, en Gaza: esto no va de salvar a gente. Hablando de Gaza, me parece que es una oportunidad perdida para el sector de demostrar realmente lo que es la auténtica solidaridad y la descolonización. Las ONG han escrito un montón de declaraciones, pero las organizaciones estadounidenses, que tienen mucho poder, podrían haber dicho ‘nos negamos a aceptar financiación de USAID [antes de la llegada de Trump], no vamos a ser cómplices a menos que se detenga esto’.
P. Usted impulsa la iniciativa Pledge for Change, por la que ONG internacionales se comprometen a repensar su forma de trabajar con el Sur Global. ¿Sirve para algo?
R. Diría que todavía es demasiado pronto para hablar del éxito general del compromiso, pero estamos viendo algunos cambios en las organizaciones individuales. Por ejemplo, una ONG en la crisis de Ucrania, en lugar de lo que normalmente hacen (abrir una oficina, recaudar dinero, contratar dios sabe cuántos empleados) han apostado por contratar solo a dos o tres personas y gastar todo el dinero en sus socios locales, en lugar de en su estructura y su personal. Pero creo que es muy difícil hacerlo en oficinas que han existido durante 40 o 30 años y tienen 400 empleados. ¿Cómo deshacerse de ese personal y reducirlo a cinco o 10, y dar la mayor parte de tus recursos a tus socios?. Los actuales recortes en USAID y en general en el sector pueden representar una oportunidad para que los firmantes de Pledge for Change y otras organizaciones reduzcan su tamaño de forma intencional, y establezcan deliberadamente un modelo más descolonial para sus instituciones.
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