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martes, 7 de junio de 2011

Bienes comunes de la humanidad

     La primera vez que leí la expresión "bienes comunes de la humanidad" fue en una colaboración periodística (EL PAIS, 8-XI-2003) de José Vidal Beneyto, que fue director del Colegio de Altos Estudios Europeos Miguel Servet, dependiente de la UNESCO. La expresión me pareció muy interesante. Vidal-Beneyto denomina "bienes comunes de la humanidad" a los bienes, unos materiales y otros inmateriales, que, por una parte, pertenecen a todos los seres humanos, incluidos los de las próximas generaciones, y, por otra, son capaces de satisfacer las necesidades humanas básicas.

     Quizás sean el agua y el aire los bienes comunes de la humanidad más importantes, porque todos los seres humanos necesitan beber y respirar. Sin embargo, algunas empresas, sobre todo las instaladas en los países del Sur, primero, los usan y, después, los devuelven en condiciones tales que ya no pueden ser usados por otros seres humanos, a pesar de que existen formas de uso que permiten devolverlos tal como los encontraron. Vidal-Beneyto atribuye estos comportamientos a las fuerzas del mercado, que favorecen el incansable deseo de las empresas de aumentar los beneficios económicos. A este respecto, se pregunta:

     "¿Cuántas catástrofes humanitarias más; cuántas crisis financieras; qué insoportables niveles de miseria; cuántos millones de niños deben morir de desnutrición y abandono; qué límites de irrespirabilidad debe alcanzar nuestra atmósfera; qué nuevas enfermedades deben asolarnos; cuántas especies animales y vegetales deben de desaparecer; hasta dónde debe llegar la deforestación y la desertificación para que salgamos de la espiral del negocio individual y nos preocupemos de lo que tenemos en común, de nuestra riqueza colectiva, de la que depende buena parte de nuestro bienestar actual y nuestra supervivencia futura?

     Y recuerda a Adam Smith cuando mencionaba la "posibilidad de que la búsqueda de ganancias privadas provoque pérdidas sociales". Son muchos los estudiosos que, como decía Joseph Alois Schumpeter, indican que es necesario poner freno a las fuerzas del mercado para que el capitalismo funcione bien. Estos frenos supone que los gobierno llevan a cabo una regulación.

      Lo mismo que existen instituciones que castigan a aquellos que, por falta de ética o responsabilidad, se apropian de lo ajeno, hacen falta instituciones que castiguen a las empresas que no saben a qué obliga el uso de un bien común de la humanidad. Ahora estamos lejos de esa necesaria regulación: los lobbies de las empresas de todo tipo tienen demasiada importancia.

     Jeffrey D. Sachs, una de las principales autoridades mundiales en economía y política sanitaria, en su libro Economía para un planeta abarrotado (1ª ed. Buenos Aires, Debate, 2008, pág. 54) indica:

     "Por sí solas las fuerzas del mercado no pueden resolver estos problemas".

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