Mientras que las Ciudades Democráticas
(Smart Citizens) constituyen, como indiqué hace unos días, un proyecto
sobre nuevas tecnologías orientadas a la participación ciudadana, las Ciudades
Inteligentes (Smart Cities) es un proyecto impulsado, únicamente, por
grandes empresas multinacionales
(principalmente en los países de renta alta) tendente a introducir
tecnologías de información y comunicación para gestionar servicios urbanos en
su mayoría resueltos, hasta ahora, con
razonable eficiencia por el sector público.
La teoría dice que una ciudad
inteligente es aquella que hace uso de los avances tecnológicos para mejorar la
calidad de vida de sus ciudadanos. La práctica, sin embargo, indica que este
concepto tiene múltiples consecuencias relacionadas con lo que se entiende por
calidad de vida de los ciudadanos, por ejemplo,
participación democrática. En realidad,
se trata de un “movimiento de vuelta” de los procesos de privatización
desarrollados las últimas décadas, en el que se minusvaloran algunas cuestiones fundamentales, como por
ejemplo, que la implementación de estos programas no es ni tan sencilla, ni tan
resolutiva (resuelve, cualquier asubti o problema con eficacia, rapidez y deterninación), ni tan resiliente (capaz de recuperar su estado iniicial) frente a la
obsolescencia tecnológica como suelen pretender sus promotores. Se corre
el riesgo de multiplicar la dependencia estratégica de las ciudades y de
fortalecer el poder de cárteles a la búsqueda de beneficios corporativos,
capaces de poner a las autoridades urbanas contra las cuerdas en momentos
concretos.
Se tiende a olvidar que las nuevas tecnologías
se utilizan eficientemente en la ciudad desde hace mucho tiempo -antes de
convertirse en Smart cities-,
abarcando desde la gestión interactiva de los semáforos en el tráfico urbano
hasta la más reciente implantación de programas inteligentes para suministrar
información online de la llegada de autobuses urbanos a sus
correspondientes paradas.
La elección de uno u otro modelo de
ciudad es muy importante, más teniendo en cuenta que las áreas urbanas crecen a
gran velocidad. Naciones Unidas señala que, según sus cálculos, el 70% de los seres humanos habitarán en centros urbanos en 2050 (El
País del 12 de diciembre de 2010, “¿Qué es una ciudad inteligente?).
Paralelamente a la Red de Ciudades
Democráticas, se está produciendo la eclosión de una gran cantidad de
experiencias urbanas de carácter claramente alternativo, por ejemplo, la red de
comunidades de transición o el movimiento de decrecimiento o movimiento de
solidaridad, entre otras. Gran importancia tiene, a mi juicio, la Red de Ciudades Creativas,
creada por la UNESCO en 2004. Según la UNESCO, “su vocación es estimular la
cooperación internacional entre las ciudades miembros para hacer de la
creatividad un motor de desarrollo urbano sostenible, de integración social y
de vida cultural”. Se subraya la importancia de la cultura y la creatividad
como motores esenciales para el desarrollo urbano sostenible.
Ante esta realidad, cabe preguntar, si
puede este nuevo municipalismo, estas redes de comunidades y ciudades, pueden ser capaz de reinventar una práctica democrática que permita
acometer, con éxito, los grandes problemas de nuestro tiempo, es decir, si podría ser la antesala
de una democracia global, como decía desear Boutros Ghali, ex secretario
general de Naciones Unidas.
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