4.- Existe una alternativa para el futuro de la ayuda
Podemos construir un sistema de ayuda internacional que contribuya a erradicar la pobreza en un planeta que debe sortear la catástrofe ecológica? La respuesta no es evidente y los gobiernos, las agencias de la ONU, las instituciones financieras y los grupos de la sociedad civil se encuentran atenazados entre el trauma y el pesimismo generalizado. El progreso hacia los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), las metas para 2030 para acabar con el hambre y la pobreza en el mundo, se ha estancado. Las grandes brechas financieras se amplían como consecuencia del ataque a la ayuda. La administración Trump bombardea las instituciones multilaterales. No hay ninguna razón para el optimismo.
Pero a la vez, la crisis aguda brinda una oportunidad única de reimaginar un sistema de ayuda global para el siglo XXI. La construcción de ese sistema debe partir del reconocimiento de que el antiguo orden, que ahora se desmorona bajo su propio peso, estaba fallando fundamentalmente a los pobres del mundo y marginando al Sur Global. A finales de junio, gobernantes, expertos y representantes de la sociedad civil se reunirán en Sevilla en la cumbre de la ONU sobre financiación con el objetivo de sentar las nuevas bases de un sistema más capaz y mejor gobernado.
El estado de los ODS admite pocas interpretaciones. Tal como van las cosas, los niveles de pobreza extrema serán en 2030 el doble de los objetivos fijados y atraparán a más de 300 millones de personas con ingresos diarios inferiores a 2,15 dólares (2 euros). El progreso hacia el “hambre cero” se estancó hace más de una década. La brecha entre la ambición de los ODS y el resultado previsto en mortalidad infantil equivale a nueve millones de vidas jóvenes perdidas por enfermedades relacionadas con la pobreza.
Las deficiencias de financiación son la causa principal de estos déficits. El sistema humanitario, lo más parecido que tenemos a una red de seguridad global para las personas que se enfrentan a la guerra, la crisis climática y los riesgos de hambruna, está desesperadamente infradotado. A medida que la crisis climática se agrava, se ha entregado menos de una quinta parte de la financiación necesaria para apoyar la adaptación en África, la región que se enfrenta a los riesgos más graves e inmediatos del calentamiento global.
Todo esto se suma al devastador impacto humano de los recortes que se avecinan en la ayuda. Cuando Elon Musk, el Robespierre personal del presidente Trump, alimentó la trituradora de madera con agencia estadounidense para el desarrollo, USAID, estaba haciendo algo más que lanzar un ataque simbólico a un consenso bipartidista. Estados Unidos es, o era, la mayor fuente mundial de ayuda para el desarrollo, la salud pública mundial y la asistencia humanitaria. La administración Trump ha detonado la explosión controlada del sistema de ayuda global que el propio EE UU creó tras la Segunda Guerra Mundial.
Las consecuencias se sentirán en la vida real. Piensen, por ejemplo, en la posible retirada de la financiación estadounidense a GAVI, la iniciativa mundial de vacunación. Esto podría provocar la pérdida de 1,2 millones de vidas jóvenes en los próximos cinco años. Dado que Estados Unidos representa el 40% de la financiación humanitaria, la hambruna en el Cuerno de África, Sudán y la región del Sahel se ha convertido en un peligro real e inmediato.
¿Cómo detener el asalto a la ayuda y comenzar su reconstrucción? La prioridad es desarrollar una agenda para obtener más impacto con menos recursos. Eso requerirá la voluntad de enfrentar tanto ineficiencias profundamente arraigadas como los intereses creados que las sostienen.
1. Poner fin a la fragmentación. Tomemos el tema de la fragmentación de la ayuda. Demasiada cooperación bilateral al desarrollo se entrega a través de proyectos y mecanismos especiales, dispares y desconectados, controlados por los donantes. Solo en el ámbito del cambio climático, existen más de 80 fondos especiales. Otros cientos se dedican a la salud materno-infantil y a la seguridad alimentaria. Si se diseñara un sistema destinado a maximizar los gastos administrativos de la ayuda, cargar los costes de transacción a los gobiernos receptores y minimizar el impacto, sería muy parecido a lo que tenemos. Solo en 2022, un país como Etiopía negoció y justificó más de 1.000 proyectos de ayuda relacionados con la pobreza.
Existe una alternativa. Bajo la presidencia del G-20, Brasil estableció una Alianza Global contra el Hambre y la Pobreza, con el objetivo de acelerar el progreso hacia los ODS. La alianza está creando ahora una plataforma de financiación, un “fondo virtual”, a través del cual los donantes pueden poner en común sus recursos para respaldar planes nacionales en áreas como la alimentación escolar, las transferencias de efectivo para hogares pobres y la salud infantil y materna, reduciendo costes y obteniendo resultados donde más importan. Los donantes deberían aprovechar la cumbre de Sevilla para apoyar la iniciativa de Brasil.
¿Cómo detener el asalto a la ayuda y comenzar su reconstrucción? La prioridad es desarrollar una agenda para obtener más impacto con menos recursos. Eso requerirá la voluntad de enfrentar tanto ineficiencias profundamente arraigadas como los intereses creados que las sostienen.
2. Protagonismo de los actores locales. También el sistema humanitario necesita una reforma profunda desde hace mucho tiempo. Cada año, la ONU emite un llamamiento de emergencia. Las agencias de la ONU se apresuran y compiten entre sí para recaudar y entregar una financiación humanitaria a corto plazo e impredecible para emergencias a largo plazo, altamente predecibles y, a menudo, evitables. El año pasado, como es habitual, se financió menos de la mitad del llamamiento.
Aquí también hay una alternativa. La mayor parte de la ayuda humanitaria se canaliza a través de agencias de la ONU. Canalizar más a través de actores locales en la primera línea de las crisis humanitarias reduciría los costes y aumentaría el impacto. Sin embargo, menos del 2% de la ayuda humanitaria pasa por ONG locales. Mientras tanto, los rígidos silos defendidos con sombría determinación por los donantes y las agencias de la ONU separan la financiación “climática”, de “desarrollo” y “humanitaria”, desperdiciando oportunidades para enfoques integrados que combinen la prevención de crisis con la inversión en resiliencia.
3. Desbloquear préstamos. Los recortes en la ayuda han hecho aún más urgente la necesidad de añadir músculo financiero a los bancos multilaterales de desarrollo (BMD): el Banco Mundial y sus homólogos regionales. Los fundadores del sistema de Bretton Woods crearon una arquitectura financiera que ofrece la magia de la multiplicación al aprovechar los mercados de bonos. Cada dólar que los donantes aportan a la Asociación Internacional de Fomento (AIF) del Banco, que atiende a los países más pobres, moviliza otros tres o cuatro dólares en préstamos.
Antes de la cumbre de Sevilla, los principales donantes europeos podrían acordar mantener sus compromisos con la AIF. También podrían acelerar los esfuerzos para desbloquear más préstamos y asignar una parte de sus derechos especiales de giro del Fondo Monetario Internacional (FMI) —un activo de reserva del banco central— a los BMD. Ese ejercicio técnico supondría una reasignación sin coste de 20.000 millones de dólares (18.500 millones de euros) en derechos especiales de giro que desbloquearían 80.000 millones de dólares (74.000 millones de euros), una inversión de dinero real para la financiación climática y los ODS.
4. Renegociar la deuda. El deterioro del entorno de ayuda también ha puesto el foco en la crisis de la deuda. Este año, África tiene previsto pagas a sus acreedores 88.000 millones de dólares (81.300 millones de euros), lo que desplaza el gasto en salud, nutrición y educación básica. Tras años de evasivas y una iniciativa fallida del G-20, es hora de convertir las deudas impagables en inversiones en las personas y en un futuro sostenible, y la cumbre de Sevilla podría dar el impulso necesario.
5. Profundas reformas institucionales. Quizás la gravedad de la crisis a la que se enfrenta el sistema de ayuda también podría impulsar una seria consideración de reformas más profundas. Algunas de las reformas más urgentes están relacionadas con la gobernanza de la ayuda. El modelo actual concentra el poder institucional en el Norte Global, perpetuando un sistema que pide con urgencia una descolonización. Otras reformas —como la de los sistemas fiscales internacionales— son necesarias para financiar los bienes públicos globales. Los impuestos sobre el carbono podrían, y deberían, financiar la adaptación climática en África y una transición ecológica. Incluso un pequeño impuesto del 2% sobre la riqueza de los multimillonarios podría movilizar 320.000 millones de dólares (296.000 millones de euros) a través de la redistribución para financiar los ODS.
Reimaginar el futuro en medio de una crisis no es fácil, pero hay precedentes. La cumbre de Sevilla se inaugurará en el 81º aniversario de la conferencia de Bretton Woods. Convocada por Estados Unidos a la sombra de una guerra inconclusa, la conferencia reunió a una generación de líderes políticos que habían visto la devastación causada por el proteccionismo, el auge del fascismo y el colapso del multilateralismo. Lo que surgió fue parte de un nuevo orden basado en lo que el secretario del Tesoro de Estados Unidos, Henry Morgenthan, describió como el reconocimiento de que “la única salvaguarda genuina de nuestro interés nacional radica en la cooperación internacional”.
Los fundamentalistas actuales del Make America Great Again (MAGA), y sus homólogos europeos, ven el mundo de manera diferente. El proteccionismo del tipo “empobrece a tu vecino”, el apoyo a partidos con raíces neonazis y fascistas y el rechazo de los valores universales están a la orden del día. En un mundo que se enfrenta a desafíos que solo pueden resolverse mediante la cooperación internacional, la mentalidad MAGA representa una amenaza para todos nosotros.
Existe una alternativa.
Autores de este artículo: Kevin Watkins fue director ejecutivo de Save the Children en el Reino Unido y actualmente es profesor visitante en el Instituto Firoz Lalji de la London School of Economics. Gonzalo Fanjul es director de Análisis de Políticas y Desarrollo en el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal).
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