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miércoles, 11 de marzo de 2020

Economía Social y Solidaria


En palabras de Elena Novillo Martin de Economistas sin Fronteras,  el concepto de economía social y solidaria surge a mediados del siglo pasado como una solución contra la desigualdad que el sistema genera y propone unas alternativas  al sistema económico actual mediante la aplicación de valores universales, como la equidad, la justicia, la fraternidad económica, la solidaridad social, el compromiso con el entorno y la democracia directa.
Para la Economía Social y Solidaria estos son los valores que deben  regir la sociedad y la relación entre las personas. En la actualidad, se enfrenta a nuevos retos para seguir creciendo y fortaleciéndose como agente político, social y económico.
Tomando la definición que se obtiene de cualquier manual de economía básica, que explica ésta (la economía) es “la ciencia social que estudia los recursos, la creación de riqueza y la producción, distribución y consumo de bienes y servicios, para satisfacer las necesidades humanas”, la Economía Social y Solidaria pone en el centro de la economía el bienestar de las personas, utilizando los recursos, la riqueza, la producción y el consumo como meros medios para alcanzar tal fin.
Si bien han existido prácticas de economía social a lo largo de toda la historia de la humanidad, las raíces y los orígenes del concepto de Economía Social, tal y como lo conocemos en la actualidad, se encuentran en las grandes corrientes ideológicas del siglo XIX.
Las organizaciones que conforman la Economía Social y Solidaria surgieron con el objetivo de dar respuesta a las carencias y necesidades de una parte de la población  que no eran satisfechas por el mercado ni por el Estado.
Es en los años setenta del pasado siglo cuando empieza a emerger la economía Solidaria como un modelo económico que pretende combatir la pobreza, la desigualdad y la ausencia de respeto por el medioambiente.
Se puede considerar la Economía Social y Solidaria como un concepto integrador que aúna perspectivas  de diferentes corrientes de la economía alternativa: “otra economía más justa”.
A veces, la Economía Social y Solidaria es confundida con una economía para los colectivos más vulnerables, pero en realidad la Economía Social y Solidaria es una opción para todas las personas y los proyectos deben ser viables y sostenibles desde el punto de vista técnico y económico. Conviene destacar que esta Economía lleva consigo la puesta en práctica de unos determinados valores y principios éticos, que aspiran a ser normativos: equidad, justicia, fraternidad económica, solidaridad social, compromiso con el entorno y democracia directa. (Carta  de Principios de la Economía Social y Solidaría).
En el Boletín Oficial del Estado (BOE)  del 30 de marzo de 2011 se publicó  la Ley 5/2011, de 29 de marzo de Economía Social.
Es recomendable potenciar la difusión de las ventajas que proporciona el fomento de la Economía Social y Solidaria. Construir y multiplicar prácticas de esta Economía en el ámbito de la actividad económica nos lleva hacía un sistema  económico más solidario, equitativo y sostenible: una economía para las personas,  alternativa al sistema capitalista.

lunes, 9 de marzo de 2020

Economía del Bien Común


La Economía de Bien Común  se define como un sistema económico  alternativo  que propone construir en base a los valores humanos universales que fomentan el Bien Común. “Situamos nuestro foco de acción en la cooperación y no en la competición, en el bien común y no en el afán de lucro”.
El promotor de la Economía del Bien Común es el austriaco Christian Felberg, licenciado en Filología Románica, y, en la actualidad, profesor de Economía. Felberg   parte del supuesto de que muchas Constituciones y normas legales recogen el principio según el cual la actividad económica debe servir al bien común. Por ejemplo, en el Artículo 151 de la Constitución de Baviera se dice:  “Toda actividad económica sirve al bien común”.  
Para Christian Felberg, cualquier sistema económico que pretenda conseguir el bien común se debe apoyar en la “dignidad humana, la solidaridad, la sostenibilidad ecológica, la justicia social, la participación democrática y la transparencia”.   De acuerdo con estos valores, la economía del bien común  propone un límite a la propiedad privada, a la herencia y al tamaño de las empresas.
Según sus creadores, la Economía del Bien Común no es el mejor de los modelos económicos, sino solo un paso hacia un futuro más sostenible, justo y democrático. Se trata de un proceso participativo, de desarrollo abierto, que  busca crear colaboraciones y sinergias, así como servir de plataforma para integrar otras iniciativas y modelos alternativos que tengan una visión similar. Para ello apuesta por la creación de redes locales de empresas, organizaciones, municipios y ciudadanos, que lleven a la práctica los valores indicados.
El proyecto empezó a gestarse el 31 de octubre de 2008. En 2010, Felberg, junto con un grupo de empresarios, empezó a desarrollar el modelo práctico, que ha ido puliéndose  poco a poco gracias a la participación de un círculo de empresarios cada vez mayor. 
En Viena, en julio de 2011, se constituyó la Asociación Internacional para el Fomento de la Economía del Bien Común. En nuestro país, se ha creado la Asociación Federal Española para el Fomento de la Economía del Bien Común. También existen Asociaciones Regionales que tienen su propio procedimiento de alta y gestión de socios.
Lo más importante de esta alternativa al capitalismo es su Balance del Bien Común. Tres bancos han hecho ese Balance del Bien Común, incluso tres escuelas superiores y la Universidad de Barcelona.  La Universidad de Barcelona ha presentado a la UNESCO una cátedra en Bien Común. La escuela técnica superior de Burgerland planea la elaboración de un máster en Economía del Bien Común. Casi cuatrocientas empresas han realizado el Balance del Bien Común. El mayor éxito político hasta ahora ha sido que la Comisión Económica y Social Europea ha apoyado por una mayoria del 86% el informe de diez páginas sobre la Economía del Bien Común, Por lo tanto, la Comisión de la Unión Europea tiene intención de incorporar la Economía del Bien Común en el derecho europeo.
¿Qué es eso del Balance del Bien Común?  La Economía del Bien Común se apoya en una serie de indicadores  que se recogen en lo que llaman “Matriz del Bien Común 5.0” (dignidad humana, solidaridad y justicia, sostenibilidad ambiental, transparencia y participación democrática) que se utilizan para conocer en qué medida las empresas  colaboran al bien común. Cuanto más social, ecológica, democrática, solidaria, … sea la actividad de la empresa, mejores serán los resultados del  balance del bien común.  Las empresas que, en este balance, consigan mejores resultados tendrán más ventajas, por ejemplo, en forma de créditos más baratos o privilegios en compras o concursos  públicos.   Los productos  fabricados tendrán una etiqueta con los resultados de ese balance.
La filósofa Victoria Camps, estudiosa de los derechos humanos y de la bioética, afirmó en una entrevista publicada en El País el 10  de agosto de 2014:
·                         ”Hay alternativas [al sistema capitalista] que habría que considerar. A mí la que más me     convence hasta ahora es la llamada economía del bien común que promueve Christian Felberg. Es una forma moderada de corregir los  despropósitos del capitalismo e ir a un capitalismo de más  cooperación que ponga por delante el bien común. No todos los beneficios de las empresas tienen que en el interés corporativo, sino que hay que pensar en el bien de todos y establecer por ley”.
Desde mi punto de vista la Economía del Bien Común, en muchos aspectos coincide con el “capitalismo constructivo” que indicaba Umail Haque.

jueves, 5 de marzo de 2020

Economía colaborativa



Mientras que la propiedad privada es la característica que mejor define el capitalismo, la mejor manera de definir la economía colaborativa es su carácter distributivo y colaborativo, compartir en lugar de competir.
El trueque de bienes y el intercambio de servicios no constituye de por sí nada nuevo. Han sido los adelantos en las técnicas  de la información y de la comunicación, la cultura digital y la conectividad permanente, las que han permitido el despegue de la economía colaborativa. Las redes de conexión se han hecho más rápidas y efectivas. Internet ha permitido que millones de personas hallaran a otras con las que compartir cualquier bien o servicio. Así nació la economía del compartir y colaborar, en la que el capital social es más importante que el capital del dinero.
El capitalismo con su obsesión por el crecimiento económico no soporta que un producto sea usado por más de un individuo. Para aumentar el PIB, mejor que cada uno tenga el suyo, mejor que está guardado en un almacén sin que nadie lo utilice, o que, después de utilizarlo una vez, lo tire a la basura y compre uno nuevo en caso necesario. Se consigue así un mundo artificialmente escaso para una gran parte de la población y absurdamente abundante para otros.
Compartir representa lo mejor de la naturaleza humana, mientras que el modelo sociológico de elección racional, defendido por el imperante sistema económico-social, no es acorde con los resultados obtenidos en los experimentos de psicología y neurociencia.
¿En qué medida es probable que la economía colaborativa altere el convencional sistema de mercado? Algunos piensan que, hoy por hoy, la economía colaborativa es una esperanza, aunque en el are se percibe la indudable sensación de que a la larga altere el convencional sistema de mercado. Jeremy Rifking, como ya he indicado, uno de los pensadores sociales más célebres de nuestra época, en su libro La sociedad de coste marginal cero. El internet de las cosas, el procomún colaborativo y el eclipse les capitalismo (2014: 314) indica que en 2011, la revista Time incluyó el consumo colaborativo entre sus “diez ideas que cambiarán el mundo”, y añade que la economía colaborativa “tiene  el potencial de acabar con el mercado capitalista global mucho antes de lo que creen muchos economistas a causa de lo que Ulmair Haque llama ‘el efecto del 10%’. Según Haque la economía colaborativa tendrá un impacto ‘letal’ cuando llegue a un umbral de aceptación mucho más bajo  de lo que se piensa debido a su capacidad para reducir unos márgenes de beneficios que ya son peligrosamente bajos para muchos sectores de la economía.”
Umair Haque es autor del libro El nuevo manifiesto capitalista. Una apuesta por un capitalismo constructivo (2011, Ed. Deusto); en él Haque sostiene que las empresas ya no pueden funcionar con un arcaico paradigma del crecimiento a corto plazo, la competencia y los modelos de negocios heredados de generaciones. Sostiene que las empresas deben colaborar al bienestar de la sociedad en su conjunto. Haque ha sido incluido como uno de los cincuentas pensadores más influyentes de la actualidad en la reputada lista Thinkers50.
Otra iniciativa que intenta sustituir al capitalismo, eclipsar al capitalismo,

domingo, 16 de febrero de 2020

Comunidades de transición


En la “entrada” de fecha 14 de enero de 2020 empecé a comentar el artículo de Miguel Ángel García Vega sobre la necesidad de repensar la economía liberal. Posteriormente, el 14 de enero, me referí a economistas, que según Garcia Vega, habían presentado alguna reforma al capitalismo. Ahora debo confesar mi extrañeza ante la ausencia de alguna propuesta de la sociedad civil, sobre todo después de haber leído lo que ha dicho Joseph Stiglitz acerca de que la verdadera fuente de riqueza de una nación es la creatividad y la innovación de su gente.
Para poner de manifiesto la creatividad y la innovación del ser humano y, por tanto, de los ciudadanos, prometo exponer las alternativas al capitalismo, que conozco, diseñadas por ciudadanos. Hoy voy a empezar por las “comunidades de transición”.
El capitalismo siempre ha funcionado ignorando que los combustibles fósiles son un recurso natural no renovable  y que, en algún momento, no estarían a nuestra disposición.  Se denomina  cénit de petróleo al momento en el cual se alcanza la tasa máxima de extracción de petróleo global y tras el cual la tasa de producción entra en un declive terminal. Aunque algunos gobiernos están permitiendo que se extraiga combustibles fósiles después de que, en ese yacimiento, se ha llegado al cenit, no tendremos más remedio que diseñar un mundo sin esos recursos, incluso aunque los gases procedentes de su combustión no fueran tan dañinos como lo son.  Porque esos gases son los culpables del cambio climático, la transición de un mundo con combustibles fósiles a otro sin combustibles fósiles, la debemos que realizar lo antes posible: somos responsables de dejar a las generaciones futuras un mundo donde sea posible  la vida del ser humano. 
El ambientalista Rob Hopkins, docente de una escuela de adultos en la Universidad de Kinsale (Irlanda) en 2005,  abordó, junto con sus alumnos, el problema de cómo la sociedad podía funcionar sin necesidad de petróleo. De ese trabajo surgieron las llamadas “comunidades (pueblos o ciudades) de transición”
El objetivo principal del proyecto de las comunidades de transición es animar a crear un modo de vida sin combustibles fósiles. Se anima a las comunidades a buscar métodos de bajo consumo de energía, así como aumentar su propia autosuficiencia. Una comunidad de transición no es una comuna, ya que cada uno tiene su trabajo y sus bienes, pero sí que es un pacto de cooperación en el que cada uno está dispuesto a ayudar a su vecino cuando tenga algún problema, con la seguridad que los demás harán lo mismo el día que los problemas tengan su propia cara.  Su modo de hacer está muy relacionado con la economía colaborativa: empresas de intercambio de residuos, reparación y reciclaje de objetos antiguos en lugar de tirarlos a la basura, etc. 
Una faceta importante de las “comunidades de transición” es la sustitución del verbo “competir” por los de “colaborar” y “compartir”. Aunque el objetivo inicial fue diseñar una forma de vida sin petróleo, ahora es crear un mundo mejor para nosotros  y nuestros descendientes: poner de manifiesto la posibilidad de una vida más alegre y satisfactoria que la actual cambiando nuestra mentalidad, rechazando el modo de vida eslavo que conduce la cultura del consumo construida por el actual sistema económico-social, obsesionado por un crecimiento económico ilimitado, en un planeta limitado.
El concepto se ha difundido rápidamente.  Es muy difícil saber cuántas ciudades y pueblos han suscrito un plan de comunidad de transición. Parece que en septiembre de 2008 ya eran cientos los pueblos y ciudades reconocidos oficialmente como comunidades de transición en Reino Unido, Irlanda, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Estados Unidos, Italia e, incluso, en Chile. Barrios de grandes ciudades han empezado a organizarse como comunidades de transición. En España, este movimiento es todavía incipiente, sin embargo, últimamente parece estar cogiendo mucha fuerza, junto con la economía colaborativa
Si bien el enfoque y los objetivos siguen siendo los mismos, los método utilizados para lograrlo esos objetivos varían. Por ejemplo en algunas partes se ha introducido una moneda local.
Existen bastantes páginas web creadas para hacer fácil la creación de comunidades de transición, ayudar a insertarse en red y/o intercambiar proyectos, ideas y actividades.
Se puede afirmar que las comunidades de transición, como el resto de alternativas ciudadanas al actual sistema económico-social,  son consecuencia de que cada vez más ciudadanos han tomado conciencia de que pertenecen a la especie humana y, como tales, se sienten responsables del bienestar de las generaciones futuras.

miércoles, 5 de febrero de 2020

"Los mercados" y el Foro Económico Mundial


En la noticia “Davos no teme el pacto con Iglesias" (El País, 23 de enero de 2020), se indica que Pedro Sánchez, asistió al Foro Económico Mundial y, entre otras actividades,  allí  mantuvo una reunión con un grupo de   inversores. “En el encuentro había representantes de Zurich Insurance, Soros Fund, BC Tartners, McKinsey, Dow Corporate, Citigroup, Bank of America o Salesforce”.
En esa reunión con inversores, y en otras con los máximos responsables de  Apple, Google, Renault o Arcelor Mittal, Sánchez se llevó a Nadia Calviño, la vicepresidenta económica, y a Teresa Rivera, la de transición ecológica, ambas elegidas por él y no por Iglesias, para mostrar que las decisiones clave del Ejecutivo en política económicas están en manos de las mismas personas que cuando el PSOE gobernaba en solitario.  Era importante convencer a algunos inversores que el grupo de Pablo Iglesias no jugaba un papel importante:    algunos  inversores  admitieron que el grupo de Pablo Iglesias había dicho, en el pasado, cosas  que no lo colocan como en un partido “market  friendly” [favorable a los mercados].
Al final,  el jefe de operaciones internacionales de Morgan Stanley, Frank Robert Petitgas, dijo: “El mercado ha comprobado bien este Gobierno, cree que va a ser razonable y responsable y hará una política seria”. El mensaje general fue que se confiaba en el Ejecutivo español.
Desde mi punto de vista, los inversores, los mercados, no deberían entrometerse en esas cosas.  Recuerdo ahora lo que escribió Joaquín Estefanía, licenciado en Ciencias Económicas y en Ciencias de la Información, siempre ha trabajado en El País,  en su libro Hij@, ¿qué es la globalización? La primera revolución del siglo XXI (Aguilar, 2002). Al final de su primer capítulo afirma que hay un desplazamiento de poder desde los gobiernos a los mercados. Y explica que cuando en el verano de 1997, una oleada sacudió a los países asiáticos, el primer ministro de Malasia declaraba impotente:  “En todos estos países hemos estado trabajando durante treinta o cuarenta años tratando de levantar nuestras economías. Y ahora viene un tipo que dispone de miles de millones de dólares [se refiere a Soros] y en un par de semanas deshace todo nuestro trabajo”.  A continuación, Estefanía comenta que el 1 de enero de 1999 tomó posesión por segunda vez de su cargo como presidente de Brasil Fernando Henrique Cardoso;  en su discurso de investidura afirmó desafiante: “No seré el gestor de la crisis. El pueblo me ha elegido para vencer”. Apenas quince días después, los mercados derrumbaban su proyecto mediante un formidable ataque especulativo que conseguía una fortísima devaluación del real, la moneda brasileña. La economía de ese país entraba en recesión.
Joaquín Estefanía termina este capítulo con el siguiente párrafo: “¿Para qué votar, nos podríamos peguntar en el extremo, si la política de un Gobierno libremente elegido no es tan determinante para el bienestar de los ciudadanos de ese país como la acción de un grupo de operadores anónimos (los famosos mercados), que actúan como epicentro de un terremoto financiero a miles de kilómetros de donde su decisión va a tener efecto?”.